El virus estaba ya descontrolado a inicios de marzo, pero las autoridades ignoraban los datos reales y los mecanismos de transmisión

NotMid 15/03/2023

ESPAÑA

La fase más dura de la pandemia fue triplemente paradójica en España: gozábamos en teoría de un sistema sanitario privilegiado, pero no supimos ver la crisis hasta que nos pasó por encima; vivíamos el confinamiento más severo, pero la curva de muertes se elevaba a límites insólitos; y sufrimos más que nadie el daño que podía causar el virus, pero fuimos el primer país de nuestro entorno donde se descontroló otra vez tras salir del cierre.

Los tres años que han pasado desde que entró en vigor el primer estado de alarma han sumado un exceso de más 136.000 muertes por todas las causas en España, impulsado por las casi 120.000 que se han atribuido directamente al Covid. En los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), que llegan hasta junio de 2022, aún es la mayor causa de mortalidad, además de complicar la evolución de otras muchas enfermedades.

Pero no sólo hemos contado calamidades: la ciencia también ha progresado inmensamente estos años. Con el conocimiento que hoy ya está consolidado, ¿habría podido evitarse la catástrofe? En gran medida, sí. Estos son cinco de los errores que complicaron el confinamiento e hicieron que, tras superarlo, volviéramos a caer en nuevas olas:

1. SÍ CONTAGIA POR EL AIRE

El SARS-CoV-2 se transmite por aerosoles, lo que significa que puede flotar en el aire, sobre todo en entornos cerrados, y contagiar a distancia. A las autoridades sanitarias les costó mucho tiempo y varias olas admitir esta afirmación, que hoy se considera científicamente demostrada. El primer confinamiento se decretó bajo la creencia de que sólo se transmitía por contacto cercano y contagio de manos: limpiábamos las barandillas a conciencia, pero no salíamos al parque, donde es casi imposible infectarse manteniendo las distancias.

Así lo explicaba Stephanie Dancer, microbióloga de la Universidad Napier de Edimburgo: «Ni siquiera sería suficiente mantenerse a dos metros de alguien en una habitación en la que no entre aire fresco, sobre todo si estás más de 15 minutos. Por otro lado, si estás al sol y al aire libre, la probabilidad de adquirir el virus es casi despreciable». Conocer los mecanismos de contagio habría ayudado a actuar antes y ajustar medidas, en vez de exagerar unas, como el lavado de superficies, y descuidar otras, como las mascarillas o la limpieza del aire.

«En este tipo de retos, es esencial el conocimiento de los mecanismos de transmisión y la velocidad de reacción en las intervenciones, factores que resultan clave para controlar la propagación del virus», señala José María Martín-Moreno, doctor en Epidemiología por la Universidad de Harvard y catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad de Valencia. «En nuestro caso, y en muchos otros países, se tardó más de la cuenta en reconocer la transmisión por aerosoles y la importancia de la ventilación o filtración del aire. Deberíamos aprender la lección para futuros retos».

2. NO ERA UNA SOLA CURVA

En los primeros meses se asumía que era una enfermedad que sólo habría que superar una vez, tanto a nivel individual como comunitario. Los informes de datos reflejaban, junto a la cifra de muertes, la de personas «curadas». Y el objetivo era «doblegar la curva». Se daba por hecho que no habría reinfecciones y que nos hallábamos ante un problema puntual, que requeriría un esfuerzo muy intenso, pero limitado en el tiempo.

Nunca se comunicó que estábamos ante un desafío a largo plazo. Después del estado de alarma, llegó la supuesta victoria.

«Hubo triunfalismo gubernamental innecesario. Quiero interpretar que fue para animar a una población desconcertada ante la primera oleada», comenta Martín-Moreno. «No se puede imponer la normalidad por Real Decreto, sino gestionar la situación, en función de la aproximación científica, para volver a la normalidad cuanto antes, no precipitarla. Habría sido mejor mantener la guardia que bajarla precipitadamente. Eso motivó nuevos confinamientos y limitaciones de movilidad, incluso excesivas, que no habrían sido necesarias ante una adaptación más proporcional al riesgo, el cual se mantenía cuando se dijo que la primera ola había sido doblegada».

El mantra de que el virus no mutaba también contribuía al optimismo… hasta que quedó hecho trizas: «Fue impactante que, a finales de 2020, en tres partes separadas del mundo, aparecieran tres (variantes del) virus al mismo tiempo, y todas habían descubierto cómo infectar mejor», comentaba Darren Martin, investigador de la Universidad de Ciudad del Cabo. La variante alfa mató ese invierno a miles de personas que estaban a pocas semanas de poder recibir la vacuna.

3. SÍ ESTABA DESCONTROLADO

Las autoridades dibujaban a principios de marzo una situación tan optimista como irreal, dando por controladas las cadenas de transmisión. Pero el virus se propagaba a toda velocidad. El viernes 6 de marzo habían fallecido cinco personas por Covid en España. El domingo 8, ya eran 17. Cuando los hospitales empezaron a notar el impacto, ya era muy tarde. El martes 10, se contaban 35 defunciones; el domingo 15, ascendían a 288

En otoño de 2020, un análisis de los confinamientos en todo el mundo realizado en la Universidad de Tel Avid, y publicado en EMBO Molecular Medicine, estimó que, como media, un retraso de una semana en iniciar el distanciamiento social duplicaba el número de muertes. «El tiempo de respuesta es más importante que la severidad», resumían los científicos.

