Nuestro cerebro encoge, el cociente intelectual cae y delegamos el talento en la tecnología. Cada vez más estudios alertan del imparable auge de la estupidez. “La inteligencia ya no es necesaria para sobrevivir”, proclama Pino Aprile en su último ensayo: ‘Nuevo elogio del imbécil’
NotMid 10/05/2025
Estilo de vida
En el verano de 1982, un camionero miope llamado Larry Walters que soñaba con ser piloto de las fuerzas aéreas de Estados Unidos ató 42 globos meteorológicos llenos de helio a una silla de jardín, cargó con una radio, un rifle de aire comprimido, una cerveza, varios bocatas y una cámara de fotos y voló a una altura de más de 5.000 metros sobre el distrito de Long Beach. Tras casi una hora de trayecto, descendió lentamente hasta que los globos quedaron atrapados en una línea de baja tensión provocando un apagón en un barrio entero de Los Ángeles. Larry sobrevivió, pero fue multado por atravesar sin autorización el espacio aéreo americano.
No tuvo la misma suerte el experimentado paracaidista de Carolina Norte que murió cinco años después tras saltar desde un avión para grabar a un equipo de paracaidistas sin haberse puesto antes el suyo. O aquel tipo brasileño reducido a cenizas durante una noche oscura tras iluminar con un mechero un depósito de combustible para comprobar si contenía elementos inflamables… Y, vaya, sí que los tenía. Tampoco el hombre iraquí que murió tras enviar una carta bomba sin el franqueo suficiente: Correos le devolvió el paquete y el terrorista lo abrió para ver qué le mandaban. ¡Bum!
Todos ellos, desde Larry el aventurero al fanático sin dinero para sellos, fueron reconocidos por los Premios Darwin, un irónico galardón que rinde tributo desde hace cuatro décadas a los ejemplares más estúpidos de nuestra especie. Sus bases sostienen que la humanidad mejora genéticamente cuando ciertos sujetos sufren accidentes, mueren o quedan estériles fruto de su soberana idiotez. Su palmarés sirvió hace unos años al Instituto de Medicina Celular de la Universidad de Newcastle para certificar el imbatible dominio del género masculino en el ranking de la imbecilidad (sí, los hombres somos más idiotas). Si embargo, la tesis de fondo de los Premios Darwin empieza a flaquear…
¿Y si nuestra evolución no castiga a los más estúpidos sino todo lo contrario? ¿Y si la inagotable lista de nominados a gilipollas del año sólo confirma el imparable ascenso de la idiotez? ¿Y si es cierto que cada vez somos más tontos?
El cociente intelectual de los humanos está descendiendo por primera vez en un siglo. No es una tontería, lo dice la ciencia. El nivel de los estudiantes universitarios se ha desplomado, el tamaño de nuestro cerebro se sigue encogiendo como una pasa según los últimos estudios antropológicos y, sobre todo, no me negarán que todos tenemos la sensación de estar rodeados de auténticos merluzos en todos los niveles y esferas posibles.
¿Y si nuestra inteligencia está definitivamente condenada a la extinción?
«La inteligencia ha agotado su función: ya no es necesaria y está siendo eliminada como en el pasado lo fueron otras características caducas como el pelo en todo el cuerpo, la cola o las muelas del juicio», sentencia el escritor italiano Pino Aprile (Gioia del Colle, 75 años) en su último ensayo: Nuevo elogio del imbécil (Gatopardo), una actualización del Elogio del imbécil que ya publicó con gran éxito en 1997. «La inteligencia está extinguiéndose y va camino de desaparecer», alerta ahora.
-¿Somos más imbéciles que en el 97, señor Aprile?
-Yo evito adentrarme en las arenas movedizas de las definiciones de inteligencia. Me limito a una, quizá reductiva, que la considera como la capacidad de resolver problemas, de dar respuestas a las preguntas. Y, en ese caso, la respuesta está ante nuestros ojos: cada vez más, esta función se delega a las máquinas. Máquinas con una capacidad de computación varios órdenes de magnitud superior a la nuestra. Máquinas que, cada vez más, son capaces de crear otras máquinas aún más potentes que las anteriores. Dicen que el hombre no es más que una enzima para transferir la inteligencia del carbono (nosotros, la biología) al silicio (los ordenadores, la tecnología). Y si con el teléfono móvil puedo hacer multiplicaciones, ¿para qué voy a memorizar las tablas de multiplicar?
