Los autores denuncian que es un golpe desmoralizador para las democracias del todo el mundo que se siga negociando con dictaduras. Más, cuando se ve el currículo nefasto de experiencias anteriores

NotMid 31/03/2022

OPINIÓN

  • DRAGOS DOLANESCU
  • RICARDO GODOY
  • CHIARA NATALIA BARCHIESI CHÁVEZ

El anuncio de negociaciones entre Washington y Caracas sobre las sanciones petroleras vigentes contra el chavismo, en medio de la guerra en Ucrania, no ha dejado indiferente a nadie. Ni en EEUU ni en Venezuela. No sería la primera vez que las potencias geopolíticas adoptan decisiones, supuestamente amparadas en el mal menor, para intentar arreglar otros conflictos o hacer que se muevan determinadas fichas. Lo hemos visto incesantemente en el caso de Cuba. El propio EEUU ha sancionado a represores castristas, con buen criterio, pero para ello se ha justificado en que mantiene «alianzas» con Venezuela. Como si no bastaran, por sí solas, las deleznables actuaciones de los líderes cubanos. Cuba, no hay que olvidarlo, no es consecuencia, sino causa. «La cabeza de la serpiente», como bien la calificara recientemente el eurodiputado Hermann Tertsch, en alusión a su papel en la desestabilización regional.

Es por ello que las decisiones que se tomen sobre el petróleo venezolano también tendrán una repercusión sobre Cuba que, como veremos más adelante, sigue su (habitual) curso represivo, sin que la Unión Europea atisbe sanción alguna contra los violadores.

De la misma forma en que para las fuerzas policiales es una regla inviolable no negociar con terroristas, para los líderes políticos debería serlo no negociar con dictadores. La historia demuestra que este tipo de pactos siempre fracasa, porque no hay forma de pacificar a los dictadores, ni mucho menos de convencerlos para hacer concesiones reales o que renuncien a los abusos de poder.

El Pacto de Múnich entre el premier británico Neville Chamberlain y Adolfo Hitler, en septiembre de 1938, es el símbolo eterno de que el apaciguamiento no funciona. Posteriormente, ese principio se ha confirmado muchísimas veces, como le ocurrió al presidente norteamericano Bill Clinton con el dictador norcoreano Kim Jong-il. En octubre de 1994, EEUU firmó un pacto para la terminación del programa de armas nucleares de Corea del Norte, a cambio del establecimiento de relaciones diplomáticas y de una ayuda económica multimillonaria. Ocho años después, los expertos descubrieron que los coreanos nunca detuvieron su programa nuclear.

Un tanto diferente, pero el presidente Donald Trump también lo intentó con el actual dictador norcoreano, Kim Jong-un. No le dio nada a cambio, aunque sí tiempo y capital político ante los suyos, con una visita a Pyongyang (y unas maneras cordiales) que no sirvieron absolutamente para nada.

Más recientemente se ha repetido la historia con el acuerdo nuclear con los ayatolás iraníes, quienes no han respetado lo firmado y han continuado enriqueciendo uranio.

¿Acaso no se comprometió Fidel Castro en la VI Cumbre Iberoamericana de Chile, en noviembre de 1996, a fortalecer las instituciones y la cultura democrática, y a apoyar la descentralización económica de Cuba?

A pesar de toda esa experiencia nefasta, acabamos de ver un intento de negociación con el dictador de Venezuela, Nicolás Maduro, un individuo que ha asesinado estudiantes en las calles, que ha robado millones de dólares del tesoro nacional y al que se acusa de estar vinculado con el tráfico de drogas hacia EEUU.

Ni siquiera el expediente criminal, el ofrecimiento de millones por su cabeza, las múltiples sanciones económicas, comerciales y hasta personales que pesan sobre el dictador venezolano, han logrado disuadir al presidente Joe Biden de enviar a un equipo de alto nivel a negociar con Maduro.

El solo hecho de iniciar negociaciones, sean para la búsqueda de la excarcelación de norteamericanos presos en Venezuela, como argumentó un vocero de la Administración, o para reanudar la importación de petróleo ante el déficit por la suspensión de las compras a Rusia, es un golpe desmoralizador para las fuerzas democráticas de Venezuela, y de todo el mundo.

Además, esa negociación coloca al borde del bochorno a los 50 gobiernos democráticos que decidieron rechazar a Maduro y reconocer a Juan Guaidó como el presidente interino y legítimo de Venezuela. Reunirse con Maduro es un paso hacia atrás para la esperanza democrática en ese país.

Ni siquiera hubo consideración con España que, a diferencia de su dejadez con el castrismo, se ha mostrado inflexible con Nicolás Maduro.

El error de negociar con dictadores implica además un incentivo para que otros resistan las sanciones y mantengan un puño fuerte contra sus pueblos, bajo la expectativa de que, eventualmente, las fuerzas democráticas internacionales terminarán negociando con ellos.

Con La Habana, por ejemplo, la negociación ha sido permanentemente cíclica. Un régimen que se ha aprovechado de la rotación democrática en Europa, EEUU y América Latina, para intentar empezar de cero eternamente.

Que mantiene a todo gas su fábrica de presos políticos, con la misión de intercambiarlos por cualquier levantamiento de sanción. Y una y otra vez las naciones democráticas han insistido en el error. Hacer todo lo posible por que se excarcelen a inocentes es un deber inexcusable, pero también desmontar permanentemente el chantaje del castrismo.

Somos muchos los líderes políticos latinoamericanos que hemos pedido a la Unión Europea la suspensión del Acuerdo de Diálogo Político y Cooperación con La Habana, porque el régimen cubano lo incumple a diario. El alto representante Josep Borrell, que tan diligentemente ha liderado las sanciones contra el régimen de Caracas y la Rusia de Putin, continúa impasible ante las graves violaciones de derechos humanos que se producen en Cuba.

Debemos enfocar todos los esfuerzos en lograr que el régimen comunista de Cuba entienda que la represión tiene consecuencias financieras con Europa. Es la forma de proteger a los valientes luchadores cívicos cubanos.

Actualmente se están produciendo brutales condenas carcelarias contra los manifestantes del 11 de julio pasado, incluso menores de edad, sin que Madrid o Bruselas, por ejemplo, se den por aludidas.

La violación del Acuerdo de Diálogo por parte de La Habana es irrefutable. No podemos permanecer en silencio mientras se intensifica la represión y la persecución en Cuba contra los luchadores por los derechos humanos. América Latina no puede abandonar a los Zelenski de la región. La Unión Europea debe abandonar su política de apaciguamiento, ya sabemos adónde conduce.

  • Dragos Dolanescu es diputado del partido Costa Rica Justa de Costa Rica.
  • Ricardo Godoy es diputado del partido Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) de El Salvador.
  • Chiara Natalia Barchiesi Chávez es diputada del Partido Republicano de Chile.
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