En España, con el virus especialmente descontrolado, un estudio realizado en la Universitat Rovira i Virgili estimó que haber confinado una semana antes habría salvado más de 20.000 vidas; y haberlo retrasado una semana más habría multiplicado por cuatro las muertes. Son cifras sujetas a gran incertidumbre porque, entre otras cosas, la gente empezó a protegerse por sí misma antes del estado de alarma. Pero la idea está clara: el tiempo es oro.

«Se actuó tarde», recuerda Joan Caylà, portavoz de la Sociedad Española de Epidemiología y presidente de la Fundación de la Unidad de Investigación en Tuberculosis. «Al principio había muy pocos test y se guardaban para pacientes procedentes de China, pero el virus ya estaba en Italia y en otros países, y llegó fácilmente a España, también vía partidos de futbol internacionales. Y, de España, pasó a América Latina…».

«En España, las autoridades hicieron cosas buenas, como posibilitar e implementar la vacunación a gran parte de la población, pero también deben reconocerse errores, entre los que destacan la tardía reacción y una comunicación francamente mejorable», resume, por su parte, Martín-Moreno. «Y se deberían haber basado en un sólido comité multidisciplinario de expertos, cosa que no se hizo».

4. LOS NIÑOS NO SON TONTOS

Los 6,8 millones de menores de 14 años que hay en España tardaron 42 días en poder salir de casa. Dos semanas antes, Salvador Illa, entonces ministro de Sanidad, había defendido que aún tendrían que esperar porque eran «vectores de transmisión». Poco tiempo después, algunos datos preliminares arrojaron cierta confusión y se extendió la creencia de que apenas contagiaban. ¿Cuál es la realidad?

En octubre de 2021, un trabajo del Hospital General de Massachusetts, que había seguido a 110 niños y jóvenes de entre dos semanas y 21 años, confirmó que los bebés, niños y adolescentes pueden albergar elevadas cargas virales. «Los niños con Covid-19, incluso los asintomáticos, pueden infectar y hospedar variantes del SARS-CoV-2», advertía la pediatra Lael Yonker, primera autora de la investigación, publicada en Journal of Infectious Diseases.

El excesivo castigo a los niños en el confinamiento no provino de un error estrictamente médico, sino social: sí transmiten el virus, pero no actúan como locos si se les explican las cosas, como meses después se comprobó cuando se produjo la vuelta al cole. Como ya decía Pedro Ruiz en los 80, «los niños no son tontos».

Pero en el primer confinamiento nadie lo anticipó: mientras se gastaban millones de euros en vacunas españolas que nunca existirán y aplicaciones de rastreo que jamás se usaron, apenas hubo estudios sobre cómo niños o adultos lidiaban con la pandemia, o cómo habrían actuado si se les dejaba ir al parque. «Una de las cosas que más he echado de menos en esta pandemia es un abordaje social; de ciencia social y ciencia del comportamiento», comentaba tras seis olas Julio Mayol, director médico del Hospital Clínico San Carlos.

«Hemos hablado mucho de la ciencia bioy no tanto de la ciencia social, y ahí yo creo que se han cometido errores», añadía.

5. LOS DATOS SÍ MIENTEN

Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, argumentó al periodista Jordi Évole en La Sexta, justo un año después del estallido de la crisis, que habría sido difícil cerrar antes porque «en España, hasta el día 9 de marzo, teníamos una incidencia acumulada en 14 días de alrededor del 0,5 o 0,6 por 100.000 habitantes, con la información de la que disponíamos, obviamente».

Hoy sabemos, y el propio equipo de Simón lo ha publicado, que solo se estaba detectando una mínima parte de los contagios reales; además, se notificaban con días de retraso. La incidencia nunca fue un indicador fiable, y esperar al impacto en los hospitales resultó catastrófico. «Las decisiones de vigilancia, de intensificar el control, no deben depender de la incidencia, sino de cómo está creciendo la R [o número reproductivo, que refleja cuántos contagios provoca, como media, cada persona que se infecta]», aclaraba durante la segunda ola Daniel López Codina, investigador de la Universidad Politécnica de Cataluña.

El dato, por tanto, refleja lo rápido que está creciendo la epidemia y, en consecuencia, cuán urgentes son las medidas. Pero también aquí hubo confusión, porque hay dos números R distintos: R0 (número reproductivo básico) y Rt (número reproductivo instantáneo). La diferencia es que R0 es un valor general, que resume lo ocurrido a lo largo de una epidemia, por lo que «es solo una aproximación relativamente imperfecta»; mientras que Rt «nos indica la tasa de transmisión real del virus en un determinado momento», distingue Martín-Moreno.

Sin embargo, «hubo cierta obsesión por parte de los líderes políticos y los propios especialistas con el valor del R0 en esos días». R0 no distingue, por ejemplo, entre un invierno chino y una primavera en España, aunque las dinámicas sociales eran muy diferentes. Teníamos mucho menos tiempo del que los indicadores oficiales marcaban. Los datos nunca sirvieron para reaccionar a tiempo; si acaso, para justificar la demora.

“Hubo errores iniciales tanto en la calidad de los datos utilizados, con deficiencias en la sensibilidad y especificidad de la información, como en la forma de analizarlos”, repasa Martín-Moreno, quien contrasta: «Ahora conocemos mejor qué indicadores o qué debería hacerse ante una crisis epidémica, y estamos mejor preparados para afrontar una próxima. Hay motivos para la esperanza». Otra lección aprendida es que los brotes deberían identificarse en Primaria, antes de que lleguen al hospital y sea tarde para frenar las muertes.

El problema es hoy que, «como consecuencia en buena medida de la pandemia, la Atención Primaria está sobresaturada», lamenta Caylà. «El médico debe saber directamente cómo va la infección entre su población atendida». Algo que ni ocurría en 2020 ni ocurre ahora.

Agencias

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