El régimen de Moscú no ha conseguido sus propósitos: con una normalidad desarmante, los civiles ucranianos se han enfrentado a los cortes de luz y agua con estoicismo
NotMid 09/03/2023
MUNDO
Anoche los radares más potentes detectaron el despegue de los bombarderos tácticos Tupolev 95, Tupolev 22M3 y cazas Su-35 y MiG 31 sobre cielo ruso, una de las lanzaderas de misiles que suele usar el régimen de Putin para atacar infraestructuras civiles. Las defensas antiaéreas de Ucrania se pusieron en alerta. Según el ciclo habitual de 10 u 11 días de ataques, ya tocaba. Las alarmas sonaron en toda Ucrania a las cuatro de la madrugada. En la frontera, el ejército ucraniano escuchó el petardeo de ciclomotor de los drones iraníes Shahed. También se unió la flota del mar Negro para lanzar sus proyectiles desde la costa sur.
Con puntualidad criminal, los proyectiles llegaron hasta Kiev, Odesa, Dnipro, Járkiv, Mikolayev, Zitomir e incluso Leópolis. Rusia llegó a lanzar un proyectil hipersónico Kinzhal contra una central térmica de Kiev. El Kinzhal es el nuevo orgullo de la industria armamentística rusa. Moscú poseía hasta anoche 57 ejemplares. Cuesta 15 millones de dólares y puede lanzarse a 2.000 kilómetros de distancia. Las autoridades de Kiev aseguraron que en el plazo de 12 horas el corte de luz, que afectó a un 15% de la ciudad, estaría restablecido, lo que sucedió también en otras ciudades salvo en Járkiv, donde los funcionarios aún no han conseguido reparar la red.

Internet cayó durante unos minutos, pero se recuperó muy rápido en el 90% del territorio. En total, Rusia lanzó 81 misiles a las ciudades ucranianas, lo que constituye el enésimo crimen de guerra, perfectamente tipificado en la Convención de Ginebra. Las defensas ucranianas destruyeron 34 de los 48 misiles de crucero Kh101 / Kh555 de 13 millones de dólares cada uno.

Es decir, Rusia vio evaporarse en pocos minutos casi 500 millones en proyectiles que fueron derribados. Además, con los nuevos sistemas de contramedidas ucranianas, capaces de desviar y confundir a misiles guiados, ocho Kh31p y Kh59 se perdieron y cayeron lejos de sus objetivos. A todos estos carísimos proyectiles los rusos unieron 20 Kalibr lanzados desde los barcos y 13 misiles S300 antiaéreos, que ante la bajada de armamento en los arsenales se usan también para ataque a tierra sin precisión alguna.
La realidad es que la temperatura sube en Ucrania. La primavera asoma ya en forma de rasputitsa, el mar de lodo que se forma en los campos cuanto el hielo se derrite. Con el final de los meses más duros del invierno el país invadido supera uno de los momentos más delicados recuperando casi todo su suministro eléctrico y de calefacción. Las calles de Kiev, Járkiv, Odesa o Dnipro han vuelto a iluminarse estas dos últimas semanas. Es la luz de otra victoria sobre Vladimir Putin y su batalla energética.
LOS CIVILES UCRANIANOS RESISTEN
Las defensas antiaéreas ucranianas, mejoradas con baterías enviadas por los países occidentales incluyendo España con sus Hawk, han conseguido crear un paraguas defensivo que ha derribado con efectividad un alto porcentaje no sólo de drones iraníes, sino de misiles rusos, la mayoría de la era soviética. El régimen de Moscú no ha conseguido sus propósitos: con una normalidad desarmante, los civiles ucranianos se han enfrentado a los cortes de luz y agua con estoicismo.
En ningún caso estos ataques, que también han costado la vida a centenares de civiles ucranianos en bombardeos brutales como los de Dnipro, Zaporiyia o Járkiv, han ablandado a la población local. Más bien al contrario. Hoy mismo han muerto cuatro personas al caer un misil sobre un edificio de Leópolis.
Si Putin quería matar de frío a los ucranianos, ha fracasado. Desde el pasado otoño, el general ruso Serguei Surovikin, al frente de las operaciones en Ucrania, diseñó una estrategia de ataques en profundidad contra las infraestructuras civiles de las ciudades ucranianas. El objetivo, como ya hizo el mismo Surovikin en Siria, era dejar sin luz, agua y calefacción a sus habitantes y hacer inhabitables estas poblaciones durante el frío invierno.
La llamada de auxilio de Zelenski fue escuchada en Washington y en Bruselas. Surovikin fue reemplazado como comandante en Ucrania y su estrategia no ha obtenido sus frutos.
Poco a poco comenzaron a fluir baterías antiaéreas de varios tipos, así como artilleros ucranianos especializados y formados en Alemania, Polonia o Reino Unido. Los 37 vehículos Gepard que donó Berlín han sido muy efectivos contra los drones Shahed 136, mientras que las baterías Aspide, Crotale, Iris T y sobre todo, las Nasams, proporcionadas por los aliados europeos y estadounidenses, han respondido de forma muy efectiva incluso a pesar de las tretas rusas.
Moscú lanza primero enjambres de drones a las ciudades para saturar las defensas antiaéreas y agotar la munición, para atacar después con misiles. Pero no ha surtido efecto a largo plazo. El ciclo de ataques suele ser de unos 10 a 11 días y en ellos el porcentaje de derribo ha pasado del 60% a más del 80%. En cada ofensiva, Rusia gasta varios millones de dólares de proyectiles que no van a ningún lado.
Para apuntalar aún más esa defensa antiaérea ya llegan las primeras unidades de los misiles Patriot, el sistema defensivo más sofisticado que poseen los socios de la OTAN, capaces de abatir proyectiles, cazas o drones a más de 100 kilómetros de distancia y 20.000 metros de altura. Kiev ya tiene la primera tanda, enviada por Alemania, y en las próximas semanas lo harán otras tres, dos de Holanda y otra de EEUU.
Ucrania tendrá que usarlos para detener sólo los proyectiles que el resto de baterías no sean capaces de derribar, como por ejemplo los misiles balísticos: cada misil Patriot vale tres millones de dólares y obtuvo una efectividad del 70% derribando proyectiles Scud en la guerra del Golfo.
Agencias