La guerra comercial con Europa y el ataque a Harvard evidencian la deriva autoritaria del presidente y el movimiento MAGA
NotMid 24/05/2025
EDITORIAL
La doble decisión de Donald Trump de reactivar la guerra comercial con la Unión Europea y prohibir que la Universidad de Harvard pueda admitir a estudiantes extranjeros revela el desafío abierto a la cultura del liberalismo que protagonizan el presidente de Estados Unidos y el movimiento MAGA. Atacando el libre comercio y el Estado de derecho mediante los aranceles, y a la sociedad civil en el caso de Harvard, el Gobierno estadounidense ataca frontalmente los principios básicos por los que se guían las democracias occidentales.
En el terreno económico, ayer Trump volvió a dar muestras de su errática toma de decisiones al quebrar la tregua de 90 días que le había dado a la UE para negociar. El presidente justifica ahora una nueva tasa del 50% a partir del 1 de junio con un mensaje trufado de mentiras y datos falsos. El anuncio provocó una fuerte caída en las Bolsas, que ya obligaron a Trump a dar marcha atrás en la anterior ronda de aranceles. El aumento de la inseguridad jurídica es dramático en la primera potencia del mundo.
En segundo lugar, el caso de Harvard supone una injerencia inadmisible del Gobierno en la libertad de cátedra de una de las instituciones educativas más antiguas y respetadas del mundo, a través de la coacción a sus autoridades por resistirse al intento de doblegarla políticamente. Al recorte de 2.700 millones de dólares en fondos federales y a la amenaza de rescindir las exenciones fiscales se suma ahora el veto a los alumnos extranjeros. La medida afecta a unos 6.800 estudiantes (el 27%) y ha sido inmediatamente bloqueada por la justicia, que en estos cuatro meses se ha demostrado esencial en su papel de contrapeso democrático y freno a los abusos de poder.
Más allá de la ilegalidad de esta prohibición -el Gobierno tiene competencia para revocar visados, pero no sin una revisión personalizada de cada caso-, el mensaje que lanza Trump es demoledor. No se trata solo de un duro golpe al prestigio académico de EEUU, sino que abre la puerta a la descapitalización cultural de Occidente. Una deriva muy peligrosa que, además, puede acabar beneficiando a China.
Harvard tiene tres Premios Nobel en activo y es uno de los grandes faros científicos del mundo. Como indican los abogados en su demanda, «sin sus estudiantes internacionales, Harvard no es Harvard». Ese capital extranjero ha contribuido de manera decisiva a la prosperidad del país y a su poder blando: a la capacidad de influir globalmente para expandir un modelo cultural asociado a los valores liberales. Si la presión de Trump acaba derivándolos a la órbita de Pekín, ese talento asumirá los valores políticos de una dictadura.
Los sesgos y las políticas identitarias que efectivamente se dan en muchas universidades deben combatirse. Pero la respuesta nunca puede pasar por imponer el sesgo contrario. Las reglas deben imperar. Del mismo modo, el déficit comercial entre Washington y Bruselas puede renegociarse, pero desde el respeto a los tratados multilaterales y a los principios del libre comercio.
Es evidente que Trump solo cree en la ley de la fuerza. Pero su proyecto está condenado al fracaso. Los jueces y la sociedad civil resistirán frente al deslizamiento autocrático de Estados Unidos.