Ante las protestas de los bolsonaristas por el resultado electoral, el nuevo presidente brasileño se enfrenta al reto de formar un gabinete sin que el actual mandatario reconozca su victoria

NotMid 02/11/2022

IberoAmérica

“¿Todo bien, Janja?”.

Rosangela da Silva, primera dama de Brasil a partir del 1 de enero, sonríe y asiente. Está momentáneamente bloqueada entre un muro de hombres con cámara al hombro en un pasillo mal iluminado de un hotel en el centro de São Paulo. La socióloga de 56 años sabe que no está “todo bien”, pero el saludo obligado en Brasil es ese, y la respuesta al “¿todo bien?” suele ser un enfático “¡todo!”.

“Janja” se libera enseguida del bloqueo y se encamina hacia la habitación en la que su esposo, que pretendía tomarse dos días de descanso tras ganar la presidencia por la diferencia más estrecha en la actual etapa democrática de Brasil, conversa con el presidente argentino, Alberto Fernández.

Ingenuo Lula, que a sus 77 años se encuentra ante un bloqueo, este sí de proporciones: el presidente en ejercicio inicia la transición, pero ni lo menciona y lo ignora como sucesor. Fuera de los despachos, una manifestación salvaje de camioneros bolsonaristas bloquea decenas de carreteras en el país, mientras que en Brasilia habrá que acondicionar muchos edificios en la emblemática Explanada de los Ministerios para que el líder de izquierdas pueda acomodar a todos sus aliados.

Bajo “acomodar” debe entenderse lo siguiente: si hoy hay 23 Ministerios para administrar un país de 215 millones de habitantes, décimo segunda economía mundial, el plan es que cuando asuma Lula haya 34.

De “todo bien”, entonces, muy poco. Las presiones asedian a Lula por todas partes, su tercera presidencia tendrá muy poco que ver con la primera y la segunda (2003-2011), cuando la novedad de un ex obrero metalúrgico al frente del gigante latinoamericano sedujo al mundo y el “boom” de las materias primas llenó las arcas del país. Aquel Lula, además, gobernó de los 57 a los 65 años. Este de hoy debe hacerlo entre los 77 y los 81 tras pasar casi dos años en la cárcel. En el Congreso, una nutrida mayoría de bolsonaristas y aliados al actual presidente. En los Estados, muchos opositores y unos cuantos aliados inestables.

Lula deberá recorrer un camino muy espinoso, por momentos una trampa, aunque, al mismo tiempo, el resultado de las elecciones demostró que solo él era capaz de frenar a Jair Bolsonaro.

El líder del Partido de los Trabajadores (PT) debe conformar un gobierno sin saber si el actual presidente colaborará en ello. La ley brasileña contempla un presupuesto de unos 600.000 euros para financiar los dos meses de trabajo de los equipos de los gobiernos saliente y entrante, que tiene derecho a designar hasta 50 cargos remunerados para hacer ese trabajo. Geraldo Alckmin, vicepresidente electo y hombre del centro derecha moderado, coordinará los equipos de transición del nuevo gobierno, según se anunció este martes.

Es durante esa transición que el equipo del presidente electo recibe información detallada sobre el estado de las cuentas públicas, los programas y proyectos del gobierno federal, así como el funcionamiento de diferentes organismos públicos. Son insumos vitales para tomar decisiones a partir del primer día de gobierno.

Pero Lula debe además encontrar puestos atractivos para representantes de los diez partidos que apoyaron su candidatura, incluyendo al Partido Comunista y otros de centroderecha. Para lograrlo dividirá Ministerios ya existentes. Según el diario Folha de São Paulo, la reducción del número de Ministerios no implica un ahorro presupuestario real, porque el gasto sigue existiendo en forma de Secretarías y otros organismos. Eso sí, “es probable que la expansión de los Ministerios ejerza aún más presión sobre la capacidad de los edificios del centro de Brasilia”, añadió el periódico.

Ministerios fusionados por Bolsonaro volverán a existir con Lula. Es el caso de los Ministerios de Planificación, Industria y Comercio Exterior, Desarrollo Social, Cultura, Pesca, Seguridad Pública e Igualdad Racial. Se segregarán las carteras de Trabajo y Seguridad Social, Mujer y Derechos Humanos, en tanto que regresarán los ministerios de Ciudades e Integración Nacional. La novedad será el Ministerio de los Pueblos Originarios, una promesa de campaña del próximo presidente.

El Ministerio de Economía, dirigido hoy por el poderoso Paulo Guedes, volverá a llamarse Ministerio de Hacienda, perderá competencias y será fragmentado. El PT cree que hay demasiado poder concentrado en una sola persona y Lula, según afirman los medios locales, busca un “perfil político” para poner al frente de las finanzas en la primera economía de América Latina.

Entre los ministros que hay que acomodar figura la senadora Simone Tebet, tercera en la primera vuelta y clave en la victoria de Lula, con su enfático apoyo en la campaña rumbo al balotaje. De su rol y del de otros políticos ajenos a la izquierda y el PT dependerá en parte la confianza que genera Lula, que prometió un gobierno racional y de unión de los brasileños.

Agencias

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