El tipo de autócrata que Sánchez interpreta es un trampantojo de dependencias que el presidente no podría hacer explícitas sin que su precaria estabilidad saltase por los aires
NotMid 18/07/2022
OPINIÓN
JOSE LUIS GONZÁLEZ QUIRÓS
El refranero español abunda en consejas que recomiendan la desconfianza como «dime de qué presumes y te diré de lo que careces», que se aplican de maravilla al enjuiciamiento de la conducta de más de un político. Nadie ha presumido tanto de ser la encarnación misma de la democracia como Pedro Sánchez, pero si se atiende a lo que hace en lugar de creer lo que dice, se hace muy difícil tomarse en serio las pretensiones de nuestro presidente.
Una de las caracterizaciones más corrientes de la democracia es la que se atribuye a Churchill, la ausencia de sobresaltos y sorpresas, la confianza en que si llaman a tu puerta a las seis de la mañana seguro que es el lechero. Compárese la parábola de don Winston con lo que sucede con Sánchez, un zigzagueo sobresaltado y constante que no parece conducir a ningún puerto conocido.
Una mera enumeración de las posiciones y decisiones más recientes no deja el menor asomo de duda al respecto: reconocer como legítima la ocupación marroquí del Sáhara, personarse en Kiev para prometer armas que luego no se envían, proclamar que su teléfono ha sido espiado al tiempo que los independentistas se quejan de lo propio, ser más otanista que el presidente Biden, hacer mayor hueco a los navíos americanos en Rota, prometer que los gastos de Defensa alcanzarían el 2% del PIB, mirar para otro lado por la muerte de inmigrantes ante la valla de Melilla, soltar su discurso más a la izquierda en lugar de explicar de forma seria lo que nos pasa y lo que habría que hacer, anunciar impuestos imaginarios, modificar con urgencia y a solas el sistema de elección de magistrados, acusar a la oposición de ser un estorbo, acordar con Bildu una ley de efectos demoledores….
«Sánchez se comporta no como un demócrata, sino como un autócrata»
Tamaña retahíla de improvisadas y contradictorias ocurrencias subraya la certeza de que su Gobierno trabaja sin un plan consistente, da bandazos y parece por completo incapaz de colocar a España en una situación algo mejor de la presente ante un futuro nada halagüeño y muy a la vista, pero además pone de manifiesto que Sánchez se comporta no como un demócrata, sino como un autócrata, como alguien que no cree que tenga que rendir cuentas ante nadie, por mucho que posea una estupefaciente mayoría parlamentaria que lo apoya, no porque admire lo que hace, sino porque teme que, de no hacerlo, a ellos podría irles bastante peor.
El giro de la política sobre el Sáhara es un caso digno de estudio, porque no hay forma de saber cuáles han sido las razones que han podido llevar a Pedro Sánchez a saltarse, de improviso y a la torera, la política que España ha mantenido desde el abandono efectivo, y nada honroso, por cierto, de nuestras responsabilidades en el Sáhara, hace muchos decenios. Una posición que ha sido sostenida, por muy sólidas razones, tanto por gobiernos de la UCD, como por el PSOE o el PP hasta que un día se le ocurrió a Sánchez dar un giro de 180 grados.
No conviene confundirse, la mayoría de los españoles puede imaginar, con mayor o menor acierto, cuáles han sido las causas del cambiazo presidencial, pero lo cierto es que nosotros, el pueblo soberano que es la base de cualquier democracia, no podemos estar ciertos de nada que vaya más allá de una chapucera carta de Sánchez al rey marroquí, que, para mayor escarnio, se dio a conocer por la corte de Rabat el día que le pareció oportuno al soberano alauita. ¿Qué demócrata es quién permite que cuestiones que afectan muy de lleno a nuestra historia y a nuestra soberanía cambien de la noche a la mañana sin que nadie sepa a qué se debe el prodigio?
Sánchez se ha limitado a asegurar que lo que hacía era lo mejor (eso dice siempre) y…. «a callar que yo soy el presidente», casi como si dijese aquello tan viejuno de «usted no sabe con quién está hablando», pues eso es, en corto resumen, lo que dijo en el Congreso unas semanitas después del notición de Rabat, es decir nada en caliente ante la remota posibilidad de que alguien pudiera ponerle en un aprieto.
No se trata, pues, de que el personal de a pie ignore los secretos de Estado, sino que el supremo hacedor de la política que nos aflige tampoco ha expuesto nada sustancial ante los diputados del Congreso que son los legítimos representantes del pueblo español, aunque ya se sabe que estos suelen conformarse con poco, en especial los que apoyan a un Gobierno tan errático, porque no parecen estar allí para representar a la Nación y proteger sus intereses, sino para ocuparse de lo suyo.
«Ninguna de las decisiones tomadas por Sánchez, unas malas, otras peores, respetan principios esenciales en las democracias maduras»
Pedro Sánchez está aprovechando de manera muy peligrosa y discutible las muy fuertes competencias políticas que le concede la Constitución, pero lo hace violentando de manera habitual los supuestos democráticos que justifican esas competencias. Ni la posición en el Sáhara, ni la nefasta ley de Bildu, ni la modificación de impuestos, ni ninguna de las decisiones tomadas por Sánchez, unas malas, otras peores, respetan principios esenciales en las democracias maduras, como ya debería ser la nuestra: actuar conforme a un plan cuyo sentido haya sido conocido por los electores, y de ahí su voto, someter a debate en Cortes las cuestiones esenciales, respetar las previsiones legales, sin usar del Decreto ley de forma habitual y abusiva y no poner en cuestión los consensos básicos del sistema.
Visto de otro modo, se puede sospechar que, además, el tipo de autócrata que Sánchez interpreta es un trampantojo de dependencias que el presidente no podría hacer explícitas sin que su precaria estabilidad saltase por los aires. Esto es algo que debiera entristecernos a todos porque significaría, ni más ni menos, que nuestra soberanía está hipotecada y no solo por las servidumbres más evidentes, como es la brutal deuda que nos hace depender de escenarios económicos que no podremos controlar, sino por otro tipo de financiadores, unos de fuera, otros de dentro.
«Es como uno de esos equilibristas que trata de mantenerse sobre un solo pie al tiempo que gira sin parar mientras procura manejar en el aire artilugios inhabituales y llamativos»
Sánchez actúa de modo que podemos adivinar sin excesiva fantasía sus dependencias, es como uno de esos equilibristas que trata de mantenerse sobre un solo pie al tiempo que gira sin parar mientras procura manejar en el aire artilugios inhabituales y llamativos. Es seguro que algunos estimarán que esta especie de habilidad, mantenerse en pie pese a las dificultades, es una cualidad valiosa en un político, pero no se trata, desde luego, de algo que tenga el menor interés en una democracia digna de respeto.
Hacer lo que fuere, como entregar el Sáhara a Mohamed VI, sin explicar nada a nadie no es nada que pueda considerarse normal en una democracia. Los trucos están bien para los ilusionistas, pero son insoportables en las democracias. Sánchez habrá logrado colarnos el enigma sobre Marruecos y varias marrullerías más, pero hay que esperar que los electores se cansen de ser tratados como si los que mandan pudieran ciscarse sin miramiento alguno en sus opiniones, sus creencias o sus expectativas, que es lo que hacen los autócratas.
TheObjective