Feijóo no está para la ocurrencia de los seis cara a cara porque se ve en la cresta de la ola
NotMid 18/06/2023
OPINIÓN
MARISA CRUZ
Que el bolsillo pesa en la decisión de los ciudadanos a la hora de elegir la papeleta que meterán en las urnas es un principio ampliamente aceptado aunque no siempre se cumpla. Parece razonable pensar que una situación económica desastrosa con niveles de desempleo galopantes, cierres de empresas, inflación al alza y salarios y pensiones congelados, cuando no recortados, puede fulminar a un Gobierno.
Al Ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero le pasó. Cierto es que el pozo en el que se hundía el país tuvo como origen el descalabro de Lehman Brothers y el pinchazo de una burbuja inmobiliaria-financiera que no se le puede achacar al ex presidente, aunque sí se le pueda atribuir el empeño cerril en negar la llegada de un ciclón que todo el mundo avistaba y, sobre todo, las estrambóticas medidas adoptadas para intentar sortear la tormenta. Recuerden aquello del multimillonario Plan E o los cheques bebé indiscriminados. El caso era gastar como si a golpe de talonario nacional se pudiera paliar el trompazo mundial.
Que los españoles, aterrorizados ante la que ya tenían encima, decidieron huir de un Gobierno en el que ya no confiaban y optaron por aferrarse a la alternativa que les presentaba el PP es una realidad incuestionable. Zapatero había prometido, cuando ya la cosa tenía poco remedio, tomar las medidas necesarias para salir del agujero. «Me cueste lo que me cueste», dijo, pero para entonces el presidente ya había perdido toda la credibilidad.
Rajoy no era la alegría de la huerta, ni tenía hechuras de político audaz, ni arrollaba con su carisma; simplemente se comprometía a «llamar al pan, pan y al vino, vino», a contar la verdad a los españoles y a coger el toro por los cuernos. Y el votante, incluso sabiendo que aquello anticipaba enormes sacrificios, lo prefirió. En aquellas elecciones, la situación económica fue decisiva. El panorama era negro y la ciudadanía quiso apostarlo todo a un cambio. Era la única salida. El PP ganó con mayoría absoluta.
Ahora, Pedro Sánchez quiere hacer de su gestión económica el eje de la campaña. Convertir los datos macro y las medidas sociales que ha aprobado para paliar los efectos de la pandemia y de la guerra en Ucrania en su primera bandera electoral. Está dispuesto incluso a ondearla en exclusiva negando la participación -y también el papel decisivo, no hay que negarlo- de su socio menor en el Ejecutivo, Unidas Podemos.
Ahí está la vicepresidenta Nadia Calviño, que no se presenta a las elecciones, cantando día sí y día también las excelencias de la política que ella y el presidente -en «tándem», dice- pusieron en marcha para proteger a los españoles.
Nadia se ofrece, porque así se lo ha pedido Sánchez, a debatir con Nadie, o sea, con quien elija Feijóo como puntal económico de su programa y de su hipotético futuro Gobierno. La oferta se suma a la ocurrencia de los seis cara a cara con los que el presidente ha tratado de desafiar, con poco éxito, al líder de la oposición. En esas zarandajas se iba a embarcar Feijóo ahora que se cree en la cresta de la ola. Vamos, hombre.
Pero Sánchez se equivoca. Es más que probable que en estas elecciones del 23-J la economía no tenga el protagonismo. ¿Por qué? Pues precisamente porque no va mal en los grandes datos pero se arrastra en los domésticos. Los votantes no están asustados porque no perciben un escenario negro, aunque al mismo tiempo padezcan una cesta de la compra carísima, unas hipotecas por las nubes y una pérdida de renta respecto a hace casi dos décadas de hasta 17 puntos. Con la media de la Unión Europea ya ni comparamos.
Lo primero les induce a despreocuparse de un discurso electoral que vaticina males mil, porque no los ven en el horizonte. Lo segundo les empuja al cambio porque quieren alivio, y cuanto antes mejor, para el día a día.
Así que discursos sobre los fondos Next Generation -si llegan, si no llegan, si se ejecutan o si no- tienen toda la pinta de importarle menos que nada al del bar de la esquina, al peluquero, a la administrativa, al taxista , a la maestra o al celador. En definitiva, a la inmensa mayoría. Son miles de millones esenciales para España, sí, pero el votante de a pie no los ve, a diferencia de las facturas que el banco le remite cada fin de mes.
Razones para votar pensando en los números, grandes pequeños, racionales, enteros o con decimales hay muchas, pero, en esta ocasión, habrá otras que las opacarán y serán emocionales. Lo siento mucho, señor Carville, pero su famosa máxima, la que dicen que le hizo a Bill Clinton ganar unas elecciones presidenciales, en España, para este 23-J, no nos vale: «No será la economía, estúpido»