Corresponde a Abascal medir las púas del erizo como compete a Feijóo delimitar los merodeos del zorro. Porque el granjero aún sigue siendo Sánchez
NotMid 24/06/2023
OPINIÓN
JORGE BUSTOS
Cuando el PSOE presumía de ser el partido que más se parecía España no fundaba tal vínculo en la clase social, pues el obrerismo perdió sentido hace tiempo en las sociedades posindustriales, sino en la diversidad territorial. Desde que Feijóo tomó las riendas del PP -dejando la rienda larga por contraste con el centralismo casadista-, y sobre todo desde que el 28 de mayo los españoles retiraron abrumadoramente el poder territorial al PSOE para confiárselo al PP, el partido que más se parece a España es el liderado por un gallego flexible y templado que ha hecho del respeto a los acentos singulares de la nación su paradójica seña de identidad.
El riesgo de esta elasticidad orgánica es evocar el espectro de la CEDA. Ni estamos ahí ni estaremos, pero conviene darse cuenta de que las turbulencias que sacuden la relación del PP con Vox no tienen tanto que ver con guerritas semánticas sobre el sexo de la violencia como con la naturaleza antitética del zorro y el erizo, por adaptar la alegoría de Isaiah Berlin. En efecto, tenemos un partido grande y poroso que se estira para cubrir la totalidad de una geografía compleja, frente a un partido menor y hermético que pretende ahormar España a la medida de su simplicidad. Esa tensión no es mala, pues cada animal suple las carencias del otro. Pero hay una derecha que no entiende que no han sido las autonomías las que han creado los hechos diferenciales, sino estos los que persuadieron a los constituyentes de la necesidad de un Estado autonómico cuyas raíces históricas se remontan a la noche de las taifas y los fueros. Es la misma derecha que luego defenderá la autonomía normativa madrileña cuando el PSOE está en Moncloa, y la que termina renunciando a su ensoñación de un orden de nueva planta por el sillón de una consejería.
De la II República dijo Pla que fue un régimen «eminentemente verbal». También Vox es un partido literario, joseantoniano en el sentido declamatorio y escasamente práctico de su ideal. La izquierda Castafiore se sube a la silla chillando ante las frases ciertamente ratoniles de tal o cual voxero; pero allí donde han pactado o cogobiernan con el PP, de Andalucía a Castilla y León, no se ha registrado un solo retroceso -ni uno- en derechos de las minorías o de las mujeres. Cosa que las víctimas de las leyes de Irene Montero no pueden decir de su paso por el Gobierno, por no irnos a Bildu y sus nutridos cementerios. Grititos, los justos.
Corresponde a Abascal medir las púas del erizo como compete a Feijóo delimitar los merodeos del zorro. Porque el granjero aún sigue siendo Sánchez.