NotMid 11/03/2023

OPINIÓN

ANDRÉS TRAPIELLO

Debería ser fácil distinguir entre «ecuánime» y «equidistante». En el episodio famoso de las dos mujeres que se disputan a un recién nacido, una, corroída por la envidia, una mujer equidistante, exige que se parta en dos al niño, tal y como les ha propuesto el rey Salomón. La madre implora, por el contrario, que se le entregue vivo a su rival. La indagación salomónica, guiada por la ecuanimidad, se cierra, como es sabido, con un veredicto justo que ha dado pie al confusionismo: la gente tiende a creer que una «decisión salomónica» es una decisión equidistante, y al revés. Y no: entre estar vivo o muerto no hay equidistancia posible.

Años llamando equidistante a todo el que no compartía su sectarismo y el de sus socios comunistas y nacionalistas, y ahí tenéis a Sánchez convertido hoy en el gran equidistante. Impulsa y asume junto a su ministra su delirante ley del solo sí es sí, y emprende contra ella la reforma que cuestiona a un tiempo ley y ministra.

En cuanto a esta…

Habría que remontarse a Elena Petrescu y Nicolae Ceausescu para encontrar en España una pareja política tan siniestra. Cuando todo este disparate haya pasado y el Galdós futuro episodie estos hechos, podrá pintar a Sánchez sin demasiada simpatía, como a Fernando VII, el rey Felón, pero acaso solo pueda abordar a la pareja Irina Monterescu y Pavel Iglesiescu como un disparate goyesco: el sueño de la razón ha engendrado monstruos. Ni siquiera el cerrilismo de la heterodesignada madame Iglesias obedece a otra cosa que no sea la suma de ignorancia, obstinación y fanatismo. No quiere devolver a las mujeres al «Código Penal de La Manada», pregona. ¡Pero si con ese código el Tribunal Supremo subió las penas a unos violadores que hoy por hoy son, con Podemos, los únicos defensores de ese bodrio que se las rebaja y pone en libertad antes de tiempo!

A la misma hora que Sánchez anunciaba la ley cremallera para la paridad, oía uno en Radio Clásica un programa dedicado a dilucidar si existe una música de mujeres. «No», concluyó su directora, Miriam Bastos: «La música es música». Puso ejemplos sublimes de música escrita por mujeres. ¿En qué se diferencia la que compuso Clara Schumann de la de Robert Schumann? En que si madame Iglesias hubiera tenido el poder de madame Ceausescu, habría enviado a la Casa de la Radio a su policía política, y de la magnífica musicóloga no se volverían a tener noticias.

Hemos vivido expectantes toda esta semana. Hemos visto atónitos las cabeceras de las dos manifestaciones del 8M en Madrid. La del solo sí es sí y lo trans, y la de la igualdad. Las adanistas y las pioneras. En la cabecera de una, todas jóvenes. En la otra, la mayoría ya no. Las jóvenes, «chavalas», creyendo ser el futuro (¡y cómo no creerlo, si han llegado al Gobierno de España y a tener un gran sueldo del Estado!); las otras, sin resignarse a ser el pasado. ¿Las podemitas han divido el feminismo? Peor aún: han partido en dos una sociedad de todos, hombres y mujeres, han apostado por la identidad frente a la ciudadanía común, y desde el Ministerio de Igualdad se han promovido toda clase de desigualdades, agravios e injusticias. Ni siquiera han soslayado el ridículo: sus descubrimientos mediterránicos en materia orgásmica, causan, cómo decirlo, entre asombro y ternura.

Que desde Rousseau y Babeuf la izquierda revolucionaria haya expulsado del espacio público a las mujeres, no les dice nada, como tampoco que la totalidad de los derechos de las mujeres o de los homosexuales alcanzados haya sido en las democracias burguesas y liberales, esas que ellas desprecian. El «hombre nuevo» del comunismo se ha construido sobre mujeres sumisas. Tanto más sumisas cuanto más gritonas.

El precio que se pagará por la paridad será alto: la excelencia. Las mujeres que obtengan algo por mérito habrán de resignarse a que aquellas que lo obtuvieron por cuota exigirán que se las trate como si lo hubieran obtenido merecidamente. Mujeres excelentes, bienvenidas al mundo real. Lo supo bien Rosa Chacel, ella, sí, entre los mejores escritores del siglo XX. Una poetisa sin interés le disputó el primer sillón de la RAE que se concedía ex profeso a una mujer. Se lo dieron, naturalmente, a la otra. Y volvió a sucederle con el primer Premio Cervantes concedido a una mujer, frente a otra poeta irrelevante. Y por supuesto, un jurado de mujeres habría premiado hoy a cualquiera antes que a Rosa Chacel. No tengo duda. «Demasiado libre».

La experiencia nos dice que suele triunfar, sin distinción de sexo, el peor. De modo que como casi siempre la elección se hará entre mediocres, ellos y ellas, bien está que se lo den a ellas. Para lo que importa de veras, dará igual. Partir la mediocridad con una espada en dos mitades. Y Sánchez en medio de los dos feminismos incompatibles entre sí como la vida y la muerte. ¿Recurriendo a la decisión salomónica? En absoluto, a la equidistancia: dando la razón a ambos, que es quitársela a uno, en este caso al feminismo sensato de Amelia Valcárcel y compañía.

Por supuesto que si Sánchez fuera ecuánime admitiría que su equidistancia obedece solo a conveniencia personal. Y claro también que si creyese en la cremallera tendría que ser el primero en apartarse a un lado. Hay en España un buen número de mujeres que lo haría mejor. Pero siendo un cínico sin escrúpulos, supongo que diría: «Yo soy más de velcro».

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