NotMid 08/06/2025
EDITORIAL
La Conferencia de Presidentes se demostró este viernes nuevamente como otra víctima más del deterioro institucional en el que el Gobierno ha sumido a España. El foro es el máximo órgano de cooperación entre el Estado y las comunidades autónomas, y lo que en él se debate afecta directamente a los ciudadanos de un país tan descentralizado como el nuestro. Por eso la instrumentalización que de este encuentro viene haciendo Pedro Sánchez no es inocua. Es cierto que su celebración en Barcelona es una muestra de que la Cataluña de Salvador Illa ha aparcado los tiempos del abierto choque independentista. Pero la obstinación del presidente por emplear el foro autonómico como un escenario para su idea «plurinacional» de España lo convierte en un órgano estéril, que solo sirve como caja de resonancia de la polarización que intoxica la política y que promueve en primer término el Gobierno, de la mano de sus socios nacionalistas. En nombre de la diversidad que caracteriza a nuestro país, Sánchez apuntala la discordia que desde hace años está inoculando de forma planificada en la sociedad.
Al cierre de la jornada de ayer solo podía hablarse de fracaso, como hicieron varios presidentes del PP, o de un «puzle roto», en palabras del socialista Emiliano García-Page. No había ninguna voluntad de acuerdo, y no porque los 11 dirigentes populares le pidieran a Sánchez que adelante las elecciones -como también ha hecho Page-, sino porque el proyecto de país que este defiende no busca el acuerdo y la solidaridad entre españoles. Al contrario: se basa en una relación privilegiada con Cataluña y el País Vasco que discrimina al resto (excepto Navarra).
La mayor expresión de esa injusta desigualdad es la llamada «financiación singular» catalana. Pero el choque en torno a las lenguas cooficiales es otra muestra clara. En vez de buscar pactos sobre las preocupaciones reales de los ciudadanos -mayo se cerró con la mayor subida histórica del precio de la vivienda-, la Conferencia de Presidentes ofreció el espectáculo del rifirrafe por el uso del catalán y el euskera. El cinismo es aquí la nota principal. Cuando los nacionalistas y ahora el PSOE exigen la presencia de ambas lenguas en las instituciones nacionales, no es la defensa del pluralismo lo que los mueve, sino el divisivo objetivo político de minimizar el idioma común y de entendimiento entre todos los españoles(y el único oficial en el conjunto del país). Y mientras invocan el pluralismo, en sus regiones imponen el monolingüismo en la educación, la administración e incluso el ámbito privado.
En ese sentido, Isabel Díaz Ayuso tiene motivos obvios para la protesta que protagonizó este viernes. Los medios que empleó, marchándose de la sala cuando Imanol Pradales habló en euskera, no son, sin embargo, los adecuados. Ante el abandono del PSOE, el PP representa la institucionalidad y su guía no puede ser otra. El congreso del partido deberá resolver la lógica contradicción que en este contexto, y con la amenaza de Vox, anida en su base electoral entre el sentido institucional y una labor de oposición más fiera, en la línea de la manifestación con el lema «mafia o democracia» que mañana recorrerá Madrid.