China recupera la etiqueta como epicentro mundial del virus y Wuhan vuelve a la situación de hace tres inviernos. A pesar del aumento de casos, Pekín abre sus puertas mientras el mundo levanta barreras al gigante asiático

NotMid 01/01/2023

ASIA

Hacía mucha niebla aquellos fríos días de enero de 2020 en Wuhan. A eso se le sumaba la compañía de una capa de contaminación que daba un toque mucho más tétrico a un ambiente que ya estaba bastante cargado de miedo y desconcierto. En la puerta del Hospital Hankou había varios hombres con la mascarilla bajada fumando un cigarrillo. Uno de ellos, que se presentó como Zheng, contaba que, en uno de los pasillos del centro, había visto cadáveres tapados con sábanas. El hombre, de mediana edad, que hablaba un buen inglés con acento muy británico porque había pasado dos años trabajando en Liverpool en una fábrica de motores de tractores, se ofreció como traductor para recoger testimonios de pacientes que estaban ingresados por un extraño virus, aún sin nombre, que se estaba expandiendo por una entonces desconocida ciudad del centro de China.

Dentro de las urgencias del hospital, reinaba el caos. Decenas de pacientes estaban sentados donde podían, con sueros y vías intravenosas colgándoles del brazo. Otros, los más graves, postrados en camillas fuera de las habitaciones, todas llenas. Los médicos, agotados, hacían lo que podían. Zheng tenía allí a su padre ingresado con Covid. Murió a finales de enero, cuando Wuhan ya se había convertido en la primera ciudad confinada del mundo.

Tres años después, Zheng ha vuelto de nuevo al Hospital Hankou. Esta vez es su tía, anciana con alzhéimer, la que está ingresada. También con Covid. El virus, después de recorrer el mundo criando nuevas variantes y dejando millones de muertos, ha regresado con fuerza al lugar donde todo comenzó. En Wuhan, al igual que el resto de China, no se está librando estos días de la primera ola de contagios descontrolada que sufre el gigante asiático. El hospital donde está la tía de Zheng, y donde falleció su padre en 2020, comienza a presentar los mismos síntomas de hacinamiento y colapso que hace tres inviernos.

Esto ya lo hemos vivido en Wuhan. Pero el resto del país está experimentando por primera vez esta presión de tantas infecciones y muertes. Es muy duro, pero yo soy de los que pienso que no podíamos seguir encerrados”, dice Zheng por teléfono. “Tarde o temprano había que abrir, y está claro que a China, por mucho que lo quisiera retrasar, le iba tocar luchar contra unos meses sombríos que ya vivieron muchos otros países al principio de la pandemia”.

Tras librarse de golpe del yugo de todas las restricciones que le habían llevado a ser la única gran economía que seguía aislada del mundo, China recupera la etiqueta como epicentro mundial del Covid. Pero a la inversa de lo que hizo a principios de 2020, ahora ha anunciado que sus fronteras, después de más de 1.000 días selladas, se reabrirán a partir del 8 de enero. Con lo que Pekín seguramente no contaba era que serían otras naciones las que comenzarían a levantan barreras a los vuelos que salen del país asiático por miedo a que aparezcan nuevas variantes del virus debido a la cantidad de personas que se están infectando.

“Las restricciones de viaje son discriminatorias”. Esa es la queja unánime en los medios chinos, a los que se les olvida añadir que su Gobierno se ha tirado tres años cerrado directamente al turismo internacional, y exigiendo cuarentenas de más de 21 días en algunos momentos a los nacionales y extranjeros con permiso de residencia que entraban al país.

Para tratar de calmar las aguas revueltas, desde China dijeron el viernes que investigadores y funcionarios han comenzado a cargar datos de secuencias genómicas de cientos de muestras en Gisaid, una base de datos global en línea que permite a los científicos rastrear mutaciones del virus. Los datos, aunque limitados, muestran que las subvariantes primarias de Ómicron que se propagan son similares a las que ya se identificaron en Europa.

Por ahora, es muy reducida la lista de países que exigen al menos una prueba negativa a los viajeros que llegan desde el gigante asiático: España, Estados Unidos, Italia, Malasia, Taiwan, India, Japón y Corea del Sur. Los dos últimos, incluso, han acondicionado un sistema de aislamiento centralizado para poner en cuarentena durante siete días a los que arriben con el virus en la maleta. España fue la última en sumarse a la lista y ahora pedirá un test o el certificado de vacunación para los que llegan de un país donde más del 91% de la población ha recibido al menos dos dosis.

