Nebrija relaciona la lengua no solo con la consolidación del imperio, sino también con la vertebración nacional
NotMid 01/05/2022
OPINIÓN
LUIS CASTELLVÍ LAUKAMP
La Gramática castellana de Antonio de Nebrija (1444-1522) es uno de los libros más célebres del Renacimiento. Se trata de la primera gramática de una lengua romance. Su fecha de publicación (1492) coincide con el fin de la Reconquista, el descubrimiento de América y la expulsión de los judíos. El prólogo contiene una frase célebre: «siempre la lengua fue compañera del imperio». Al igual que los hombres, las lenguas tendrían su infancia, madurez y declive. La fragmentación de la lengua imperial coincidiría con la caída del imperio que la sostuvo.
Si bien es tentador ver a Nebrija como un profeta de la España imperial, su Gramática no tuvo ningún impacto. El humanista Juan de Valdés (1509-1541) se jactaba de no haber leído el libro, e incluso recordaba que la Gramática solo había sido impresa una vez (Diálogo de la lengua, 1535). Hay que esperar hasta el siglo XVIII para la segunda edición. Valdés sostenía que nuestro conocimiento del castellano procede del uso. De ahí que, a su juicio, fuera estéril imponer el artificio estático de una gramática a una lengua viva. El propio Nebrija admite que Isabel la Católica, a quien dedicó su Gramática, le preguntó «que para qué podía aprovechar».
Sin embargo, Nebrija sí fue comprendido en otras cuestiones. Por ejemplo, Valdés se sumó a su defensa del latín. Este idioma ofrece la primera respuesta a la pregunta de la reina. Según Nebrija, quienes aprendan la gramática castellana «querrán venir al conocimiento de la latina». En efecto, Nebrija no debe su fama en vida a la Gramática castellana, sino a su labor como latinista. Consideraba que el latín debía ocupar un lugar central en los estudios humanísticos. Insatisfecho con el nivel de su época, publicó un manual de latín que tuvo mucho éxito (Introductiones latinae, 1481). En la introducción, Nebrija afirmaba haber superado «a los enemigos de la lengua latina, a los que con la edición de esta obra acabo de declarar la guerra». Como señala Caroline Egan, el lenguaje es figurado, pero su agresividad muy sugerente: la lengua es la materia de las guerras.
Los misioneros habían aprendido latín con el manual de Nebrija, por lo que aplicaron su método a las lenguas indígenas. Así, Introductiones latinae se convirtió en el modelo de las gramáticas del Nuevo Mundo. Domingo de Santo Tomás y Alonso de Molina –autores de las primeras gramáticas de quechua y náhuatl, publicadas en 1560 y 1571– reconocieron su deuda con Nebrija. Las lenguas filipinas también encajaron en el marco de Introductiones latinae. Magalí Armillas-Tiseyra, traductora de Nebrija al inglés, destaca que el papel del castellano en la colonización de América no fue el paseo triunfal de una «compañera del imperio». Los misioneros se sirvieron de las lenguas indígenas para la evangelización. El español se impuso como lengua común solo al final del periodo virreinal.
Precisamente, esta era la aspiración de Nebrija: el español como koiné. Y esta es la segunda respuesta a la pregunta de la reina. La Gramática castellana sirve para quienes «de alguna lengua peregrina querrán venir al conocimiento de la nuestra» asevera en el prólogo. El libro revela una tensión entre proteger las fronteras de la lengua y facilitar su expansión. ¿Expansión hacia dónde? La Gramática es de agosto de 1492, el mismo mes en que partió Colón, por lo que no podía referirse a los habitantes del Nuevo Mundo. El mundo de Nebrija era europeo, peninsular, aunque tampoco pensaba en los moriscos, que a finales del siglo XV aún podían hablar en árabe. El prólogo menciona como destinatarios a los musulmanes («los enemigos de nuestra fe»), pero hace hincapié en los vecinos («franceses, italianos») y sobre todo en los compatriotas («vizcaínos, navarros»).
Por tanto, Nebrija relaciona la lengua no solo con la consolidación del imperio, sino también con la vertebración nacional: «Los miembros y pedazos de España, que estaban por muchas partes derramados, se redujeron y ayuntaron en un cuerpo y unidad de reino». La imagen es sugerente. Unidas las extremidades, España emerge como reino, y los Reyes Católicos como encarnación simbólica del Estado moderno. Cuatro siglos después, Antonio Machado ofrecería el envés de esta alegoría. Su poema A orillas del Duero describe el paisaje castellano como los «harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra». Es decir, tras la pérdida de las colonias (1898), Castilla ya no sería el corazón de la nación-imperio, sino el cadáver de un guerrero derrotado.
Consciente de la futura decadencia, de la que ningún imperio escapa, Nebrija afirmaba haber escrito su Gramática para «engrandecer las cosas de nuestra nación». Se refería al acervo cultural que España debe cuidar: el derecho, la historia, la literatura… y por supuesto el idioma. Nebrija piensa muy a largo plazo: algún día desaparecerá nuestro imperio, pero la Gramática permitirá seguir aprendiendo español, aun como lengua muerta. El artificio de gramaticalizar el idioma permite preservar los «loables hechos» del imperio para la posteridad.
Hoy en día, es habitual que los cursos de Siglo de Oro comiencen con Nebrija en 1492. No hay mejor introducción a la época que el prólogo de su Gramática. Sintetiza la visión del mundo de la España imperial. Ahora bien, la frase célebre describe una realidad más compleja de lo que parece. Lo explicó el admirado y querido J. H. Elliott (1930-2022), a quien dedico este artículo: «La lengua, como Nebrija nos recuerda, siempre ha sido compañera del imperio; pero el imperio habla en muchas lenguas».
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