El PP ajustició ayer a un Casado que, desde hacía tiempo, estaba cercado. Cegado por el brillo de los sondeos abandonó a quienes le llevaron en volandas y se tapó los oídos ante los barones

NotMid 23/02/2022

OPINIÓN

LUCÍA MÉNDEZ

La caída de Antonio Hernández Mancha es la más dramática que se recuerda de un presidente del partido de la derecha española. Hasta ahora. La defenestración del entonces presidente de AP -elegido en un congreso abierto con algo parecido a las primarias entre dos listas- transcurrió entre conspiraciones de manteles con buena comida regada con abundante vino. Su ejecutor fue Manuel Fraga y el cañonazo final que anunció la muerte política del líder consistió en una conferencia de José María Aznar en el Club Siglo XXI. Con varias broncas de Fraga, en español, latín y en todos los idiomas, Hernández Mancha y Arturo García Tizón -que era el Teodoro García Egea de la época- entregaron la cuchara y se esfumaron. Tanto se esfumaron, que el PP ha organizado exposiciones sobre su Historia en las que Hernández Mancha nunca existió.

En mitad de aquellos acontecimientos, Miguel Herrero -referente histórico de la derecha española- habló de sí mismo como el «cocodrilo» del Libro de Job, ante el que todos tiemblan y echan a correr. Según recoge el periodista Graciano Palomo en El vuelo del halcón, la biografía de José María Aznar, Herrero le dijo a Fraga: «Yo voy en un barco que no dirijo. Y en él habito un camarote de primera categoría. Si llega a buen puerto, seré uno de los pasajeros distinguidos. Si se hunde, como no soy el capitán de la nave, ya tengo experiencia, podré salvarme. Además, practico el papel de cocodrilo en épocas de crisis, y creo nadar bien en aguas difíciles».

La pasión y muerte de Hernández Mancha fue una romería adornada con guirnaldas en comparación con la de Pablo Casado. A ambos les une la condición de ser los presidentes más breves de la historia del partido. Mancha duró dos años y Casado durará tres años y medio. José María Aznar ocupó la Presidencia trece años y catorce su sucesor, Mariano Rajoy.

Nunca, por muchos que hubieran sido los errores de sus líderes, ha despedido el PP a su presidente de forma tan humillante, sometiéndole a escarnio público, paseando su triste figura por el barro y poniendo en duda su buen juicio. Hace unos meses, la vicepresidenta Nadia Calviño le dijo al alcalde de Madrid que Pablo Casado era un «desequilibrado». Lo que fue considerado una afrenta y rechazado con indignación por parte del PP, ha sido confirmado por sus propios compañeros. «Pablo está loco», han titulado algunos medios citando fuentes del partido. «Pablo está desnudo», han señalado otros. «Pablo está solo», han gritado todos a una.

El cocodrilo Miguel Herrero era una hermanita de la caridad comparado con algunos de los cocodrilos que nadaban en las aguas del PP diseñado a imagen y semejanza de Casado. Si hay alguno que merezca el título de emperador de los cocodrilos -o de cualquier otro animal que rime con indignidad, ingratitud y miseria- sería sin duda Fran Hervías, ex colaborador de Albert Rivera, fichado no hace mucho por García Egea y Casado para quedarse con los restos de Ciudadanos. Hervías levantó la mano para señalar que su lealtad tiene el cartel de Libre.

Pablo Casado y Teodoro García Egea querían llegar vivos a los idus de marzo, pero el intento de resistir no les ha salido bien. En mitad del espectáculo despiadado del posmoderno circo romano que son las redes sociales, todos fueron abandonando al presidente y secretario general, hasta dejarlos prisioneros de su propia soledad y de su desdichado infortunio.

En realidad, hacía mucho que Pablo Casado estaba solo. Aplaudido, aclamado y jaleado en los mítines, pero solo. Recibido en las convenciones como si fuera el presidente, pero solo. Escuchando alabanzas y recibiendo palmaditas, pero solo. Solo por elección personal. Casado expulsó de su lado a todos los diputados de su generación que le llevaron en volandas a ganar las primarias a Soraya Sáenz de Santamaría, dejó de hacer caso a sus mentores, renunció a tener un Gabinete merecedor de tal nombre, se tapó los oídos ante los requerimientos de Alberto Núñez Feijóo y el resto de los barones, dijo en cada momento lo que se le pasaba por la cabeza -ocurrencias impropias del líder de la oposición-, cambió a sus colaboradores por fichajes estrella que posteriormente le dejaron en la estacada, ninguneó a todos los que le eran leales, y no pudo superar la prueba que le puso el destino con Isabel Díaz Ayuso, su amiga.

La popularidad de la presidenta acabó por oscurecer su soledad y le envenenó hasta el punto en el que su liderazgo terminó por las malas. En la gestión de estos cuatro años, estaba escrito que su final no podía ser por las buenas. Se tapó los oídos con cera, no escuchó la voz del partido y el grito le ha dejado sordo y mudo. Delegó en su número dos, Teodoro García Egea, las cuestiones orgánicas y el día a día del partido, mientras él compartía mesa y mantel con intelectuales o aspirantes a intelectuales. El brillo de los sondeos acabó por cegarle. Deprisa, deprisa transitó por la Presidencia del PP, y por todas partes, hasta que llegó su hora y le paró en seco.

Todos los que le acompañaron en su camino triunfal de las primarias -los diputados de su misma generación- dejaron de reconocer en Pablo Casado a Pablo Casado. Les apartó de las responsabilidades y les situó bajo la disciplina férrea del secretario general, Teodoro García Egea. Igual que dejó de reconocerle José María Aznar, que añade otro revés a su larga lista de reveses. El ex presidente puso en Casado todas sus complacencias y se ha quedado mudo contemplando el espectáculo morboso y cruel del partido que él mismo creó destrozando a su alumno favorito, y cercado por su otro alumno, Santiago Abascal.

Los pistoletazos finales para rematar a Pablo Casado los dieron las dos personas con las que compartía -involuntariamente- el liderazgo del PP. La líder popular, Isabel Díaz Ayuso, y el líder moral, Alberto Núñez Feijoó. El presidente gallego le dio la puntilla en las élites del partido y en los medios que lanzaron sus editoriales pidiendo la dimisión de Casado, y la presidenta madrileña atizó a la calle contra la sede donde estaba atrincherado. El PP madrileño ha gobernado el PP nacional y esa experiencia se ha saldado con un auténtico fracaso.

Casado y Egea no se merecían el final encarnizado que le deparaban sus compañeros. Fueran cuales fueran sus errores. El PP habrá de gestionar la dramática ejecución de su presidente. Y no va a ser fácil. Sólo faltaba que hoy, en el pleno de control, Casado pregunte al presidente del Gobierno, le diga las mismas cosas que todos los miércoles, y su bancada estalle en aplausos.

ElMundo

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