Fue recibido como inidóneo por el CGPJ y ha sido despedido con una inhabilitación del Supremo. Nunca fue digno del cargo y sólo habrá contribuido a deteriorar la institución en tal grado que la deja abocada a una reforma profunda
NotMid 20/11/2025
OPINIÓN
RAFA LATORRE
El periplo de Álvaro García Ortiz está recorrido de principio a fin por la ignominia. Fue recibido como inidóneo por el CGPJ y ha sido despedido con una inhabilitación del Supremo. Nunca fue digno del cargo y sólo habrá contribuido a deteriorar la institución en tal grado que la deja abocada a una reforma profunda. Una que no esté dictada por Félix Bolaños.
Una sentencia ha de ser justa y, por tanto, jamás ejemplarizante. Sin embargo, hay otras instancias que deberían darse por aludidas en esta ocasión. Desde luego el Gobierno, cuyo presidente consideró al fiscal general como uno más de los ministros. Probablemente lo creyó así, sin cinismo, y así lo reconoció con obscenidad en la radio pública.
A nadie le importa que el Gobierno no comparta la sentencia. Ahórrense ahora las opiniones todos aquellos que reclamaron unas disculpas a quienes, con afinado criterio, anticiparon el triste destino del fiscal.
Una parte del periodismo también debería hacer su acto de contrición. Quiso colar sus épicas fantasiosas en la vista y llegó a creerse parte activa de la causa. Nada tiene que reprocharse ningún periodista por la desgracia de García Ortiz. Otra vez se vuelve a demostrar que, más que el cuarto poder, es el cuarto querer y no poder.
El presidente de la Sala, el adusto Martínez Arrieta, comenzó pronto su carrera y cuando todavía estaba tierno se enfrentó a presiones mucho más intimidantes que esta atmósfera pueril. Hay una parte del periodismo que vive en permanente simulacro.
Tiene razón la oposición cuando asegura que la inhabilitación de García Ortiz debería arrastrar a cualquier gobernante convencional. Como Sánchez no lo es, cabe prever que, en su lugar, hará otro nombramiento epatante, otra de esas exhibiciones de su falta de escrúpulo democrático con las que pretende amedrentar a sus adversarios.
Convendría estudiar con detenimiento lo que el sanchismo les hace a las personas. La verdad judicial sugiere que García Ortiz no se ha comportado de una forma distinta a la de la inverosímil Leire Díez. Dos fontaneros que, conscientes de la deuda contraída con sus cargos, se movilizaron en cuanto escucharon el somatén de un presidente, que, en forma de cinco días de asueto y una carta lastimera, pidió a los militantes que los protegieran a él y a su familia del cerco judicial. Aquel episodio, el más significativo de todo el mandato de Sánchez, desató una movilización general. Cada uno hizo lo que pudo. Cada uno se condenó como pudo.
