El calor ya es la mayor amenaza climática para la salud de los europeos. Este martes se supo que los últimos ocho años han sido los más abrasadores desde que hay registros. “El clima extremo aumenta la exposición a infecciones, reduce la productividad laboral y daña la salud mental”, alertan los expertos
NotMid 11/01/2023
Ciencia y Tecnología
El calor a destiempo está dejando de ser una rareza en Europa, incluso en los países del centro y del norte del continente cuyos habitantes suelen envidiar la meteorología mediterránea. Naturalmente sigue haciendo mucho frío en esas regiones pero sus largos y monótonos inviernos son interrumpidos cada vez con más frecuencia por inesperados periodos de calor, como el que se ha vivido a finales de diciembre y principios de enero en lugares dispares de Europa poco habituados al calor en estas fechas: 18,9 ºC en Budapest, 15º C en Varsovia, 20 ºC en los Alpes suizos, 25,1 ºC en Bilbao… En el sur de Francia comenzaron 2023 con 25 ºC mientras que en zonas de Alemania disfrutaron de días a 20 ºC. Estas temperaturas inusualmente altas son la última prueba de una tendencia sobre la que, a lo largo del último año sobre todo, han advertido diversos estudios científicos por sus consecuencias en la salud y en el bolsillo de los europeos.
“El aumento de las temperaturas y de los eventos extremos más frecuentes e intensos, como las olas de calor, inundaciones, sequías e incendios forestales, amenazan nuestra salud en términos de exceso de mortalidad debido al calor extremo y la contaminación, aumentando la exposición a enfermedades infecciosas, la pérdida de productividad laboral y empeorando la salud mental”, resume Rachel Lowe, líder del equipo de Resiliencia en Salud Global del Barcelona Supercomputing Center-Centro Nacional de Supercomputación (BSC-CNS) y directora de The Lancet Countdown in Europe, la versión europea del prestigioso informe sobre salud y cambio climático que publica anualmente la revista Lancet Public Health.
España, Italia, Francia, Irlanda o Reino Unido han declarado ya a 2022 como su año más caluroso desde que hay registros pero como señaló este martes Carlo Buontempo, director del Servicio de Cambio Climático de la red europea de vigilancia Copérnico, durante la presentación de su informe de Datos Destacados del Clima Mundial, “el elemento realmente importante no es si un país ha tenido su año más caluroso, sino la foto global”. Esa imagen es la que ha ofrecido este trabajo, que señala que los últimos ocho años han sido los ocho más cálidos desde que hay registros a nivel mundial.
En Europa, 2022 fue el segundo año más caluroso desde que hay mediciones, sólo superado por 2020 y ligeramente más cálido que 2019, 2015 y 2014. El pasado verano fue el más tórrido en el continente por un claro margen, desbancando del número 1 del ranking al verano de 2021. El otoño también resultó atípico: fue el tercero más abrasador (por detrás del de 2020 y 2006) mientras que la temperatura invernal fue un grado más alta que la media. Sólo marzo, abril y septiembre tuvieron temperaturas por debajo de la media.
En España, el pasado diciembre fue casi tres grados más caluroso de lo habitual, como constató el lunes el balance de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), que lo clasificó como el diciembre más caluroso desde 1961, desbancando a diciembre de 1989 por 0,2 ºC de diferencia. Pero, sobre todo, nuestro país ha sufrido en 2022 una temporada histórica de olas de calor, tres en un mismo verano (la primera, entre el 12 y el 18 de junio, antes del inicio oficial de la estación).
En total, España estuvo bajo una ola de calor 42 días, es decir, prácticamente la mitad del verano, superando con creces el anterior récord de 29 días, ocurrido en 2015, y favoreciendo una oleada de graves incendios forestales. Según el balance de Copérnico, España, Francia, Alemania y Eslovenia registraron en 2022 las mayores emisiones por incendios forestales en verano de los últimos 20 años al menos.
Por otro lado, la persistente falta de lluvia unida al calor extremo y a otros factores, provocó una sequía generalizada que pese a las precipitaciones de diciembre, aún sufrimos. “2022 fue otro año más de extremos climáticos en Europa y todo el mundo. Estos acontecimientos ponen de manifiesto que ya estamos experimentando las devastadoras consecuencias del calentamiento de nuestro planeta”, señala Samantha Burgess, directora adjunta del Servicio de Cambio Climático de Copérnico, que subraya que “para evitar las peores consecuencias será necesario que la sociedad reduzca urgentemente las emisiones de carbono y se adapte rápidamente al cambio climático”.
