El autor pone a su yo juvenil en observación, como quien clava en el corcho un insecto raro y va hendiendo su irisado exoesqueleto con el bisturí. Lo que aparece debajo, a menudo, no es agradable.
NotMid 08/07/2023
OPINIÓN
JORGE BUSTOS
Para escribir el mejor libro de su vida, aunque sea la vida de otro, Arcadi Espada ha tenido que inventarse un género, la biografía autobiográfica o la autobiografía biografiada, sin desviarse de su única militancia conocida: el periodismo. Vida de Arcadio rescata de Contra Catalunya el espíritu de contradicción que anima el centelleo verbal -agudo y filoso: Espada es apellido parlante- del único periodista de ciencias que ha dado el oficio. Y no porque escriba de asuntos científicos, sino por abrazar el método científico hasta pretender que el pomposo rótulo de ciencias de la información que campea en los campus se constituya en pleonasmo.
Arcadi ha querido hacer con el periodismo lo que Hume hizo con la causalidad. La única razón de que no calce peluca empolvada como un salonnard dieciochesco es el carácter ya emblemático de su melena. Pero si para el empirista escocés somos una sucesión de sensaciones agavilladas meramente por la memoria, nuestro columnista mediterráneo ni siquiera cree que la memoria haga otra cosa que mentir. Así que prescinde del porqué, cincela el cómo y se ciñe al qué. A despecho de la evidencia de que la precisión también es literatura -como prueba este libro-, el autor se propone extirpar cuanto de literario pueda contaminar el relato seco y preciso de los hechos. Por eso tira de cartas viejas y documentos sonrojantes y entrevistas a amigos que dejaron de serlo para poner a su yo juvenil en observación, como quien clava en el corcho un insecto raro y va hendiendo su irisado exoesqueleto con el bisturí. Lo que aparece debajo, a menudo, no es agradable. Reconoce incluso que puede ser delictivo. Pero Arcadi tiene un lema, el mismo que tiene EL MUNDO: «La verdad, por incómoda que sea».
Sus lectores sabemos que no cree en Dios ni en la nación catalana. Ahora sabemos que tampoco cree en el yo ni en la libertad. ¿Cómo conciliar este ateísmo integral, este determinismo blindado con el hecho indiscutible de que su firma se cuente entre las más libres del columnismo español? «¡Cuestión de química, Bustos!», le estoy oyendo replicar mientras se atusa la cimera del tremolante penacho que la química le dio. Solo un hombre liberado de cualquier tentativa nostálgica y de toda concesión sentimental puede acometer un estudio tan crudo -y tan tierno- sobre aquel que fue a los 20 años, cuando se llamaba Arcadio y era el hijo comunista de un portero de finca en la Barcelona erótica, política y adánica de la Transición. «Un problema común de las biografías es hablar del biógrafo con la excusa del biografiado y no caeré en él», escribe con irónica falta de ironía. Y el muy vanidoso ha encontrado la manera de cumplir su propósito.