NotMid 20/06/2023
OPINIÓN
RAÚL DEL POZO
En la gran entrevista que le ha hecho Alsina a Sánchez, Carlos le ha preguntado al presidente del Gobierno: «¿Por qué nos ha mentido tanto?». «¿Piensa usted que es una persona fiable?». Ha sido un interrogatorio durísimo del que Pedro Sánchez se ha defendido como gato panza arriba en tablas y con tablas. No ha estado tan fanfarrón y farolero como suele, aunque le ha dado a su gestión un notable y ha achacado su impopularidad a la derecha mediática, sin soltar prenda de su ropa bien maquetada. En la entrevista ha demostrado que ha aprendido el oficio tarde, cuando las encuestas, menos fiables que los oráculos, anuncian su derrota y el vuelco del PP, que llegaría a 140 escaños, por los menos de 100 del PSOE.
En la entrevista, Alsina le recordó que cuando llegó al Gobierno el partido de Abascal no tenía representación parlamentaria y ahora cuenta con 52 diputados, en parte por sus ignominiosos pactos con el supremacismo catalán. Sánchez ha contestado con la coartada de que España no es ajena a lo que está ocurriendo en Europa. Es verdad que la izquierda pierde influencia y poder, y que Giorgia Meloni tiene el apoyo del 60%. Pero en vez de pensar que hay que hacerlo todo de nuevo sigue con su dogmatismo arcaico. Está a punto de hundirse el Gobierno más izquierdista de la UE, donde entre los 27 países, no llegan a 10 los que no son de derechas. El problema no es sólo Pedro Sánchez con sus falsas paguitas, su liderazgo impostado y sus pegotes. Los tres avisos, como escribe Ignacio Varela, han sonado cuando de los 37 millones de españoles solo siete apoyaron al PSOE el 28-M. El otro dilema es que los ciudadanos tienen más miedo a Sánchez que a un gobierno de las derechas.
Hay razones históricas en el declive de la socialdemocracia. La clase obrera industrial, que era su principal apoyo, se ha reducido. En medio de la desigualdad y la miseria crecientes y los sueldos bajos, la socialdemocracia se ha embarcado en una política de identidades: los trans, el populismo, el nacionalismo. Aquí no corre el riesgo de desaparecer como en Francia, en Italia y hasta en los países nórdicos, pero va perdiendo prestigio y elecciones. En sus buenos tiempos Pablo Iglesias pensaba que en política no solo hay que tener razón sino que hay que tener éxito, y Nicolás Redondo reconocía que la socialdemocracia, después de 30 años gloriosos, estaba a punto de desaparecer.