Sobre el cuerpo de las mujeres se dictan severas restricciones cada vez que quieren usarlo para fines vinculados con el placer y la belleza
NotMid 19/02/2023
OPINIÓN
ARCADI ESPADA
(Welch) El Cuerpo muere esta semana. Aunque hace un millón de años que estaba muerta. En las noticias insisten en llamarla ‘Raquel Welch’ y tanta insistencia me escama. Debe de parecerles incorrecto y hasta injurioso usar su nombre mitológico, a pesar de que pocas ocasiones más idóneas. Muere El Cuerpo, qué beato no habría dado su nihil obstat. Ella, además, sabía que era básicamente eso: un cuerpo esplendoroso, con la inteligencia necesaria para saber que era lo mejor que tenía. Entre las célebres admiradoras de ese cuerpo estuvo Camille Paglia. Al describir el cartel de la película prehistórica dijo -según la necro del Times– que Welch daba «la imagen indeleble de una mujer como reina de la naturaleza: una leona feroz, apasionada y peligrosamente física». Sin duda, sin duda. Paglia y yo tenemos los mismos gustos, lo que a veces me pasa con las lesbianas. Pero creo que hay una incómoda diferencia respecto al asunto de la dominación. Mientras juraría que Paglia solo espera que la neandertal la someta sin contemplaciones contra el suelo de la choza, en el caso de los hombres de mi tipo el atractivo es algo más alambicado y tramposo. Ese bikini de piel de ciervo supone una ferocidad masculinamente practicable: la leona planta batalla y es muy excitante que lo haga, pero el resultado está previsto desde el inicio. El Cuerpo, ya digo, se sabía como tal. Se deduce que tenía con él una relación sana y despreocupada. El mérito del cuerpo es el mismo que el de la inteligencia. Ambos se pueden cuidar y mejorar, con atención y esfuerzo, pero los límites están trazados. La única salvedad es que el cuerpo es menos opinable que la inteligencia.
(Montero) La relación del feminismo con el cuerpo de las mujeres es de un gran escándalo conceptual y práctico. Todo arranca de un pleonasmo seminal (perdón) que, al menos en España, se puso de moda en los años setenta: Mi cuerpo es mío. Esta propiedad sirvió para justificar el derecho de las mujeres al aborto porque el feto se concebía como una extensión del propio cuerpo femenino. Un desafío a la biología comparable a llamar niño gestado al feto, pero cargado de prestigio en la izquierda. El extremo del cuerpo propietario de sí mismo, por así decirlo, lo exhibe ahora la anomalía trans. El cuerpo decide con absoluta libertad ideológica si quiere ser hombre o mujer. E incluso si quiere seguir identificando el sexo con lo que llaman género, que es el sexo sociocultural, según la vencida Academia. El cuerpo reina soberano hasta el punto de someter a la biología. No se trata de una discusión ideológica, cultural, en la que el feminismo de mi-cuerpo-es-mío legisle triunfante contra una ideología contraria. Se trata, en el caso trans, de la venganza final de la ideología de la tabla rasa contra la realidad. Después del severo ajuste de cuentas que la Ciencia practicó contra la superchería de que el cuerpo humano es un folio inmaculado en el que cualquiera puede escribir la historia que decida, sin limitación biológica alguna, la ideología ha reaccionado. Su estrategia no ha sido la de entablar un combate contra la realidad, que tenía perdido, sino ignorarla. Y para ello se ha valido del primero de los instrumentos ideológicos, que es la ley. A esta distorsión entre la ideología y lo real le espera el mismo amargo final que a todas las anteriores, entre las que descolló la siniestra ilusión del comunismo: el sufrimiento de los que ignoren que la realidad tiene siempre la última palabra.
El feminismo gubernamental no concede siempre al cuerpo la libertad omnímoda que estos dos ejemplos presagian. La prostitución es un viejo y clásico asunto: las mujeres pueden hacer con su cuerpo lo que les parezca, menos venderlo. Un proyecto de ley, varado en el Congreso, acabará de fijar un día u otro los límites de esta prohibición. Pero más allá de la ley está la persecución moral, que va de la publicidad a la pornografía: sobre el cuerpo de las mujeres se dictan severas restricciones cada vez que quieren usarlo para fines vinculados con el placer y la belleza. En el 40 Congreso Federal del Psoe, el presidente del Gobierno adoptó enfáticamente el compromiso de conseguir una sociedad en la que «los cuerpos no sean objetos de consumo». Por supuesto, no se refería a la prohibición del deporte de competición, la más próspera y masiva explotación comercial del cuerpo. El fondo profundamente antiliberal de estas prohibiciones es obvio: cualquier mujer que decida hacer de su cuerpo algo no programado por la ideología socialista es una esclava, y la esclavitud es moralmente perseguible con independencia de lo que piense o decida la esclava.
La consideración del uso esclavista del cuerpo está significativamente presente en el rechazo que suscitan entre todos los grupos políticos -con la vigorosa excepción de Ciudadanos- los llamados «vientres de alquiler». El cuerpo es libre de liquidar un feto, pero no de albergarlo. La prohibición rige en la legislación española desde hace años, pero en la modificación de la ley del aborto que aprobó esta semana el Congreso se determina que esa práctica es una forma de violencia contra la mujer y se prohíbe la publicidad de las agencias comercializadoras. Los redactores de la ley incluso examinaron la posibilidad de perseguir a los españoles que adopten este modo de tener hijos. Una reciente información de El Confidencial calculaba que en España hay más de diez mil hijos que han nacido gestados por encargo. La cifra, casualmente similar a la de personas trans, debería hacer meditar a los que cada día desde mil tribunas alertan contra los peligros de la estigmatización. Estos niños, según la doxa feminista, son el fruto de una violación: es decir, de la profanación por dinero de un territorio sagrado. Y no veo ningún taller psicológico dedicado a reparar la huella en los niños de su origen infamante.
Este feminismo. Este cuerpo del delito.
(El Meritorio) Un párrafo de Ignacio Vidal-Folch en el Objective: «Espero que el día en el que le sorprenda la muerte -que siempre es una sorpresa, hasta en los centenarios- le sorprenda allí, en tierras mahometanas: esto lo convertirá del todo en una figura literaria, un personaje formidable y tradicionalmente español. Pero que la novela subsiguiente la escriba algún hombre de letras francés, aquí abunda demasiado la envidia, el resentimiento y cierta rusticidad moral revestida de convicción democrática y de beata indignación, por lo que con frecuencia se nos escapa el sentido de conceptos como gracia, gratitud, grandeza, y otros no menos encantadores».
Este párrafo, y el sanguinario oficio del periodismo que veta escribir con semejante nobleza.
(Ganado el 18 de febrero a las 12:46, bajo la advocación de Lucien Freud y la apoteósica lección sobre los cuerpos que imparte ahora en la Thyssen)