-¿Es irremediable la pandemia de la estupidez?
-La estupidez se propaga y se contagia porque… ¿para qué molestarse si siempre hay otro que resuelve nuestros problemas?

Según Michel Desmurget, doctor en Neurociencia y autor de La fábrica de cretinos digitales (Península), un ensayo que sonó como un sopapo sobre la deriva del sistema educativo en medio mundo, la omnipresente dictadura de los dispositivos electrónicos ha hecho de los jóvenes de hoy en día la primera generación de la historia con un cociente intelectual más bajo que la generación inmediatamente anterior. «Si no se memoriza nada y hay que buscar en internet cada palabra, cada hecho y cada elemento implícito, comprender el enunciado más minúsculo se convierte rápidamente en una empresa titánica», explica el también director de investigación en el Instituto Nacional de la Salud de Francia.
Varios estudios han confirmado sus sospechas. El cociente intelectual está cayendo por primera vez desde los años 30 y el desplome se ha acelerado en el último cuarto de siglo. Un estudio realizado en Noruega atribuyó este fenómeno a factores ambientales y no genéticos. Y ambientales no quiere decir que el cambio climático nos haga más bobos -que también-, sino que nuestro contexto conspira contra nuestra inteligencia: desde los cambios en el sistema educativo o nuestra alimentación al hecho de que ahora leemos menos o pasamos más tiempo enganchados al maldito teléfono… inteligente.
Otra investigación, ésta realizada en EEUU y Canadá a partir del análisis de casi 10.000 estudiantes agrupados por décadas entre 1939 y 2019, demostró una disminución aproximada de 0.2 puntos en el cociente intelectual de los estudiantes universitarios cada año, hasta igualar la supuesta inteligencia de los mejores alumnos con la del promedio general de ciudadanos sin formación universitaria.
«¿Es este declive solo una especie de punto muerto en el que se elimina lo sobrante?», se pregunta Pino Aprile. «¿O es el principio de un viaje en sentido contrario al que nuestra evolución ha seguido hasta ahora? ¿Continuará decayendo la inteligencia hasta desaparecer totalmente?».
Volvamos un momento a su ensayo. Se lo resumiremos como si fuéramos su ChatGPT particular para que tampoco ustedes, mis queridísimos idiotas, tengan que pensar demasiado. Lo que el autor italiano defiende es que, igual que hubo especies acuáticas que se hicieron terrestres por necesidad o animales reptantes que acabaron volando, nadie nos asegura que todos nosotros no acabemos completamente cretinos para sobrevivir. Puro darwinismo: la sociedad actual nos empuja a ser imbéciles, recompensa a los tontos, nos ofrece infinitas alternativas digitales a nuestro intelecto y entrega el poder al más idiota posible. Que cada cual busque su ejemplo.
«Los estúpidos son prolíficos, los inteligentes no», escribe Aprile en un libro en el que dialoga con las ideas de Darwin y las tesis del Nobel de Medicina Konrad Lorenz para extraer sus cinco leyes del fin de la inteligencia.
Uno: El tonto vive, el listo muere.
Dos: El hombre moderno vive para volverse tonto.
Tres: La inteligencia trabaja en beneficio de la estupidez y contribuye a expandirla.
Cuatro: La imbecilidad sólo puede aumentar.
Y cinco: Cuando los hombres se juntan se vuelven más tontos todavía.
“La inteligencia ha agotado su función, no es necesaria para sobrevivir y está siendo eliminada como el pelo en todo el cuerpo”Pino Aprile, autor de ‘Nuevo elogio del imbécil’
Rebobinemos unos cuantos milenios y empecemos por el principio. Históricamente hemos asumido que el tamaño de nuestro cerebro era lo que diferenciaba a los humanos del resto de animales. Según los trabajos del paleoantropólogo Jeremy DeSilva, el cerebro humano casi ha cuadriplicado su tamaño en los seis millones de años transcurridos desde la última vez que nuestra especie compartió un ancestro común con los chimpancés. Sin embargo en los últimos tiempos la tendencia ha cambiado: el tamaño medio del cerebro se ha reducido desde hace unos 3.000 años en un volumen más o menos equivalente al de cuatro pelotas de ping pong.
