El auge de partidos populistas tiene mucho que ver con ese desprecio antipático y moralista del malestar de mucha gente que tiene motivos muy reales para estar descontenta con el funcionamiento de la democracia
NotMid 27/12/2025
OPINIÓN
ELISA DE LA NUEZ
Es propio del poder declinante (y en general de cualquier declinar, para ser justos) la resistencia a asumir la realidad. Como han dicho tantos sabios, la medida de un hombre o de una mujer reside en el grado en que es capaz de aceptar la realidad, siendo conscientes de que ningún ser humano logra hacerlo del todo. Pero, sin duda, los que lo tienen más difícil son los que han ostentado el poder político, económico, cultural o social durante mucho tiempo, sobre todo cuando se trata de un poder sin demasiados contrapesos.
Por esa razón no solo los dictadores, sino también los presidentes democráticos -salvo que hayan tenido la precaución, no muy habitual, de rodearse de personas capaces de decirles la verdad- tropiezan con la dificultad de tener que asumir la realidad. La de que algún día, puede que muy cercano, ya no tengan ese poder, y que las alabanzas y aplausos de sus entusiastas seguidores sean sustituidos por el silencio y la indiferencia, cuando no por algo peor.
Creo que en nuestro país para el presidente del Gobierno está llegando ese momento; y no parece que le vaya a resultar fácil, a juzgar por el negacionismo (por usar una expresión que le es querida) en el que parecen instalados él y su entorno. Es verdad que nunca lo es, pero quizá su forma de ejercer el poder le pase una factura más alta que a sus predecesores. El problema, claro, es que también nos la va a pasar a la ciudadanía, si nos atenemos a lo que ha sucedido en las elecciones extremeñas. El auge de partidos populistas tiene mucho que ver con ese desprecio antipático y moralista del malestar de mucha gente que tiene motivos muy reales para estar descontenta con el funcionamiento de la democracia. Lamentablemente, los demagogos suelen acertar a veces con el diagnóstico de las causas del malestar, pero raramente con las soluciones.
Mientras tanto, si el espectáculo del poder es siempre fascinante, el del poder declinante lo es mucho más. Se aprende mucho de la naturaleza humana, por supuesto de la del líder caudillista que se resiste a dejar de serlo, pero quizá más aún observando a los que abandonan el barco que se hunde. Aunque me temo que el barco que ya asoma por el horizonte no inspira ninguna confianza.
Hasta ahora me había resistido a usar la palabra «sanchismo» por diversas razones; pero quizá ya ha llegado el momento de calificar como tal esta etapa que termina, caracterizada por una forma de ejercer el poder que, desafortunadamente, creo que tendrá emuladores.
