La falacia del diálogo es una maniobra exasperante que consiste en invocar repetidamente la necesidad del diálogo cuando jamás se ha dejado de dialogar.
NotMid 03/03/2022
OPINIÓN
RAFA LATORRE
Toda negociación con un agresor conlleva un riesgo moral. Si una invasión, pongamos, da como resultado la expansión pactada del territorio del invasor, el incentivo quedará incorporado a los manuales de estrategia. Para comprobarlo bastaría con que Zelenski apurase el cáliz amargo que los pacifistas le ofrecen. Ni siquiera. El mismo Zelenski ya es una víctima del apaciguamiento. Rusia primero rompió los acuerdos de Minsk y ahora vuelve a reivindicar la firma de unos acuerdos de Minsk, solo que después de haber arrasado Ucrania. Así que pretende reescribir con sangre los acuerdos que ya firmó con sangre. La muerte ha sido la principal baza de negociación desde Crimea.
El pacifisimo no es inocente. Nunca lo fue y menos que nunca en el mundo bipolar, cuando el bloque soviético pretendía desgastar a los gobiernos occidentales mediante la manipulación sentimental de sus humanitarísimas opiniones públicas. El pacifismo, al que llamaremos así para abreviar, basa su chantaje en la falacia del diálogo. Es una maniobra exasperante que consiste en invocar repetidamente, como una corea frenética, la necesidad del diálogo cuando jamás se ha dejado de dialogar.
Tras los hechos consumados, la invocación del diálogo es un cacareo, sirve para llenarlo todo de fonemas sin haber dicho nada. En el idioma del activista, diálogo significa rendición. Es evidente que si se permite una expansión de las fronteras de Rusia, la suspensión de la soberanía de Ucrania y la colocación en Kiev de un gobierno títere, la guerra habrá terminado. Pero ver la paz en una claudicación es como confundir un tanatorio con un hotel. Europa lleva décadas de adiestramiento como para ignorar los rudimentos de esta falacia. Todo está en Ramonet y otros tantos flagelos de la sintaxis y la democracia liberal. Da igual el conflicto, Occidente es culpable y el vino, mejor en calimocho.
Pedro Sánchez pronunció ayer el mejor discurso de su mandato cuando anunció el envío de armas a la resistencia ucrania. Los reparos de parte de sus socios sólo le demuestran algo que siempre supo: que es una obligación moral de cualquier gobernante occidental el satisfacer la vocación marginal de los belarras.
Él sumó a la dirección del Estado a gente que debería estar repartiendo fanzines en Somosaguas. Conviene no olvidarlo, por más que ahora lo prioritario sea paliar las consecuencias, tan previsibles, de aquella nefasta decisión. Conviene no olvidarlo, porque lo más grave de aquella decisión es esta certeza de que volvería a tomarla.
ElMundo