De modo que con su necia e inmoral amnistía este Gobierno no está redactando una ley sino un palimpsesto
NotMid 30/01/2024
OPINIÓN
ARCADI ESPADA
La discusión sobre la amnistía está teniendo la satisfactoria e imprevista consecuencia de volver del tipo al hecho. Me temo que tendré que aclararlo. En las inmediaciones del juicio del Proceso los rábulas tomaron el mando. Con una parte no desinhibida de cinismo aceptaban la gravedad de lo que había sucedido en Cataluña, pero inmediatamente añadían: «El problema es que tiene que caber en el tipo delictivo». Y de ahí la discusión inacabable sobre cuánta violencia separaba la sedición de la rebelión o si el uso de la fuerza pasiva por las masas era o no un acto violento. Todos los que habían visto, gravemente amedrentados, cómo un Gobierno democrático se levantaba contra sus propios ciudadanos, usando su poder y el fanatismo de ex ciudadanos cómplices, acababan admitiendo que las leyes de su país tenían un insólito agujero negro.
Ahora la intolerable pretensión del Gobierno de borrar los hechos de cualquier tipo está provocando un inesperado revisionismo sobre la forma en que los hechos del Proceso encajaron en las leyes. La suerte jurídica que corran los intentos revisionistas no es lo más importante para mí. Su virtud, casual, es la de otorgar un nuevo vigor a la relación entre los hechos y las palabras. Así ha pasado con la palabra terrorismo. Servirá o no para tipificar la actividad del llamado Tsunami, pero no hay duda de que es útil para describir cómo la acción del Gobierno sedicioso propagó entre los ciudadanos un miedo intenso a la contienda civil. Y así pasa también con la traición.
El artículo 592 del Código Penal dice: «Serán castigados con la pena de prisión de cuatro a ocho años los que, con el fin de perjudicar la autoridad del Estado o comprometer la dignidad o los intereses vitales de España, mantuvieran inteligencia o relación de cualquier género con Gobiernos extranjeros, con sus agentes o con grupos, organismos o asociaciones internacionales o extranjeras». Este artículo tipifica los supuestos contactos entre el putinismo y el nacionalismo. Aunque quizá no haya que irse estepa adentro y baste aludir a los contactos más documentados y peligrosos del nacionalismo con Israel.
El ministro Margallo tuvo que amenazar a Netanyahu con el reconocimiento del Estado palestino si Israel no cesaba «de molestar» con este asunto, es decir, de perseverar en la ayuda a los sediciosos, una de cuyas manifestaciones más inquietantes -dejando aparte la folklórica del costoso tren de vida de Pilar Rahola- era la actitud prosediciosa de la gran prensa norteamericana. Pero se trate de Rusia o de Israel, la cuestión extratipo es la misma: la traición a la democracia define implacablemente el Proceso.
De modo que con su necia e inmoral amnistía este Gobierno no está redactando una ley sino un palimpsesto.