NotMid 19/10/2022

IberoAmérica

“Vi que el padre llegó hasta un pequeño descanso en medio de la ascensión a la Loma de la Frontera y bajó a Melissa Mendoza de los hombros. Se puso a vomitar. Me quedé con el dedo sobre el obturador, no me parecía adecuado capturar ese momento. El tipo me vio y asintió con la cabeza en una especie de saludo. Mientras tanto la niña, sentadita, no sabía qué hacer entre el susto y la angustia. Sentía que era un shock tremendo para ella: su superhéroe derrotado por momentos, exhausto, con todo el cuerpo manchado por el lodo”.

El fotoperiodista colombiano Federico Ríos esperó con paciencia hasta capturar los ojos de la niña en plena travesía del infierno de la selva del Darién, que separa a Colombia de Panamá, uno de los pasos obligados en el viaje al norte. Mely, como la llaman, miró a su padre, Luis Miguel Mendoza, de 27 años, una mirada imposible de olvidar.

Con sólo cuatro años la chiquilla no sabe todavía qué llevó a buena parte de su familia a aventurarse en un viaje peligroso y extenuante en busca de la tierra prometida (Estados Unidos) desde su moribunda Venezuela. Su familia fracasó en el primer periodo migratorio en Colombia y como miles de sus paisanos decidió emprender el camino para cambiar la pesadilla chavista por el american way of life estadounidense.

Su padre, su mamá Desiree Mendoza, su hermanito Breiner (7 años), su tío Richard Martínez, su abuela Gladys Melean, más otros familiares y amigos, parte de un gigantesco grupo de más de mil personas, la mayoría venezolanas, emprendieron el gran reto de cruzar el temido Darién. La Loma de la Frontera, doscientos metros de desnivel de puro barro, les llevó entre dos y tres horas de esfuerzo.

La fotografía, publicada dentro de un extenso reportaje por el New York Times, ha dado la vuelta al mundo, convertida en un nuevo símbolo del derrumbe de Venezuela que pese a los intentos de normalización propagandística de Nicolás Maduro y de sus aliados persiste en el país petrolero.

El periplo de la familia continuó días después por Panamá y Costa Rica, y ya en Nicaragua realizaron una parada para celebrar el cumpleaños de Breiner, el hermanito de Mely, quien también se ha enfrentado a semejante caminata, repleta de obstáculos. Y no sólo por los físicos del Darién, también la extorsión de las policías y las amenazas de las mafias que les esperan en todos los países de la ruta al norte.

La pequeña Mely celebra el cumpleaños de su hermano Breiner, días después de cruzar la selva del Darién.

La magia de la celebración cambió radicalmente los ojos de la niña, que en un vídeo publicado en las redes sociales de su tío Alexis, quien ha preferido volver a Venezuela antes de emprender la misma odisea, observa embelesada el mordisco de su hermano sobre el pastel recién horneado. Y a su alrededor media docena de niños, ya que son varias familias las que se han unido en la travesía.

El siguiente obstáculo, la frontera con Honduras, parece hoy otra de las cuestas imposibles del Darién. “Me ha agarrado una gripe con fiebre, me siento muy mal“, reconoció ya en el país catracho la abuela Gladys a través del WhatsApp. La familia se ha quedado sin dinero y sin ropa. “Andamos muy cortos, a ver si nos pueden ayudar con algo. Sólo deseamos llegar rápido allá para empezar a trabajar y esa vaina”, añadió el tío Richard.

“Agradeceríamos muchísimo cualquier ayuda, cualquier cosita. Hasta los cargadores de los celulares (móviles) han perdido en la selva“, imploró el tío Alexis en su conversación con Crónica. Ninguno de ellos sabe que EEUU ha endurecido estos días los requisitos para cruzar una frontera desbordada desde hace semanas. Desde Washington se ha puesto en marcha un programa que permite la llegada de 20.000 emigrantes venezolanos, una cifra insignificante y preñada de dificultades. Las autoridades exigen incluso un patrocinante en suelo estadounidense.

“¿Te imaginas que después de toda esta locura no los reciban?”, cuestionó el preocupadísimo Alexis desde el estado del Zulia, en donde vive actualmente, aunque toda su familia procede del estado de Carabobo.

La selva del Darién es testigo cruel de la nueva ola migratoria. Según los servicios de emigración de Panamá, en agosto 1.600 personas caminaron a diario por sus vías intransitables y de ellos 1.280 fueron ciudadanos venezolanos. Es una cifra tan inverosímil que en toda la década que va de 2010 a 2020 sólo 219 venezolanos se atrevieron con las cuestas de lodo y los ríos salvajes del Darién, además de las bandas de delincuentes que roban y violan a las mujeres.

En total más de 107.000 venezolanos han pasado por allí en busca del sueño americano en lo que va de año. La última víctima mortal conocida es el sindicalista Larry Bastidas, quien murió el fin de semana pasado de un infarto tras ser rescatado de la corriente de uno de los ríos por sus familiares.

La concentración de emigrantes para cruzar la selva es de tal tamaño que se cuentan más de 10.000 quienes esperan para conseguir barca en Necoclí e iniciar el viaje. En la terminal de Medellín, unos de los pasos previos, también son centenares quienes se arremolinan para conseguir un puesto en los buses.

SIETE MILLONES

En total son más de siete millones de venezolanos los que han huido del derrumbe bolivariano y de las pocas expectativas en países de acogida como Colombia, Perú y Ecuador, que suman casi cuatro millones de emigrantes criollos.

“Esta fotografía narra la tragedia del pueblo venezolano migrante en busca de una vida mejor. Cuando una familia decide arriesgar la vida de una niña de cuatro años, cuando una familia decide atravesar el Tapón de Darién… Es imposible contener las lágrimas, porque en realidad están al filo de perder la esperanza”, concluye Federico Ríos.

Daniel Lozano

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