Quienes critican a la esposa de Sánchez parecen tener un concepto más alto de sus capacidades que quienes la defienden
NotMid 02/10/2025
OPINIÓN
DAVID JIMÉNEZ TORRES
«¿Puede causar problemas que yo, siendo la mujer del presidente del Gobierno, apoye en un concurso público a alguien con quien colaboro?». «¿Es correcto que una asesora de Presidencia, cuyo sueldo paga el contribuyente, me ayude con las gestiones de mi carrera profesional?». «¿Está bien que pida patrocinios y colaboraciones económicas a grupos que pueden verse afectados por decisiones del Ejecutivo que dirige mi esposo?». No habría nada extraño en que Begoña Gómez se hubiera hecho estas preguntas hace unos años. Es más: sería lo esperable en alguien que tuviera una mínima idea de la diferencia entre actividad pública y actividad privada. O en alguien que entendiera el delicadísimo lugar en el que se encuentra el entorno de un político muy, muy poderoso. Tampoco sería extraño que las respuestas evidentes a esas preguntas -«sí», «no», «mejor ser precavida»- hubieran llevado a Gómez a desistir de aquellas actuaciones que hoy llenan los periódicos y que, además, le han generado problemas judiciales.
Sin embargo, quienes defienden a Gómez no parecen contemplar esta posibilidad. O denuncian las decisiones del juez, o trazan comparaciones tramposas -«todas las esposas de presidentes del Gobierno han tenido ayudantes»; sí, pero ninguna puso a la suya a escribir a empresas desde su cuenta de Moncloa para solicitar patrocinios-, o señalan que las actividades del cónyuge del presidente no están reguladas. Lástima, parecen dar a entender: si hubiera existido un reglamento que indicase a Gómez qué podía hacer como first lady, todo esto se habría evitado. Pero quienes la critican tampoco disponen de ese reglamento, y pueden apreciar perfectamente por qué las decisiones de Gómez resultan problemáticas y por qué este caso merece, como mínimo, un serio reproche político.
Así, quienes presentan a Gómez como una profesional exitosa e intachable parecen reducirla, al mismo tiempo, a poco menos que una menor de edad: alguien que era incapaz de entender por sí sola las consecuencias de sus actos. Se produce así la paradoja de que quienes critican a Gómez parecen tener un concepto más alto de sus capacidades que quienes la defienden. Es conveniente, claro: mejor suponer que nunca se hizo algunas preguntas obvias que asumir que sí se las planteó, y que decidió seguir adelante igualmente.