El problema que tiene el régimen de Pekín es que su alergia a la transparencia siempre lo pone en la diana de las dudas. Cerró 2022 con hospitales desbordados y morgues llenas de cadáveres, pero nadie sabe cuál es el impacto real del Covid en un vasto país donde viven más de 1.400 millones de personas.

Hay estimaciones, como la que soltó el jueves la firma de investigación británica Airfinity, que señalan que pueden estar muriendo unas 9.000 personas al día en China en este momento. Pero son solo eso, estimaciones hechas desde el otro lado del mundo. Este vacío de información ha imperado desde el principio de la pandemia. Nadie sabe cuántos muertos o casos positivos hay. O cuánta gente murió debido a la eterna política del Covid cero. O qué tan efectivas son las vacunas patrias.

En Occidente pocos entienden los movimientos de China. Y en China pocos entienden que en Occidente se les criticara cuando estaban encerrados en su política de Covid cero porque sus bloqueos provocaban parones en las cadenas de suministro, y ahora también les den por todos lados porque han abierto de golpe todas sus puertas. ¿Ha fracasado realmente el Covid cero? Quizá haya que trazar una línea de acontecimientos en el tiempo para encontrar la respuesta.

ESTRATEGIA DE XI

Casi 50 días después de que las autoridades decidieran cerrar Wuhan y aislar a sus 11 millones de habitantes, el presidente Xi Jinping visitó el epicentro de la pandemia para lanzar un mensaje al resto del mundo: el gigante asiático había ganado la batalla contra el coronavirus. El paseo de Xi por Wuhan fue el primer gesto político de una de una larga campaña en la que Pekín promovió el éxito de sus recetas para frenar la propagación del virus. Los cierres tempranos habían funcionado. Mientras el resto del mundo seguía encerrado, la locomotora económica china había arrancado como ninguna otra y la vida volvía paulatinamente a algo muy parecido a la vieja normalidad.

Ocho meses después del comienzo oficial de la pandemia, se hizo viral en todo el mundo la imagen de una fiesta masiva en una piscina de Wuhan. Pekín usó esa escena para proclamar la superioridad de su sistema por encima del de las democracias occidentales, ahogadas por los largos confinamientos. Incluso los funcionarios chinos tuvieron tiempo para tratar de desviar la atención sobre el origen de la pandemia y lanzar varias teorías, como que el virus lo soltaron por Wuhan militares estadounidenses o que llegó por los productos congelados importados de otros países.

Fueron pasando los meses y llegaron las vacunas. La mayoría de los países, con poblaciones con una extendida inmunidad de rebaño, viendo que con la aparición de nuevas variantes era imposible erradicar el virus, decidieron que había llegado el momento de aprender a convivir con el Covid y levantar restricciones. En Asia fueron más reticentes a esa idea, pero al final también fueron abriendo sus puertas, excepto China, que permaneció aislada y confinando ciudades por un puñado de nuevos positivos. En 2021, en la segunda potencia mundial, las restricciones fueron peores que en 2020. Y en 2022 han sido mucho más duras que en 2021.

Una involución bajo la bandera del Covid cero que evitó muertes a gran escala como las que se han visto en Europa o en Estados Unidos, pero que arrastró a China a un bucle del que no sabía salir porque la variante Ómicron no daba tregua. Hasta que la hastiada población saltó para protagonizar las mayores protestas sociales en décadas y pedir libertad al Gobierno. Una semana después de las manifestaciones, Pekín, temeroso de que se rompiera la estabilidad que tanto apremia para controlar el país, adelantó seguramente sus planes y comenzó a levantar restricciones.

La segunda potencia mundial está viviendo con años de retraso la sacudida de un virus que circula por primera vez sin control. Las imágenes de sistemas sanitarios desbordados se han visto a lo largo de la pandemia en muchos países por todo el globo terráqueo. Pero que esto se repita tres años después, en un momento de aturdimiento compartido por una guerra en Ucrania, y que tenga como epicentro el centro de fabricación global, asusta mucho. A todos, excepto a los turistas chinos. Ellos son los que volverán a salir a un mundo que la mayoría ha tenido vetado durante demasiado tiempo.

Agencias

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