Una tendencia que ha hecho que en su informe del pasado noviembre, la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA) considerara al calor como la mayor amenaza climática para la salud de los europeos pese “al clima predominantemente templado y a la situación socioeconómica relativamente próspera que hay en comparación con otras regiones”. La población europea es especialmente vulnerable al calor por el envejecimiento de la población y la prevalencia de enfermedades crónicas, así como por otros factores como la urbanización, el “efecto isla” en las ciudades y prácticas laborales obsoletas, según señala este informe liderado por Aleksandra Kamierczak.
Y es que detrás de esa vulnerabilidad de los europeos ante el calor hay dos razones fundamentales vinculadas al cambio climático. Por un lado, “el aumento de temperaturas, que provocan ya el mayor número de muertes asociadas a causas naturales en Europa y se espera que aumenten sustancialmente debido al cambio climático antropogénico”. Y en segundo lugar, la propagación de enfermedades infecciosas debido a las condiciones propicias para que lleguen insectos que antes no vivían en nuestras latitudes.
“Estamos viendo en Europa cada vez más brotes locales de enfermedades transmitidas por el mosquito Aedes albopictus (también llamado mosquito tigre), como el dengue y el chikungunya, por ejemplo, en España, Francia e Italia. Esto es algo particularmente preocupante, dada la creciente conectividad entre Europa y las áreas del mundo donde el dengue y el chikungunya son endémicos, a lo que se suma un alargamiento de las estaciones aptas para los vectores que pueden transmitir estas enfermedades”, explica Rachel Lowe, coautora también del informe de AEMA y profesora ICREA.
Según el primer informe The Lancet Countdown in Europe que Lowe ha dirigido y que se publicó el pasado octubre, “las condiciones ambientales favorables para la transmisión del dengue aumentaron un 30% en la última década con respecto a los años 50, mientras que el riesgo ambiental de brotes del virus del Nilo Occidental creció un 149% en el sur de Europa y un 163% en Europa central y oriental en el periodo 1986-2020 con respecto a 1951-1985″. Por otro lado, también se está alterando la temporada de floración de varias especies de árboles que producen alergias. Por ejemplo, la del abedul, el olivo y el aliso comienza entre 10 y 20 días antes que hace 41 años, para disgusto del 40% de la población en Europa que es alérgica al polen.
En ese trabajo, codirigido por el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), impulsado por la Fundación la Caixa, los autores destacaban que “la exposición a olas de calor aumentó un 57% de media en el periodo 2010-2019 en comparación con el periodo 2000-2009, y más de un 250% en algunas regiones, lo que supone un alto riesgo de morbilidad y mortalidad relacionadas con el calor para mayores, niños pequeños, las personas con enfermedades crónicas y las que no tienen un acceso adecuado a la sanidad”.
“El verano de 2022 fue el verano de las olas de calor”, coincide el informe de la AEMA, que subraya que ya en mayo comenzaron a darse temperaturas peligrosas para la salud humana en el sur de Europa, mientras que en julio, las temperaturas superaron los 45 ºC en España y los 46 ºC en Portugal.
Rubén del Campo, portavoz de Aemet, destaca en conversación telefónica otro aspecto que están observando: “Además de la subida de las temperaturas, el cambio climático está propiciando en el suroeste de Europa, es decir, en la franja en la que están Portugal, España, Francia e Italia, una mayor frecuencia de un tipo de circulación atmosférica que favorece la llegada de masas de aire del sur, de África, y hace que las olas de calor sean todavía más frecuentes”.
Atribuir muertes al calor es un asunto complejo por los diversos problemas que causa en la salud, la gran cantidad de factores socioeconómicos involucrados y la diferente forma de realizar las estadísticas que siguen las instituciones de cada país, por eso las estimaciones que se realizan desde distintos organismos científicos varían.
Por ejemplo, citando organismos nacionales, el informe de la AEMA recogía cómo en junio, julio y agosto de 2022, España registró más de 4.600 muertes atribuibles a temperaturas superiores 40°C (Sistema de Monitorización de la Mortalidad diaria por todas las causas, MoMo, 2022), mientras que en Alemania, en julio hubo en julio un 12% más de muertes que la media de los años 2018-2021 (Oficina Federal de Estadística, 2022).
