NotMid 09/12/2025
IberoAmérica
“Cuando sonaron las dos explosiones se fue la luz. Estaba convencido de que habían comenzado los bombardeos en Venezuela”. Jeison Cortés vivió el sábado una noche de pánico absoluto; la onda expansiva sacudió hasta los muebles de su apartamento, cerca al Anillo Vial Occidental.
Este joven peluquero reside en Cúcuta, capital de Norte de Santander y epicentro de una frontera convertida en polvorín. La ciudad es hoy un microcosmos de organizaciones terroristas internacionales, tal como Washington define al Cártel de los Soles (CS) y al Tren de Aragua (TdA). Los primeros operan desde el amparo venezolano; los segundos, camuflados entre la gigantesca diáspora de tres millones de personas en Colombia.
Una noche de furia El terror no terminó con el apagón. Horas después, un comando del Ejército de Liberación Nacional (ELN) atacó la estación de Policía en Villa del Rosario, a metros del límite fronterizo. En total, cuatro atentados sacudieron la región en pocas horas, cobrándose la vida del intendente Franklyn Guerrero y del subintendente Jairo Holguín.
En medio del caos, hubo lugar para el milagro: en el ataque contra las torres de electricidad, el gimnasta olímpico Jossimar Calvo y su mujer lograron salvar la vida por escasos metros. Así se las gastan los aliados del crimen transnacional en la frontera.
La red del “Narco-Chavismo” Detrás de la violencia visible, opera una maquinaria política y criminal. La red del narco chavista —a la que lobbistas en Washington intentan restar importancia— estaría apoyando incluso candidaturas para las elecciones legislativas colombianas del próximo año, según denuncias recientes.
“Lo que pasó en enero en el Catatumbo con la incursión del ELN desde Venezuela, financiada por Caracas, buscaba instalar a esta guerrilla como su retaguardia segura. Se ha mantenido como una demostración clara de control fronterizo”, explica a EL MUNDO Patricia Colmenares, ex directora del diario La Opinión y creadora de Estoy en la Frontera.
La estrategia es clara: la ofensiva del ELN contra las disidencias de las FARC en la mayor zona productora de cocaína de Colombia logró que los aliados del chavismo tomaran el control del narcotráfico y, de paso, aseguraran una retaguardia ante un hipotético conflicto con Estados Unidos. Un esquema similar al de Apure en 2021, donde el ejército venezolano y la Segunda Marquetalia barrieron a sus rivales para asegurar el “pasadizo narco”.
El imperio del miedo y el Tren de Aragua “En la frontera, la muerte se nos volvió paisana. Estamos en tierra de nadie, sin mucha autoridad y con la impunidad rampante”, sentencia Colmenares.
En La Parada, el barrio que abraza el Puente Internacional Simón Bolívar, mencionar al Tren de Aragua es tabú. Los “soldados” del Niño Guerrero controlan desde la extorsión a comercios hasta las trochas clandestinas. Un informe de la ONU reveló el horror: la banda se queda con el 60% de los ingresos de la prostitución e incluso marca con tatuajes a las mujeres para aumentar su “tarifa”.
Aunque la Policía colombiana ha asestado golpes recientes —como la captura de alias ‘Flyper’, lugarteniente financiero del Niño Guerrero, o las detenciones de ‘El Viejo’ y ‘Ardilla’ tras atentar contra el alcalde de Villa del Rosario—, la hidra tiene muchas cabezas.
Un negocio transnacional Las víctimas civiles, como el veedor ciudadano Juan Botello, pagan el precio. Días después de denunciar la financiación política del Cártel de los Soles, atacaron su vehículo con una granada.
El historiador César Báez resume la lógica de este ecosistema criminal: “El negocio del narcotráfico tiene una división del trabajo. Las guerrillas siembran y producen; los cárteles ponen la logística. Y ahí entra el rol del régimen venezolano aportando infraestructura nacional: puertos, aeropuertos y carreteras. Los cargamentos nunca son de un solo actor; siempre hay varios dueños en esta red de muerte”
Agencias
