NotMid 07/12/2025
OPINIÓN
FEDERICO RAMPINI
Como muchos autócratas, Vladimir Putin siempre ha sentido la necesidad de una teoría que justifique sus acciones. La quiere, preferiblemente, arraigada a una visión de la historia contemporánea. Sus expertos se la han confeccionado: es la Teoría del Caos en versión rusa.
La etiqueta es noble porque ya existe una teoría del caos, en matemáticas, que tiene aplicaciones científicas en muchos campos. La rusa nace, en cambio, como una doctrina geopolítica justificada por la época histórica que vivimos. Encuentro una descripción interesante de ella en un lugar, Riddle, en el que colabora una nueva generación de expertos sobre Rusia (muchos de ellos rusos exiliados). Riddle en inglés significa enigma, rompecabezas, y el nombre de este centro de investigación y de su página web se inspira explícitamente en una célebre frase del primer ministro británico Winston Churchill: «Rusia es un acertijo envuelto en un enigma dentro de un misterio».
Anton Barbashin es el analista que en Riddle ha definido la «Teoría del Caos» de la política exterior rusa. He aquí una síntesis de su estudio, esclarecedora para entender muchas cosas, evidentes o no: desde Ucrania hasta el enfoque instrumental y oportunista que Putin tiene hacia las alianzas internacionales. Esta teoría es también la herramienta que utiliza para interpretar o prever los movimientos de otros actores, de Donald Trump a Xi Jinping.
En la política exterior rusa, el principio más citado es el de la multipolaridad: la idea de que el mundo está abandonando el dominio unipolar estadounidense y debe asentarse en un equilibrio más justo entre grandes potencias. La fórmula se repite en cada documento oficial y da legitimidad a las ambiciones rusas.
Sin embargo, según Anton Barbashin, no explica las decisiones concretas de Moscú en los últimos años, sobre todo después de la invasión de Ucrania. Para comprender la lógica operativa de la Rusia de Putin hay que mirar a otro concepto, cada vez más presente en los informes del Valdai Discussion Club: la Teoría del Caos, elaboración intelectual que justifica estratégicamente las acciones rusas y anticipa la futura configuración del orden mundial.
En la narrativa de los teóricos del Valdai Club -una red de gurús muy cercanos a Putin a medio camino entre un think tank geopolítico al estilo estadounidense y una imitación rusa del Foro de Davos-, el caos internacional no es una anomalía, sino una fase inevitable: la transición que sigue al colapso de los viejos «centros de gravedad» (el orden post Yalta, el sistema posterior a la Guerra Fría, la supuesta unipolaridad estadounidense) y precede a la formación de nuevas instituciones y nuevas reglas.
Según estos analistas, no ha nacido ningún nuevo orden; la proclamada multipolaridad no se ha traducido en un sistema compartido de normas. El mundo ha entrado en una época descrita como «sin polos»: un entorno inestable, fluido, caracterizado por el declive de las instituciones y la competición generalizada.
Los informes del Valdai insisten en que lo que existía antes no volverá: la disolución del orden anterior es definitiva. La única certeza es que el vacío actual será largo y nadie sabe qué forma asumirá el futuro sistema internacional. De este diagnóstico derivan los cinco postulados de esta teoría del caos rusa aplicada a la geopolítica.
1. El viejo mundo no puede ser restaurado
Los esfuerzos de Occidente por mantener el orden liberal están destinados al fracaso. La defensa del statu quo genera, paradójicamente, una mayor desestabilización. Tarde o temprano los Estados occidentales se verán obligados a negociar nuevos mecanismos de convivencia internacional, no solo con Rusia sino con todo el «no Occidente» (el resto del mundo, que incluye a China y al Sur Global). Las instituciones del pasado ya no tienen legitimidad y su erosión es irreversible. Cuanto antes acepte Occidente esta realidad, antes podrá discutirse un nuevo equilibrio.
2. El caos es, por definición, ingobernable
El mundo ya ha tomado una trayectoria fuera de control. Las decisiones unilaterales, y no el multilateralismo, se han convertido en la norma. La prioridad no es restablecer la gobernabilidad global, sino desarrollar capacidades de supervivencia y adaptación. En este escenario, la mejor política exterior es la flexible, rápida para ajustar objetivos y herramientas. Quien sepa reaccionar primero -afirman los teóricos del Valdai- obtendrá ventaja en el desorden: no quien intente restaurar un sistema roto, sino quien maniobre con creatividad dentro del caos, reescribiendo normas o esquivándolas cuando convenga.
