¿De qué sirve poner el grito en el cielo del paladar por los juramentos aborígenes cuando los acepta un miembro del PP?
NotMid 20/08/2023
OPINIÓN
ARCADI ESPADA
(Una democratización) Escribí la otra mañana a Daniel Gascón para alabarle su artículo Fiestas de la insignificancia, que acababa de leer. Aludía a una preocupación común del escritor de periódicos contemporáneo, que no sé si tiene precisa correspondencia en otras épocas: «La desproporción -escribía- entre las obras o noticias y la relevancia conceptual que les otorgamos: una verdadera fiesta de la insignificancia, como diría Milan Kundera». Estaba de acuerdo, pero echaba a faltar entre sus ejemplos la fiesta de la insignificancia más rumbosa, que es la de la política española. Esta fiesta tuvo el jueves uno de sus cíclicos apogeos y son francamente infinitos los ejemplos que pueden darse. De su perturbadora insignificancia y de su infamante degradación. También para el escritor.
Como escribía alguien que no logro recordar a propósito de cualquier disparate, «el mero hecho de argumentar en su contra ya implica una degradación». En estos días de titulares céntricos conviene trabajar en las barriadas, y de ahí que les proponga como concreto ejemplo el momento en que Pedro Rollán, presidente del Senado, del Partido Popular, y la senadora Adelina Escandell Grases, de Esquerra Republicana, se encontraron en esta vida. El encuentro está filmado, pero una palabra mía bastará para sanaros. La Escandell camina hacia la tribuna donde ya Rollán la está esperando y se planta marcial ante él con una marcialidad como de Prats de Molló. Rollán le pregunta: «Senadora: ¿juráis o prometéis acatar la Constitución?».
Ella respira hondo, baja leve la chola para darse impulso, carraspea y dice en lengua vernácula: «Por el derecho a la autodeterminación, por la amnistía, mientras no lleguemos a la República catalana, por imperativo legal [aquí lógicamente se trastabilla], sí prometo». Sorprendentemente, Rollán, que además va sin pinganillo, le contesta: «Habiendo prestado acatamiento a la Constitución ha adquirido la condición plena de senadora. Enhorabuena». No solo. Baja de la tribuna, se acerca a la recién adquirida y le da la mano. Es decir: no la toca piadoso sobre los hombros, no le pone una camisa de fuerza: la unge y se funge. La política española es como un manicomio, pero sin cuerdos.
Ese jueves de la fiesta iba por el segundo capítulo de Las últimas horas de Mario Biondo, un documental que veía por idéntico imperativo al de la aborigen Adelina, y que forma parte de las insignificancias de Gascón. Aun mediocre y tramposillo, tiene la virtud de exhibir en qué se han convertido las democracias dopo Berlusconi. Una familia italiana padece el delirio de creer que a su hijo lo han asesinado y pasea durante años su histérica creencia por los programas de la telebasura de su país y por uno de la televisión de España que es, obligatoriamente, el del sicofante Evaristo. La familia disfruta del estatuto de la víctima, que autoriza a difundir toda suerte de animaladas y ofensas, dada la pena que la embarga. Obviamente, con el paso del tiempo y la propia euforización del delirio, esta familia italiana ya no está en el plató por el hijo ni el dolor sino por el disfrute del cuarto de hora de gloria que la vida alcanzó a concederles de modo tan siniestro. En el ejercicio delirante destaca la madre, convertida por los platós en un mero monigote de dolor. Sus interlocutores son casi siempre los mismos: mujeres de silicona cerebral que, llegada la hora candente, se levantan de la silla y abrazan a la madre mientras proclaman -bravo, dilecto lector, lo ha adivinado-: «Ha adquirido la condición plena de sanadora. Enhorabuena».
Millones de ciudadanos participan en estos programas en muchos países del mundo. Son ciudadanos que, votando o no, deciden el futuro de sus países. Son una mayoría de ciudadanos. Nutren la audiencia de los programas, deciden las noticias más leídas de las webs noticiosas o embisten en las redes sociales, que es el único plan que puede ejecutar su cabeza. No son, por supuesto, un invento de nuestro tiempo. De hecho tiendo a creer, contra toda apariencia, que su número va reduciéndose, gracias al lento pero inexorable proceso de civilización, que puede con todo. La gran diferencia con el pasado es su visibilidad y, por lo tanto, su pútrida influencia. Las aduanas de los medios y de la política se han abierto para ellos y sus delirios. Nadie puede negar que la política se ha democratizado y que el Congreso de los Diputados, por ejemplo, es mucho más representativo de lo que era hace 30 años.
