Con él no ha caído sólo un secretario de organización, sino el hacedor del viraje amoral del PSOE, el que ha encajado las piezas de la “España plurinacional”
NotMid 19/06/2025
OPINIÓN
LEYRE IGLESIAS
Santos Cerdán apenas daba entrevistas ni mítines, pero es la figura que, martillazo a martillazo, ha transformado al PSOE en lo que es hoy. Con él no ha caído sólo un secretario de organización, sino el hacedor del viraje amoral del partido, el que durante años ha ido encajando las piezas de la «España plurinacional». Santos era el humilde técnico de mantenimiento que le hacía el trabajo sucio al presidente. Discreto, rudo, leal.
Todo empezó en el verano de 2019 con el pacto que él mismo negoció para hacer presidenta a María Chivite, carne de su carne, tras unas elecciones ganadas por UPN. Era arriesgado: había que rehabilitar a Bildu -y liberar a los presos- sin esperar a que condenase su terrorismo fundacional. Pero si el peor partido de España, el que hunde sus raíces inmediatas en la más salvaje deshumanización, era aceptado como miembro de la «mayoría progresista», el camino quedaba despejado para lo que viniera después.
Y así fue. Desde Navarra, Santos no solo exportó su discreto y rudo sistema de cobro de mordidas, sino la concreción fáctica del «no es no»: un PSOE vertebrado en torno al objetivo prioritario de que la derecha no gobierne jamás. Porque conviene subrayar que en esto Vox no es más que una verosímil excusa: para que el partido trumpista no pinte nada, bastaría con que el PSOE facilitase a los populares que gobiernen allí donde ganen. En Navarra, de hecho, Vox ni existía. El marco de la emergencia antifascista se construyó después.
Total, que tras Bildu llegaron Junts y ERC. Hubo que rehabilitarlos políticamente, indultar a sus delincuentes e incluso borrar sus delitos aunque -qué importa- prometieran «volverlo a hacer». Y Santos, el hombre del presidente, encajó de nuevo las piezas.
El tercer servicio ha sido áspero. Ante las informaciones e investigaciones sobre su mujer, su hermano y su ex ministro de Transportes, el presidente pulsó el botón rojo: la derecha preparaba un golpe de Estado contra él. Santos tampoco dudó aquí en remangarse hasta hallar en los bajos fondos algunas armas para defender a Pedro. Rudo, leal, menos discreto esta vez.
El desenlace del cuento es pura ironía. Si para blindar al presidente había que tragar con Otegi, con Puigdemont y con el embate a la «fachosfera», ese mismo objetivo celestial nos obliga ahora -al país y a cada cargo y afiliado socialista- a tragar con la corrupción del propio Santos y con las subastas de prostitutas que organizaban dos de los pasajeros de aquel Peugeot.
El hormigón de los túneles de Belate se tambalea al lado de esta obra descomunal. En un último servicio al presidente, la doctrina Santos sobrevive a su propio ejecutor: peor sería, amigos, que gobernara Feijóo.