NotMid 13/12/2025
EDITORIAL
La dolorosa ausencia de una felicitación oficial del Gobierno de España a María Corina Machado por el Premio Nobel de la Paz se explica por las “hipotecas mezquinas” que mantiene con el régimen de Nicolás Maduro y con sus propios socios políticos. El silencio ha persistido incluso después de la emocionante ceremonia protagonizada por su hija en Oslo y la asombrosa odisea de la líder opositora para llegar a Europa.
Sin embargo, millones de españoles han sentido este reconocimiento como propio, especialmente tras escuchar el inicio de su discurso de agradecimiento. María Corina interpeló directamente a España, situando a Venezuela en la tradición constitucional de Occidente: “De España heredamos una lengua, una fe y una cultura”.
Una Convocatoria a la Dignidad
No es frecuente que se nos convoque con tanta naturalidad al panteón moral de otro país. Esa mención debería haber bastado para que nuestro Gobierno entendiera que el galardón no es sólo un premio a una personalidad de la oposición latinoamericana, sino un reconocimiento a una genealogía democrática en la que España está llamada a jugar un papel de referencia. Este rol es crucial, tanto como altavoz europeo como capital de la diáspora venezolana.
Los episodios pasados —los viajes de José Luis Rodríguez Zapatero a Caracas, la recepción de Delcy Rodríguez en Barajas o la reapertura del escándalo de Plus Ultra— son ejemplos que recuerdan que los motivos de este silencio y “tanta ruindad” son vergonzosos.
La Advertencia y la Mano Tendida
María Corina Machado advirtió nuevamente al Gobierno de Pedro Sánchez de que “la historia juzgará” y le reclamó “pragmatismo”, un claro anticipo del cambio político que se atisba en Venezuela. Pero, al mismo tiempo, tendió la mano al asegurar que la defensa de la democracia y los derechos humanos “no es un tema de partidos políticos, sino que trasciende las diferencias”.
La líder de la Venezuela libre busca un sello de respetabilidad europeo que contrarreste su inevitable alineamiento con la estrategia de línea dura de Donald Trump y evite el encapsulamiento ideológico de su lucha democrática. Y para eso, necesita a España.
En estos términos, el Premio Nobel ha sido una invitación directa a que nuestro país ocupe el lugar de dignidad que le corresponde. El Gobierno tendrá que decidir si quiere estar a la altura de esa herencia democrática o prefiere seguir preso de las deudas políticas que, finalmente, no podrá pagar.
