NotMid 28/04/2024

OPINIÓN

ARCADI ESPADA

(Sentimientos) Ojalá se fuera. Ojalá cediera a la exigencia final del narcisismo que lo asfixia: fijaos lo que soy que soy capaz de irme. O aún mejor: ojalá hubiera algo debajo que se desconoce y que es la causa real, gravísima y suficiente, para hacerle abandonar la presidencia. Sería una alentadora noticia para los españoles, incluidos los que le han votado, lo sepan o no. Aunque no convenga hacerse demasiadas ilusiones ni sobre lo que venga ni sobre lo que deja. Ni tampoco sobre la salida que vaya a dar a su hipotética continuidad. Si me dijeran que el presidente piensa organizar un referéndum de auto-determinación -este sí, absolutamente legal- me lo creería. No hay en la política española, y dudo que lo haya en cualquier política democrática, un precedente de demagogia comparable al que ha protagonizado el presidente del Gobierno. Hay que recuperar el sentido preciso de la palabra demagogia para comprender el alcance de su gesto. Dice el diccionario: “Degeneración de la democracia consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder”. Los sentimientos elementales, exactamente.

El presidente ha escrito a los ciudadanos para decirles que ama a su mujer y que no puede soportar que la toquen. La farsa sentimental arranca de los toques. Todo lo que le han hecho a Begoña Gómez, la mujer del presidente, es abrirle una investigación judicial ante los indicios de que hubiese cometido un delito de tráfico de influencias. Un delito de la acción política, que acecha a los hombres influyentes y a sus entornos familiares y amicales. Aparte de la decisión del juez, en los vertederos de la conversación pública española se ha insultado a la esposa del presidente y se han publicado llamativas falsedades sobre ella. Nadie que participe en esa conversación como protagonista está a salvo de insultos y de falsedades. Y tampoco está de más recordar que en la degradación de la conversación pública tiene su indiscutible parte de responsabilidad el presidente, sobre cuyas mentiras y muestras ejemplares de cinismo no cabe insistir. La posibilidad de que la basura digital y el ejercicio de la función jurisdiccional hayan quebrado hasta el punto de la dimisión el ánimo del presidente es ridícula. Aunque si lo han hecho, es verdad que mañana es tarde y que debe abandonar el cargo de inmediato. A sus ya conocidos peligros como gobernante añadiría el de una inestabilidad mental incompatible con la toma de decisiones que afectan a millones de personas.

Lo más inaudito de la carta que exhaló el presidente el miércoles es su recepción. Incluso los que critican su procedimiento y están dispuestos a defender la autonomía judicial y a denunciar la manipulación política trazan un surco de respeto ante los sentimientos. Y no digamos ya los que ven en la exhibición sentimental —por el amor de una mujer he dado todo cuanto fui, Danny Daniel, op. cit.— la única posibilidad de defensa que le ha dejado la turba ultra. Así el canónico Pedro Almodóvar: “Me provocó tal indefensión que me puse a llorar como un niño”. El problema es que además de las folklóricas están los catedráticos. Este Innerarity, que fue a verle hace un mes y se lo encontró echando el pus sentimental: “Yo estaba hablando con el personaje, pero quien estaba supurando todo el sufrimiento era la persona”. O este sociólogo Noguera que, perfectamente deconstruido y transmutado en personaje de la gloriosa Machos Alfa, escribió en tuiter: “Me da mucho asco moral la actitud de Feijóo burlándose de un presidente del gobierno que no tiene rubor en expresar un sentimiento y una debilidad. Es de manual de machirulo tóxico. Pero lo que revela es un patrón típico de masculinidad frágil. Repito: masculinidad frágil”. Habrán visto que repite. De estas brillantes canteras teoréticas es de donde pulen sus pedradas los mastuerzos intitulados, tipo Patxi López, que reprocha a Feijóo su “enorme falta de humanidad”, le adjudica “un corazón de piedra” y le acusa de burlarse de “algo que mueve millones de corazones, que es el amor”.

