Kiev espera la llegada del histórico avión estadounidense que puede cambiar el curso de la guerra
NotMid 17/06/2023
MUNDO
Los F-16 llegarán a Ucrania, si todo va bien, a principios de 2024. Así se deduce del anuncio realizado por el Ministerio de Defensa de Países Bajos, el único país que, por el momento, se ha comprometido a entregar a Kiev esos aparatos, denominados oficialmente con un nombre peliculero que recuerda a ‘La Guerra de las Galaxias’, ‘Figfhting Falcon’ (‘halcón luchador’), aunque los pilotos estadounidenses suelen referirse a ellos como ‘Viper’ (‘víbora’), tanto por su aspecto general, como por su increíble maniobrabilidad y, también, por un detalle de ciencia-ficción: el ‘Viper’ es una de las naves de la serie de televisión de finales de los setenta y principios de los ochenta ‘Battlestar Galactica’.
El F-16 es mucho más viejo que ‘La Guerra de las Galaxias’ y ‘Battlestar Galactica’. En realidad, el F-16 nació casi por accidente. Fue la consecuencia inesperada de dos realidades: la necesidad de encontrar un caza más barato que los carísimos F-14 (de la Armada) y F-15 (de la Fuerza Aérea) de EEUU y, de un avión que fuera capaz de combatir como los aviones de la Primera y Segunda Guerra Mundial, y no como los sofisticados y velocísimos cazas de la época, que no habían dado una en Vietnam contra los cazabombarderos MiG de fabricación soviética.
En materia de combate aire-aire, Vietnam se pareció a la Batalla de Inglaterra que enfrentó al Reino Unido y a la Alemania nazi en 1940 y 1941. En Vietnam, los cazas se perseguían mutuamente a entre 600 y 1.000 kilómetros por hora (no más deprisa que un avión de pasajeros normal), porque, si sobrepasaban la velocidad del sonido, perdían maniobrabilidad. Y la clave era maniobrar mucho y en el menor espacio posible, y abatir al rival con misiles de corto alcance o, incluso, con las ametralladoras que llevaban montadas en la proa.
Eso estaba en las antípodas de lo que se suponía que iba a ser el combate aéreo del siglo XXI, que se basaba en aviones a 2.500 kilómetros por hora echando abajo a enemigos a 50 o 100 kilómetros de distancia. EEUU desplegó en Vietnam miles de aviones capaces de sobrepasar Mach 2, es decir, dos veces la velocidad del sonido, y cuando examinó los datos de vuelo, descubrió que ni un solo segundo de vuelo esas aeronaves habían alcanzado esa velocidad. El shock fue tal que la Armada de EEUU creó para sus pilotos en 1968 un plan de entrenamiento que, aunque se llama oficialmente Programa de Instrucción de Tácticas de Vuelo de Ataque, es conocido por su nombre coloquial, que tiene resonancias más hollywoodianas que bélicas: Top Gun.
Había que reinventar el avión de combate. Así que el Pentágono lanzó el Programa de Caza Ligero, no tanto para tener un avión nuevo sino, más bien, para ver qué era posible hacer. En 1972, el proyecto fue otorgado al YF-16 de General Dynamics. Y así nació el avión que marcaría la aviación militar durante tres décadas y media: el F-16. Era un avión menos rápido que sus predecesores, algo que a los pilotos les daba exactamente igual, pero que tenía ventajas en lo importante: necesitaba mucha menos pista para despegar, ascendía más deprisa, y era capaz de hacer giros en la mitad de espacio que, por ejemplo, el F-4 Phantom, como demostró, precisamente, en junio de 1975 en un ensayo en la base de Torrejón, en Madrid. El Pentágono quedó tan alucinado que en 1974 hizo de ese proyecto experimental la columna vertebral de su fuerza ataque, dotando al F-16 incluso de la capacidad de lanzar bombas atómicas, algo que muy pocos aviones poseen. Aun hoy, casi medio siglo después, su capacidad de maniobra sigue sin rival.
