El presidente no puede declararse ajeno a la corrupción que practicaron con impunidad sus dos secretarios de Organización
NotMid 13/06/2025
EDITORIAL
La continuidad de Pedro Sánchez es insostenible. La regeneración de la vida pública española exige que el presidente dimita como líder del PSOE, convoque elecciones y renuncie a repetir como candidato. Tras salir a la luz el contundente informe de la Guardia Civil que sitúa a Santos Cerdán al frente de la «organización criminal» que durante años operó con total impunidad desde la cúpula del PSOE -de la mano de sus dos consecutivos secretarios de Organización- y desde el corazón del Estado, Sánchez encarna una degradación moral incompatible con la más básica responsabilidad política y ética. Que con abatimiento impostado prometa mantenerse en la Moncloa hasta 2027 mientras se declara ajeno a la corrupción que ha anidado en su círculo más estrecho, presentándose incluso como víctima de su noble predisposición a confiar en los demás, es un ejercicio de cinismo vergonzoso y una ofensa para la ciudadanía.El máximo responsable político de este escándalo sin precedentes es él.
La Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil, que viene sufriendo una feroz campaña de descrédito por parte del PSOE y de sus terminales, ha expuesto con explícito detalle, a partir de conversaciones grabadas, la grosera corrupción que estuvo inserta en la columna vertebral de la era Sánchez desde el momento mismo en que ascendió al poder, en 2018. Una trama que arrancó en Navarra, con Cerdán y Koldo García, y que escaló al conjunto del país con José Luis Ábalos como ministro de Transportes.
Según la UCO, los tres -Cerdán, Ábalos y Koldo- cobraron mordidas por adjudicaciones de obras públicas, y Cerdán recaudaba y pagaba. El informe es demoledor y apunta a que las revelaciones de Víctor de Aldama, a quien el Gobierno ha acusado de mentir, no eran inventos, «fango» ni parte de una conspiración derechista en su contra, sino básicamente verdad. Porque lo que comparece es el cuadro de una corrupción sistematizada de la que Sánchez no puede desentenderse: fue él quien colocó a Ábalos a los mandos del aparato socialista y del ministerio con más dinero para repartir; y fue él quien después entregó el partido a Cerdán y lo ratificó el pasado noviembre, cuando las sospechas ya lo cercaban. Su vínculo con ambos es irrompible y delimita una cultura política contraria a las reglas ya desde las primarias socialistas de 2014, cuando Cerdán le pidió a Koldo que manipulase las papeletas. Al igual que Ábalos, el navarro es el guardián de los secretos del presidente, que le ha confiado la continuidad de la legislatura enviándole a negociar con Puigdemont en Waterloo. Por todo ello, su dimisión y su renuncia como diputado son claramente insuficientes. Y ante las dudas en torno a una posible financiación ilegal del PSOE, el anuncio de una auditoría a las cuentas del partido supera el umbral de la ridiculez.
Sánchez, en fin, no puede presentarse como un líder «decepcionado», porque suya es la responsabilidad de la tóxica operación de fontanería y propaganda contra jueces, periodistas, fiscales y policías con la que ha buscado tapar los escándalos que le rodean y procurarse la impunidad si estos afloraban. El presidente ha modelado su forma de ejercer el poder en torno a la lógica de la supervivencia política y personal, y en ese marco se inscriben sus amenazas a la prensa, la reforma judicial para ampliar su control sobre los tribunales y su permanente estrategia de polarización social.
Nuestro país avanza hacia una peligrosa quiebra democrática. La semana en la que Ábalos, Koldo yCerdán declararán en el Supremo, el Constitucional votará su aval a la amnistía que este último negoció, y Sánchez asistirá a la decisiva cumbre de la OTAN sobre defensa. El deterioro institucional interno se proyecta en la relación con nuestros aliados internacionales. España no puede permitirse a un presidente sometido a la sacudida diaria de revelaciones que retratan la catadura moral y la hipocresía de quienes iban a limpiar la corrupción y lo que hicieron fue instalarla en la cúspide del poder.