Dos hombres que se odiaban a muerte hasta que un día, uno quiso visitar a su rival, encarcelado por Putin. Ahora Kárpov es el que está hospitalizado a la espera de la visita de vuelta de su leal enemigo

NotMid 02/11/2022

OPINIÓN

JORGE BENÍTEZ

Lo último que se supo de él durante cinco días fue que varios policías lo habían metido a la fuerza en una furgoneta. Un día lluvioso de noviembre de 2007 Gary Kaspárov era arrestado en una manifestación convocada para denunciar un supuesto fraude electoral de Vladimir Putin. Fue encerrado, incomunicado y sin posibilidad de contactar con un abogado, en una celda. El miedo a correr su misma suerte impidió que ningún amigo se interesara por él.

Sólo una persona lo intentó. Era embajador de la Unesco y catedrático de Economía de la Universidad de Moscú. Alguien muy bien relacionado que durante varias horas intentó convencer a los funcionarios del Ministerio del Interior para que se le permitiera ver cinco minutos al preso y darle una revista de ajedrez. Sin éxito.

No era amigo de Kaspárov. Pero le conocía mejor que sus amigos. Había pasado más de 500 horas a menos de un metro de distancia con la intención de aniquilarlo. Sabía cómo olía, cómo se vestía y cómo pensaba, mejor que cualquier agente del FSB, el remozado KGB. Era Anatoly Kárpov, el hombre que había perdido en la foto finish hasta tres campeonatos del mundo de ajedrez ante aquel preso atemorizado por el Estado.

Kárpov odiaba a Kaspárov. Kaspárov odiaba a Kárpov. Representaban las dos Rusias. La eslava y la mestiza. La comunista y la del libre mercado. La putinesca y la liberal. Una pareja que había protagonizado la rivalidad más longeva de la historia del deporte y revitalizado la pasión por el ajedrez en el mundo con el mismo éxito con el que Magic Johnson y Larry Bird resucitaban por entonces la NBA. Némesis soñadas por el marketing que se necesitaban para sobrevivir, combatir y abrazar la gloria.

«No fui a verlo para apoyarlo públicamente. Si una persona está en apuros… Por supuesto que no soy indiferente a eso», declararía Kárpov en una radio.

Su enemigo nunca ha olvidado ese gesto de cortesía.

Ahora es él quien está en apuros anclado a una cama de un hospital de Moscú. Su familia reconoció que el sábado sufrió un accidente doméstico. Entonces se publicaron informaciones que apuntaban incluso al coma, provocado bien por un golpe en la cabeza de un resbalón en la acera una noche de borrachera o incluso por una agresión callejera. En Rusia las historias van y vienen.

Los titulares de los medios occidentales recalcaban al recoger la confusa noticia que Kárpov es diputado de la Duma y fiel seguidor de Vladimir Putin sin recordar que, como informó Leontxo García, tuvo el coraje de mostrarse contrario a la invasión de Ucrania. Pero eso no importa ya. Lástima que Kaspárov, perseguido y non grata, no pudiera colarse en la clínica Sklifosovski para devolver la visita a su viejo enemigo y firmar de nuevo las tablas de la amistad.

Porque cuando despertó Kárpov esta mañana, Kásparov todavía no estaba allí.

Y Putín, sí.

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