3. Cada actor está solo: el fin de las alianzas permanentes
La distinción rígida entre bloques y alineamientos es considerada obsoleta: «Cada uno que se defienda a sí mismo» es la regla del nuevo mundo. Ninguna alianza puede considerarse vinculante, ningún compromiso es irreversible, ningún socio es definitivamente amigo o enemigo. Esta idea explica muchas decisiones rusas recientes. Apoyar a Bashar Asad en Siria cuando conviene y después abrir diálogos con sus opositores si la situación cambia. Minimizar la ayuda a Irán si un conflicto regional amenaza intereses rusos. Firmar un casi-acuerdo de alianza con Corea del Norte cuando la oportunidad geopolítica lo requiere. Todo es situacional. Cada compromiso es revocable si se vuelve costoso. En esta visión no existen cláusulas similares al artículo 5 de la OTAN; la política internacional es un juego oportunista de geometría variable.
4. El universalismo y la justicia han muerto: la superación de la ética y las normas
La Teoría del Caos putiniana sostiene que la ética, la moralidad, las normas universales y conceptos como «el lado correcto de la Historia» ya no tienen lugar en la política mundial. La única brújula permitida es el interés nacional, definido por el poder político existente. De esta premisa se derivan dos consecuencias: la justificación de cualquier comportamiento estatal, interno y externo -desde la represión doméstica hasta los ataques dirigidos a infraestructuras civiles ucranianas-; el rechazo del universalismo liberal, de los derechos humanos como estándares comunes y de cualquier forma de legalidad internacional considerada «occidental».
Los teóricos del caos anuncian el fin de las «grandes ideas» y de las doctrinas globales. Cada Estado debe desarrollar su propio código normativo y su propio sistema de valores, sin referencia a ningún modelo internacional. Para Rusia, esto equivale a la doctrina de la «civilización-Estado» proclamada por Putin en 2023: una identidad política autosuficiente, impermeable a criterios externos, modelada selectivamente sobre la Historia nacional reinterpretada de manera utilitarista.
5. La fuerza militar como garantía de supervivencia
El quinto postulado define el entorno internacional como estructuralmente inclinado al conflicto. Las guerras más frecuentes se consideran inevitables en la fase de formación del nuevo orden. Las instituciones que antaño regulaban los conflictos son vistas como obsoletas. Se vuelve a una dinámica prewestfaliana, es decir, anterior a la Paz de Westfalia, que puso fin a las guerras de religión, estableció el principio «cuius regio eius religio», sentó las bases de la soberanía nacional y de la no injerencia en los asuntos internos de otros Estados. El orden westfaliano fue considerado también el inicio de la diplomacia moderna. Ahora, en cambio, la soberanía se defiende con la fuerza bruta.
La guerra se normaliza: ya no es una excepción, sino una herramienta ordinaria de política. El uso potencial del arma nuclear se despenaliza: en los informes del Valdai se discute sobre «golpes preventivos limitados». La militarización total se vuelve necesaria: el aparato militar y el complejo industrial de defensa son considerados pilares de la estabilidad nacional.
La función política de la teoría del caos
Los informes anuales del Valdai Club -presentados en presencia de Vladimir Putin- sirven para dar un revestimiento teórico a las decisiones ya adoptadas por el Kremlin.
No son análisis independientes: se convierten en un dispositivo ideológico que explica, justifica y legitima la línea política rusa tras una fachada intelectual. La Teoría del Caos registra los cambios ya ocurridos en la política exterior. Los justifica conceptualmente, sugiriendo que no solo eran inevitables, sino también racionales. Prepara el terreno para futuras acciones, proporcionando un marco teórico que permita a la cúpula avanzar sin restricciones.
El nudo más importante concierne a Ucrania: según esta Teoría del Caos, Rusia no viola ninguna norma porque las propias normas han sido arrasadas por el caos. Quien primero reconozca la muerte del orden anterior adquiere una ventaja estratégica en la construcción del siguiente. De ahí la implícita previsión: con el tiempo, la anexión de Crimea y la ocupación de territorios ucranianos se convertirán en hechos consumados aceptados, y las sanciones occidentales perderán significado.
La militarización permanente y la lucha contra la disidencia
La teoría se convierte también en una herramienta de política interna. Puesto que «la era de los valores universales ha terminado», los derechos civiles y las libertades políticas pueden redefinirse según los intereses del régimen. La represión, el control social y el cierre del espacio público se presentan como medidas de seguridad nacional. El caos externo justifica el autoritarismo interno.
La Teoría del Caos no es un divertimento académico: refleja el pensamiento de una parte significativa de la élite rusa y desempeña una función ideológica crucial. Transforma elecciones de poder en necesidades históricas, normaliza violaciones del derecho internacional, prepara a la opinión pública para un futuro de conflictos e inseguridad y ofrece al Kremlin una narrativa coherente para legitimar la militarización y la flexibilidad sin escrúpulos en las relaciones exteriores. Es una arquitectura teórica que quiere hacer plausible, coherente e «inevitable» la política de poder de la Rusia contemporánea.
Federico Rampini es periodista y escritor italiano, miembro del ‘think tank’ Council on Foreign Relations. Este artículo fue publicado en italiano en el diario ‘Corriere della Sera’