El cambio, explica el estadounidense DeSilva, no responde a una reducción de nuestro tamaño corporal o a un cambio de dieta, sino al surgimiento de la inteligencia colectiva y la externalización del conocimiento en herramientas como Google. «La gente ya no tiene que saberlo todo», explica el profesor del Dartmouth College. «Como los individuos ya no tienen que pensar tanto para sobrevivir, sus cerebros se reducen de tamaño».
«Está demostrado en los animales: un gato salvaje ibérico domesticado pierde una parte importante del cerebro y lo mismo vale para nosotros», comparte Aprile. «Es obvio: si ya no tienes que exprimir las neuronas para encontrar cómo comer hoy, porque alguien te trae bocadillos y croquetas, ¿para qué cargar con un peso inútil en la cabeza?».
Desmond Collins, catedrático de Prehistoria de la Universidad de Londres, sostiene otra teoría más práctica que también aparece en Nuevo elogio del imbécil: nuestro cerebro dejó de crecer sencillamente porque los bebés con las cabezas más grandes morían en el parto o acababan con la vida de sus madres. Es decir, que las cabezas más privilegiadas fallecían antes de nacer y sólo los cocos más insignificantes llegaban al mundo sin problemas. Ya saben: El tonto vive, el listo muere.
Aprile, que no es antropólogo y además es más chistoso, lo resume a su manera: «El ser más inteligente que jamás existió en el planeta se extinguió hace menos de 50.000 años; nosotros somos sus nietos, descendientes del hermano tonto», teoriza. «La evolución siempre prefiere a un tonto vivo antes que a un genio muerto».

Asumiendo ya que sólo las mentes más estrechas logramos llegar a este mundo, veamos qué hace la naturaleza por nosotros. En Nuevo elogio del imbécil, el autor italiano subraya los altos índices de demencia en todo el mundo y el aumento de casos de alzhéimer, lo que combinado con la cada vez mayor esperanza de vida nos conduce a la segunda de sus leyes: el hombre moderno vive impepinablemente para volverse tonto. «Vivir más tiene un precio: menos cerebro», resume Aprile. «Las demencias serán cada vez más frecuentes y marcarán un proceso de entontecimiento senil que está destinado a adquirir proporciones enormes».
Y los síntomas de enajenación, que conste, asoman cada vez antes. Una encuesta reveló hace sólo unos años que apenas el 66% de los jóvenes estadounidenses de entre 18 y 24 años está seguro de que la Tierra es realmente redonda. Otro sondeo más reciente, de la Fundación BBVA, descubrió que el 30% de los españoles cree que los alienígenas ya han llegado a nuestro planeta. Un 14% sostiene que el hombre aún no ha pisado la Luna y un 24% asegura, superconvencido, que puede charlar con los espíritus.
«Hemos tenido una serie de líderes políticos en los últimos años, como Trump o Bolsonaro, que son buenos ejemplos de cómo prosperar en la ignorancia. Han hecho de ella un honor y han logrado una fuerte identificación entre su gente», lamentaba en estas mismas páginas la filósofa y socióloga eslovena Renata Salecl cuando publicó en España su ensayo Pasión por la ignorancia (Paidós), un libro que radiografiaba en 2023 la renuncia global a la inteligencia y el sentido común: «Hoy, un influencer, un gurú en internet sin ninguna formación, tiene un gran número de seguidores. Un concursante de Gran Hermano tiene más influencia que un científico».
“Hoy el mundo mismo está hecho a medida del imbécil, son una aplastante mayoría. Tarde o temprano siempre llega el hijo tonto”Pino Aprile, autor de ‘Nuevo elogio del imbécil’
Las tesis sobre la creciente dictadura de la idiotez se han reproducido en los últimos tiempos. El mes que viene se publicará La psicología de la estupidez (Península), un trabajo del psicólogo francés Jean-François Marmion que se apoya en las mentes más brillantes del mundo para tratar de explicar el mecanismo mental de los más zotes. ¿Son ya mayoría los segundos?, le preguntamos. «No, no es que hoy haya más gente estúpida, es que ahora los vemos más de la cuenta», relativiza él al otro lado del teléfono.
«Hoy lo vemos todo de todo el mundo a todas horas. Nunca habíamos visto tantas cosas sobre tanta gente al mismo tiempo», analiza Marmion. «Trump nos puede parecer un estúpido, pero imagínate si pudiéramos ver lo que hacían a todas horas Napoléon o Franco. Sería una pesadilla. Hoy estamos perdidos en miles de millones de informaciones, pero siempre recordamos las que nos cabrean. Si vas por la calle y te cruzas con 100 personas y todas pasan en silencio, no tendrás nada que contar al llegar a casa. Pero si te cruzas con un idiota, eso será siempre lo que recordarás».