Basta comparar el habla, el atuendo, el nivel de conocimientos y las deducciones lógicas de las personas que hablan en la tribuna parlamentaria con las que lo hacen en esos platós: cada vez son más indistinguibles. La consecuencia principal de este solapamiento es de legitimidad. Es probable que un espectador que asistiera a las sucesivas fases delirantes de la madre de Biondo se revolviera inquieto en algún momento y pudiera observar con un rapto de objetividad lo que estaba pasando en esa cabeza. Una práctica parecida a la que El show de Truman recomienda hacer con la realidad… ¿Pero cómo podría hacer eso si al cambiar de canal aparece un diputado del Congreso llamado Jorge Pueyo, un sumando de la llamada Chunta Aragonesista, ¡y presentador de televisión, por cierto!, que jura su cargo en la supuesta letra ch, y dice que así va a fablar a partir de ahora en la tribuna, lo que viene a resultar lo mismo que contar en base 3?
Hubo un momento del siglo XX en que se produjo un vivo debate sobre la televisión. Había dos bandos. Uno estaba convencido que de la televisión solo podían esperarse canalladas, que la canallada era consustancial al medio y que la televisión no podía seguir otro camino que el que ha seguido. Enfrente los había que, a pesar de las continuas evidencias, aún pensaban en una televisión basada en documentales de La 2. La discusión que ha de organizarse ahora es de la misma naturaleza. Pero sobre la política. De modo insistente se sigue relacionando la política con algún plan. Hay una esperanza teleológica en algunas personas que opinan sobre la política o se dedican a ella. Al líder de la oposición española se le pide ahora un plan, después de su derrota. Un plan «ilusionante» suele adjetivarlo el director de este diario. Sería una buena cosa, quién lo duda. Pero la primera condición es que fuera un plan alternativo.
¿De qué sirve poner el grito en el cielo del paladar por los juramentos aborígenes cuando los acepta un miembro del PP que perfectamente podría haberle negado su condición de senadora a Adelina Escandell Grases sin incurrir en ilegalidad ninguna, porque ninguna sentencia, ni lejana ni reciente, del Tribunal Constitucional (a la de Tomás y Valiente y a la de Conde Pumpido se les confiere un falso valor extensivo) le impide al presidente de una Cámara imponer en principio su criterio sobre este asunto? ¿Cómo sería ese plan alternativo de la oposición respecto al uso de las lenguas en el Congreso promovido ahora por el socialismo nacionalista? ¿Es que acaso se oponen a su uso en el Senado? ¿Cómo es posible que la reacción más virulenta del PP contra la modificación lingüística en el Congreso haya sido la de Carlos Mazón, quejoso de que no vaya a hablarse el valenciano?
Así podría seguirse en el resto de guerras culturales, en la política fiscal y hasta en la neutralidad institucional. Hay algunos que aún suspiramos por La Gran Coalición, sin comprender que ya funciona, aunque con un payaso tonto. El afán teleológico también se proyecta hacia el otro lado. El presidente del Gobierno tendría un plan para destruir España. ¡Ojalá!, estoy tentado de decir. No hay mayor ennoblecimiento de nuestro galán de tranvía que adjudicarle semejante inteligencia ética. Pero su conducta, ayer, hoy y mañana repetida, es la misma que rige en la telebasura. Es verdad que ni siquiera miente. Ni tampoco sus ideas cambian. ¡Para eso habría de tenerlas! El presidente solo tiene programas, que caducan o no en función del share. Y el share es toda la causa final que maneja.
Inútilmente personas de la más alta nobleza se estiran los pelillos del alma al comprobar que los destinos de la nación están en manos de un prófugo. Sin atender a que ya ha desembarcado en los Cayos Cochinos de Supervivientes.
(Ganado el 19 de agosto, a las 12:49, muy pendiente de que los discursos pronunciados en castellano en el Congreso se traduzcan simultáneamente al catalán, gallego y vasco, porque de otro modo seguiríamos haciendo una koiñé como unas hostias y, sobre todo, y muy encarecidamente vigilante, de que los discursos en catalán se traduzcan impecablemente al valenciano, mola mazo, yqdmp)