NotMid 03/09/2023
ASIA
“Si Rusia quiere lanzar un ataque devastador, Estados Unidos tiene capacidad para detectarlo y reaccionar de inmediato; si el que lo hace es China, ahí surge un problema grave”. Lo contaba un alto cargo diplomático europeo, con el rostro visiblemente preocupado, durante una conversación sobre una cuestión trascendental en el mundo actual: la todopoderosa tecnología y la ventaja que otorga en esferas como la militar.
Mientras Moscú sigue alterando sin pudor el orden geopolítico, la rivalidad entre Washington y Pekín se intensifica. Y en esta competencia viva entre las dos grandes potencias (sobre la que toda la esfera diplomática reza para que no se desate, desmadre y dispare) es clave el dominio que cada una de ellas tenga de los avances tecnológicos.
Partimos de un periodo donde Estados Unidos ha gozado del título de campeón universal en un orden unipolar que le otorgaba un amplio espacio para moverse cómodamente por el planeta, con firmes alianzas internacionales, redes de comercio…
Washington aprovechaba todo aquello que le regaló el final de la Guerra Fría y la evaporización de la antaño URSS. Pero el sueño americano geopolítico se acabó y el siglo XXI le ha zambullido en un entorno multipolar que le ha plantado como rival a un feroz competidor, China, que con serenidad asiática ha lanzado un mensaje, alto y claro, de que el rey del mundo puede y quiere ser él, cultivando e impulsando un músculo tanto militar como comercial y, ante todo, tecnológico.
La tecnología ocupa un lugar privilegiado en el choque Pekín-Washington: afecta a la economía, afecta a la defensa… Es el nuevo dios, omnipotente y omnipresente, que determinará el rumbo y devenir que tome el planeta. ¿Cuál de las dos esferas ganará? ¿La china caracterizada por el control social y el músculo de hierro militar? ¿O la estadounidense, que sigue agitando como gran enseña la defensa de la democracia y los valores occidentales para no perder el apoyo de sus clásicos aliados? A día de hoy, todo apunta a que el gigante asiático va ganando la partida, simplemente por los movimientos que hace la primera potencia mundial, Estados Unidos, destinados y más centrados en poner la zancadilla a China que en seguir evolucionando, lo que es una clara muestra de temor y debilidad.
Lo hemos visto este verano. El pasado mes de agosto, la Administración del demócrata Joe Biden ha impuesto nuevas restricciones a la inversión privada estadounidense en sectores de alta tecnología chinos. No hablamos de controlar las inversiones chinas en EEUU (para las que siempre se alegaba cuestiones de seguridad nacional), sino de estadounidenses en China. Washington tiene pánico al desarrollo abrumador que pueda hacer su enemigo en Inteligencia Artificial o en los determinantes semiconductores. Pero desde la misma capital americana hay más voces de alerta aún: las de los republicanos, quienes están apuntando que, de llegar al poder tras las elecciones del 5 de noviembre de 2024, esas restricciones deben ampliar su radio de acción, incluyendo sectores como el energético.
Estados Unidos lleva tiempo agitando el temor de que China se convierta en una superpotencia autoritaria que eche mano, sin cortapisas, de la Inteligencia Artificial con el fin de lograr sus elevados propósitos políticos, económicos y militares. Es más, Washington presiona para que los países tomen bando y se alejen de Pekín, lo que le ha llevado a más de un roce con Bruselas (que se resiste a dejar de tender puentes con la potencia asiática), si bien es cierto que a los americanos les viene bien de vez en cuando que si ellos van de poli malo, la UE les ayude a rebajar ciertos momentos de tensión haciendo de poli bueno.
Eso sí, lo que a Occidente le ha quedado ya claro es que esa esperanza puesta en que el libre mercado y el crecimiento económico conllevarían un desarrollo paralelo de democracia y libertad en China fue una absoluta equivocación y fallo total de percepción. Si hay algo que demuestra que autocracia y economía pueden ir de la mano ésa es la actual China. Hasta la propia Cuba está dispuesta a replicar ya este llamado capitalismo autoritario una vez visto el fracaso del modelo castrista.
Ahora bien, ni el mismísimo Xi Jinping puede relajarse, y si no lean con atención el número del semanario The Economist dedicado al gigante asiático en el que se detalla cómo el presidente chino ha cometido el clásico error de emperador de empezar a rodearse de fieles y desechar a los tecnócratas, provocando un efecto económico inmediato: caída de crecimiento e inflación. Ojo a las consecuencias que puedan derivarse en China… y en el resto del mundo. Y atención a cómo puede reaccionar un país volcado en proyectar una potentísima imagen exterior (para dominar además internamente aún más a su sociedad) cuando las cosas de repente se le tuercen y se convierte en un animal herido.
El panorama internacional puede ser aún más desolador y preocupante. Ya lo ha dicho sin tapujos en su carta de despedida alguien que de esto sabe, Ben Wallace, el hasta esta semana ministro de Defensa británico: “Creo sinceramente que en la próxima década el mundo será más inseguro y más inestable”.
Que la suerte, y la más avanzada tecnología, nos acompañen.
Agencias