Por su parte, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estimó que hasta noviembre, 15.000 personas habían muerto por el calor en Europa en 2022 -4.000 de ellas en España, 4.500 en Alemania y 3.200 en Reino Unido-.
“Nuestro reciente informe de indicadores Lancet Countdown in Europe mostró que desde 2000, las muertes relacionadas con el calor han aumentado en 15 muertes por millón de habitantes por década en promedio en toda Europa y en 30 muertes por millón de habitantes por década en España”, precisa Rachel Lowe. Según este trabajo, la mortalidad vinculada al calor temperatura aumentó en el 94% de las 990 regiones vigiladas, como consecuencia del calentamiento observado entre 2000 y 2020.
Sin medidas efectivas de adaptación, advierte la AEMA, el número de fallecidos irá en aumento hasta el punto de que 90.000 europeos podrían morir cada año por las temperaturas extremas hacia 2100 en un escenario en el que la temperatura global aumente tres grados centígrados (el objetivo de la comunidad internacional es limitarlo a 1,5 grados pero las proyecciones hacen complicado este objetivo y apuntan ya a 2,5 grados). De momento ya se ha superado el grado de calentamiento.
Pero como señalaba un reciente estudio realizado en 27 países publicado en la revista de la Asociación Americana del Corazón, no sólo las altas temperaturas son una amenaza para la salud. También lo es el frío extremo. Un análisis de 32 millones de casos de muertes por causas cardiovasculares registradas en cuatro décadas reveló que las temperaturas extremas, ya sean altas o bajas, incrementaban el riesgo de muerte de personas con enfermedad cardiovascular, concluyendo que uno de cada 100 fallecimientos por esa causa se atribuían a días con temperaturas extremas.
La buena noticia es que en Europa, casi todas las muertes asociadas a las altas temperaturas serían evitables con medidas de prevención y una mejor preparación para posibles brotes de infecciones sensibles al clima, según apuntan los científicos de la AEMA, que consideran “esencial desarrollar avisos tempranos” y aumentar la solidez de los sistemas de salud.
Lowe detalla algunas de las medidas que podrían implantarse: “Los esfuerzos integrados de adaptación y mitigación, como la ecologización urbana, el diseño de edificios energéticamente eficientes, infraestructuras seguras para moverse en bicicleta y caminar, son cruciales para aumentar simultáneamente la resiliencia, reducir las emisiones de carbono y proporcionar beneficios colaterales para la salud, como un aire más limpio y ciudades más habitables”. Y es que, como señala esta experta, “la creciente intensidad y frecuencia de los eventos extremos, incluidas las olas de calor, no sorprende a la comunidad científica, que lleva décadas advirtiendo sobre estos riesgos durante décadas. Lo que es sorprendente y profundamente preocupante es la falta de esfuerzos ambiciosos de adaptación y mitigación por parte de los líderes mundiales para proteger la salud y los medios de subsistencia de los devastadores impactos en la salud del cambio climático antropogénico”.
“El coste de las olas de calor es mucho mayor de lo estimado”
Los fenómenos extremos vinculados al cambio climático no sólo afectan a la salud. También causan directa e indirectamente graves pérdidas económicas y en infraestructuras. Según el informe The Lancet Countdown in Europe, entre 2011 y 2020, el 55% de las regiones europeas se enfrentaron a sequías estivales entre extremas y excepcionales, y a otros fenómenos extremos como las inundaciones. Las pérdidas económicas por estos eventos extremos ascendieron en 2021 a 48.000 millones de euros en todo el continente.
Otro estudio, publicado en octubre en la revista Science, cifraba en 16 billones de dólares las pérdidas económicas ocasionadas por las olas de calor entre 1992 y 2013 en todo el mundo. «El verdadero coste del cambio climático es mucho más alto de lo que habíamos calculado hasta ahora», señalaba Justin Mankin, coautor de ese estudio e investigador del Dartmouth College.
Los ciudadanos que trabajan al aire libre son, lógicamente, más vulnerables al calor. Según el informe de la AEMA, el aumento de temperaturas hace que se pierda una media de 16 horas anuales de trabajo por empleado (en comparación con la media del s.XX) en los sectores más expuestos al calor, algo que preocupa sobre todo en el sur de Europa.
Agencias