La historia del F-16 es la historia del mundo en las últimas cinco décadas. Los F-16 fueron los aviones con los que Israel redujo a escombros el reactor nuclear de Osirak, a las afueras de Bagdad, en 1981, con el que Sadam Husein esperaba hacerse con la bomba atómica con la ayuda de tecnología que le había vendido Francia. Un año después, F-16 israelíes derribaron 44 MiG sirios sobre Líbano sin sufrir ni una sola baja. Los F-16 de Pakistán abatieron entre 20 y 30 cazabombarderos de la Unión Soviética y de Afganistán entre 1983 y 1989. Un F-16 turco derribó un Su-24 ruso en la frontera de Turquía con Siria en 2013. En 1991 y 2003, el F-16 fue el caballo de batalla de EEUU -que aún tiene en activo más de mil unidades- en Irak, aunque también ha salido mal parado en algunos casos, como en los ocasionales choques armados entre Grecia y Turquía, dos aliados de la OTAN cuyos aviones se han enfrentado en varias ocasiones.
Si el F-4 Phantom fue el metro-patrón de los cazabombarderos de los cincuenta y sesenta, el F-16 lo ha sido de los setenta, ochenta, y noventa. En él se han basado -y contra él se han medido en contratos internacionales- el F-18 (que tiene España), los Mirage 2000 y Rafale franceses, el Gripen sueco (cuya entrega a Ucrania también ha sido sopesada) y el Eurofighter europeo. Ésa es la razón por la que el ‘Fighting Falcon’ va a ir a Ucrania: hay tantos en activo o recientemente retirados en todo el mundo que encontrar aviones o piezas de repuesto no va a ser ningún problema. Eso es especialmente importante porque en el mercado internacional ya casi no quedan componentes de los vetustos MiG y los Sukhoi de la Fuerza Aérea de Ucrania.
Pero el F-16 puede aportar a Ucrania mucho más. Lo más obvio es tecnología. El ‘Viper’ puede conectarse a los sistemas de defensa que Occidente ha entregado a Kiev, lo que le permitiría, en teoría, derribar a los misiles crucero rusos sin necesidad de emplear sistemas tierra-aire como los sistemas ‘Gepard’ alemanes, los Patriot y NASAMS estadounidenses, o los IRIS-T germano-italianos.
En realidad, Ucrania está empleando la mayor parte de los misiles y bombas que opera el F-16. Pero su uso puede cambiar de manera cualitativa cuando el avión llegue a ese país. Eso se debe a que muchos de esos sistemas no encajan bien desde el punto de vista tecnológico -y, a veces, ni siquiera desde el físico- en los aviones de origen soviético que tiene Ucrania. En otras ocasiones, los ucranianos usan la versión ‘de tierra’ de ciertos misiles -como los NASAMS y los IRIS-T- pero no pueden poner esas armas en sus aparatos. Todo eso cambiará cuando lleguen los F-16.
Pero, hasta que eso suceda, pasará tiempo. El plan original de empezar el entrenamiento de los pilotos ucranianos en verano para que los cazabombarderos llegaran al frente en octubre ha sido aplazado. Los países que lleven a cabo el adiestramiento van a crear un centro de entrenamiento de F-16 en algún país del Este de Europa. Los ucranianos necesitarán alrededor de tres meses para estar en condiciones de usar los F-16 en combate, aunque EEUU lleva discretamente entrenando a pilotos ucranianos en su territorio desde hace un año.
Una vez que vayan a Ucrania, los aviones tendrán equipos de mantenimiento privados, es decir, de expertos occidentales pero que no estarán afiliados a ninguna Fuerza Aérea. El F-16 es un avión ‘duro’, aunque, al tener la toma de aire debajo del fuselaje, puede ser propenso a ‘tragarse’ objetos que haya en las pistas, ya sea nieve, chatarra, o tierra, con consecuencias que pueden ser trágicas. No obstante, el avión ha operado desde pistas con nieve en Noruega y Alaska, o con arena en Irak, Afganistán, Marruecos, Egipto e Israel, por lo que ése no debería ser un problema serio.
Lo que sí es una incógnita es cuántos ‘Fighting Falcon’ recibirá Kiev. Se habla de entre 50 y 100, aunque aún no se sabe quién los va a proporcionar, aparte de Holanda, acaso como ‘agradecimiento’ a Vladimir Putin por el derribo del avión de pasajeros de la aerolínea Malaysia Airlines en Ucrania por separatistas prorrusos controlados por Moscú en 2014 en el que murieron 193 ciudadanos de ese país y 105 más de otras nacionalidades. Noruega y Dinamarca parecen candidatos a aportar más unidades, en lo que parece que va a ser el sonado final de carrera del F-16, un avión que hizo Historia cuando fue creado y también la hará ahora en el crepúsculo de su vida en activo.
Agencias