Tras ocho años de cierre total, la reapertura del paso entre los dos países reanima la zona, mientras comienza a hincharse una burbuja económica como la desplegada por el chavismo en zonas de Caracas
NotMid 07/01/2023
IberoAmérica
El impacto de la apertura total de la frontera binacional ha reactivado en pocos días una zona deprimida durante años de conflicto. Los centros comerciales de Cúcuta, la ciudad colombiana más importante de la zona, hierven como si fuera vísperas de Nochebuena, mientras que los conductores venezolanos llenan los depósitos de gasolina de sus vehículos a precios más baratos y sin las interminables colas que han vuelto a su país.
Un mundo al revés, olvidado ya el contrabando de la casi gratuita gasolina venezolana a Colombia, que se vendía en decenas de puestos improvisados con pimpinas de plástico y recipientes de cualquier tipo. En sólo tres días, las autoridades colombianas han contabilizado 17.000 vehículos venezolanos en las calles de Cúcuta. Hasta el próximo lunes se ha impuesto la máxima flexibilidad a la hora de revisar la documentación de los carros, como los llaman por aquí.
Al otro lado, tras ocho años de cierre casi total, los colombianos apuran sus vacaciones y observan qué poco ha quedado de la antigua Venezuela, más allá del impacto que produce adentrarse hoy en el puente de Tienditas, rebautizado como Atanasio Girardot. Los observadores más puntillosos constatan así que en la frontera también comienza a hincharse una burbuja económica como la desplegada por el chavismo en zonas de Caracas, ajenas a la pobreza nacional, donde los Ferraris y los casinos conforman el espejismo bolivariano del “Venezuela se arregló”.
Los pasos aduaneros, los edificios administrativos incluso el personal desplegado en lo que ya es la Ureña venezolana lucen impecables, como salidos de una propaganda de la televisión revolucionaria. Taxis, motocicletas y vehículos privados entran y salen de Venezuela sin mayor problema, como si durante estos siete años de enfrentamientos y parálisis nada hubiera pasado. Para unos y otros se vislumbran grandes negocios, mientras se construyen urbanizaciones de lujo y se planean proyectos hoteleros en el área de Tienditas.
Una burbuja económica horadada por la realidad. A sólo 10 kilómetros, en el famoso Puente Internacional Simón Bolívar, el barrio colombiano de La Parada, perteneciente a Villa del Rosario, no engaña a nadie: miles de venezolanos van y vienen, algunos para comprar no lo que no tienen en su país, otros para unirse al enorme éxodo de 7,5 millones de emigrantes criollos repartidos por el mundo, dos de ellos en Colombia. Aquí no hay olor a nuevo, todo lo contrario: lo que se respira es pobreza.
“Me tocó hacer la idea”, describe Alessander, de 23 años y natural de Valencia, a dos horas de Caracas, mientras enseña al reportero los productos a la venta en su improvisado chuzo en medio del puente Simón Bolívar. Destaca El Killer Campeón El Sicario, un matarratas al parecer bastante efectivo. En la pequeña repisa improvisada con madera y cartones, también vende espejos, pegamento y calcetines, pero sobre todo ejerce como atalaya para comprobar que la frontera de los pobres hierve otra vez ahora que las trochas (pasos clandestinos) han quedado sólo para el contrabando.
“Me han invitado a ir a otros países, pero aquí estoy más cerca de mi casa. Ya llevo dos años y se va viviendo”, añade el joven mientras carretilleros, algunos incluso con improvisadas sillas de ruedas, cargan maletas y bultos de un lugar a otro de la frontera.
Estas estampas, que de forma tan certera describen la realidad fronteriza, están prohibidas en el Atanasio Girardot abierto el 1 de enero tras ser bendecido por obispos venezolano y colombiano en una ceremonia que tanto se asemejó a un culebrón latinoamericano. “El ambiente dantesco de La Parada no puede repetirse, habrá control de limpieza, armonía y seguridad. No habrá ni economía informal ni limpiavidrios ni será convertido en un mercado persa”, advirtió el gobernador chavista Freddy Bernal, verdadero hombre fuerte de la frontera y no sólo en el lado venezolano.
Pese a sus instrucciones, entre taxistas y viajeros colombianos ya se han producido las primeras denuncias por matracas (extorsiones) realizadas por miembros de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB), que durante años han engordado sus paupérrimos sueldos con los dólares y pesos colombianos que portaban los emigrantes venezolanos.
En medio del brote de felicidad que viven los habitantes de ambos lados se ciernen nubarrones heredados del pasado. La guerrilla colombiana del Ejército de Liberación Nacional (ELN), aliada estrecha del chavismo, sigue formando parte de la realidad política fronteriza en medio del proceso de “paz total” encabezado por el presidente Gustavo Petro. Pero también los “irregulares” revolucionarios, que tanto beneficio sacaron con el cierre fronterizo, buscan hoy su lugar en la nueva coyuntura económica.
Agencias