-¿No es cierto entonces que la tecnología no está idiotizando a pasos agigantados?
-Eso mismo dijeron con la imprenta en el siglo XV. Y luego con las novelas. Y con las películas, el rock and roll, internet, los videojuegos, las redes sociales… En tu iPhone puedes encontrar toda la filosofía del mundo, cada película, todas las obras de arte… No es la tecnología lo que nos hace estúpidos, sino lo que elegimos hacer con ella.
Algo menos indulgente que Marmion fue en 2020 el filósofo francés Maxime Rovere, autor de ¿Qué hacemos con los idiotas? (Paidós), otro ensayo que pretendía responder a tres preguntas fundamentales en este tiempo. Por qué nos gobiernan los idiotas. Por qué los idiotas ganan siempre. Y por qué los idiotas se multiplican como esporas.
Cinco años después, el virus de la gilipollez sigue descontrolado. «La educación está empeorando y el conocimiento está volviendo a una élite intelectual, estos son hechos mensurables», lamenta hoy Rovere. «Hay amplios movimientos que favorecen a los idiotas. La falta de educación, la falta de esperanza, el miedo, el desprecio, el rechazo, la manipulación de masas allanan el camino a una dictadura de idiotas de dibujos animados».
-¿Cuándo desaparecerá entonces la inteligencia?
-La inteligencia siempre parpadea entre dudas, descubrimientos, preguntas… Nunca nació en un sentido estable. La inteligencia lo intenta. A veces tiene éxito, a menudo fracasa, y siempre aprende.
Y, según Aprile, sigue fabricando más estúpidos por el camino. Recordemos su tercera ley: La inteligencia trabaja en beneficio de la estupidez y contribuye a expandirla. El autor explica que el gorila más fuerte de la manada no comparte su vigor con el más enclenque ni la gacela más lenta corre más porque sus compañeras sean veloces, pero el más tonto de los hombres sí que parasita la inteligencia de los demás e iguala a todos hacia abajo. «Hoy el mundo mismo está hecho a medida del imbécil», censura. «Los imbéciles son una aplastante mayoría. Un tirano genial puede dominarlos por un tiempo, pero no existe una dinastía ininterrumpida de genios. Tarde o temprano llega el hijo tonto. En democracia, una cabeza es un voto, así que los imbéciles vuelven a ganar».
“La educación está empeorando y el conocimiento está volviendo a una élite intelectual, estos son hechos mensurables”Maxime Rovere, autor de ‘¿Qué hacemos con los idiotas?’
«Los roles siguen siendo los mismos: los inteligentes inventan la rueda o resuelven problemas como encender el fuego. Y luego los imbéciles recuerdan las soluciones encontradas por los genios y las replican, aunque no estén obligados a entenderlas», sigue el escritor italiano. «Yo uso mi móvil, pero no sabría cómo construir uno ni explicar cómo funciona. Todavía escribo con pluma estilográfica, pero admiro a los que saben hacerlas. Somos la única especie que pone al último en condiciones de hacer lo mismo que el primero porque la gacela lenta no puede pedir prestada la velocidad de otra cuando el león ataca».
¿Y cómo es posible que el planeta no se vaya al garete en manos de tanto tarado? Según Aprile, porque la inteligencia (igual que el último tiranosaurio) ya no es necesaria para que el mundo funcione. Incluso sobra. «La imbecilidad puede hacerlo igual de bien e incluso mejor».
Lo dice la cuarta ley: La imbecilidad sólo puede aumentar.
-¿Puede sobrevivir la civilización sin un mínimo de inteligencia?
-Sobreviven los perros, las hormigas, las bacterias… La inteligencia no es necesaria para sobrevivir. La pregunta es cómo sobreviviremos.
-¿Y cómo sobreviviremos? ¿Cuánta imbecilidad podemos soportar, porque su quinta y última ley del fin de la inteligencia dice que cuando los hombres se juntan se vuelven más tontos todavía?
-Hay un límite a la inteligencia soportable. Por eso se queman libros o a sus autores, para normalizar el nivel. Pero para la imbecilidad no existe límite.
Agencias