Este alud de demagogia sentimental (pleonasmo, recuérdese), puramente pornográfico, destruye un básico principio democrático. El gobierno de las leyes y no el de los hombres, según la inspiración de Aristóteles (“Es preferible que la ley gobierne antes que uno cualquiera de los ciudadanos”. La Política. Centro de Estudios Constitucionales. Madrid, 1981. Traducción de Julián Marías y María Araujo), que popularizó e hizo célebre John Adams, es un antídoto contra la arbitrariedad en el ejercicio del poder. Estos tiempos sentimentalmente podridos ignoran, sin embargo, que la raíz de la arbitrariedad está en el descontrol de las emociones. Las leyes y la depuración que felizmente conllevan facilitan que la vida de los hombres y sus emociones privadas no interfieran en el ejercicio de la política. La raíz de la política democrática reduce la carta de Pedro Sánchez al absurdo y desnuda su réplica de este modo aproximado:

-Presidente, un juez ha decidido investigar a su esposa por si hubiera incurrido en un delito de tráfico de influencias.

—Ya, pero es que yo estoy profundamente enamorado de mi mujer.

El anacoluto se ha convertido en el método usual de hacer política en España y basta ver una sesión de control en el Congreso para comprobarlo. Sin embargo, debe reconocerse que la carta del presidente lidera antológicamente los ejemplos de esta práctica. Desconozco si Gómez es culpable de alguna forma de corrupción, pero no tengo duda de que la carta de su marido es nítida corrupción en sí. Su anacoluto rima con el convoluto, esta palabra que pertenece a la saga ilustre de las que funden significante y significado. Luis Martín Arias, en un artículo ya lejano en La Nueva España, después de explicar que era el participio del verbo convolvere: “Enrollar, hacer un envoltorio o un lío”, pedía a la Rae que la adoptara. No lo hizo, pero esta vez no debe negarse la Academia. La carta no solo corrompe uno de los principios de la política democrática, sino que erosiona dramáticamente el valor de lo que él y sus recepcionistas pretenden enaltecer, que es, justamente, la legitimidad de los sentimientos. Solo un país de fotonovela podría dar crédito a la especie de que el amor romántico es la causa del abandono del presidente. Esta convicción hace temblar las bases de la política, desde luego; pero, sobre todo, pone el amor romántico a merced de un insidioso manoseo ministerial.

A diferencia de tantos recepcionistas no estoy en la piel del presidente -dios me libre-, pero puedo admitir que su ánimo esté quebrado y no se vea con fuerzas para seguir adelante. El convoluto que ha organizado en España desde que llegó al Gobierno es de amplio espectro y las posibilidades de que salga de él con éxito se reducen cada día. El coma inducido en que se halla la política española desanimaría incluso a Pedro Sánchez. Y es la razón por la que su hipotético abandono supondría una bajeza moral a la altura de lo que el más malevolente e implacable de sus críticos opina de Pedro Sánchez. De modo que quizá le conviniera más -a él, estrictamente- exponerse a la vergüenza de haber organizado semejante psicodrama español para acabar quedándose, una vez comprobado que hay tantas folklóricas, tantos profesores y tantos mastuerzos profundamente enamorados de Pedro Sánchez. En realidad, y si se piensa, es lo único que le quedaba por conseguir. Amor del bueno. Sus propios y más fieles compañeros reconocían hasta este miércoles que al presidente se le respetaba, se le rendía agradecimiento, se le admiraba, se le temía o se le odiaba. Pero ni el amor carismático ni el cariño ni siquiera el simple afecto eran sentimientos que espontáneamente inspirase. Para bien y para mal Pedro Sánchez era básicamente su mandíbula. Ve a ver si el culmen de su audacia ha sido exigir que lo amen.


(Ganado el 27 abril, a las 13.55, entre el estupor y el estupro de oír a un tal Andueza, en el comité federal del Psoe, ordenando a los asesinados de las cunetas y a los caídos por la nuca y por Euskadi, que se levanten y clamen por el regreso de Pedro Sánchez; y pensando en los socialistas con edad suficiente para comparar esta ceremonia histérica y grotesca con la seriedad casi mineral con que aquel Psoe encaró la dimisión ralentizada de Felipe González después de que un congreso del partido hubiese rechazado su propuesta de abandono del marxismo)

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