Todo lo que transmite el beso de la pequeña ucraniana a la foto de su padre. Era boxeador y le mató un misil que entró por la pared del cuartel donde se preparaba para repeler la invasión rusa. Hay miles de huérfanos como ella

NotMid 26/12/2022

MUNDO

La foto es un punto y final a tantas que se tomaron juntos, y Maryana Prudka estaba allí para ver a su hija Emilya despedirse de su padre. Con el mismo abrigo rosa con el que pasearon el anterior invierno, la niña lo besa en la frente. Esta vez es ella la que se agacha, pues él está bajo tierra. Ahora los labios de la pequeña sólo pueden alcanzar a tocar la foto enmarcada que remata una cruz de madera. A un lado, flores. Sobre la tierra removida, un refresco: ir a tomar algo con papá ahora implica ir a un sitio sin mesas ni sillas. El cementerio de Cherkasi, otra ciudad ucraniana golpeada por la guerra.

Desde esa ciudad al sur de Kiev, en la margen derecha del río Dnieper, Maryana cuenta para ‘Crónica’ el hueco que ha dejado su marido Oleg, sobre todo en sus dos hijas pequeñas. Desde su muerte en mayo “han pasado tiempo preguntando todos los días por él”.

“Es una foto que rompe el corazón en pedazos. Aquí está el precio que pagamos por nuestro futuro: hermosos amaneceres y aroma a café, el precio de nuestra libertad contigo. Es difícil para alguien estar durante dos horas sin luz ni agua. Y es duro que mis hijos vivan ahora sin papá. Nos pagaron una indemnización: quisiera decir, tomadla para vosotros y devolvedme a mi amor, y su papá a mis hijos“, escribió Maryana en su muro hace unos días, tras retratar una visita reciente al cementerio. La imagen conmovió a Ucrania, un país que descubre cada día nuevas tragedias.

La prensa local recuerda bien quién era Oleg Prudky, de 30 años, campeón ucraniano de boxeo. Murió en mayo luchando contra Rusia. Este ex deportista estaba en primera línea como miembro de las fuerzas especiales de la policía de Cherkasy. En esa trágica noche, un proyectil voló hacia la habitación donde estaba Oleg. Cuatro de las cinco personas en la habitación murieron en el acto.

Cuando tiene ratos libres, Maryana manda mensajes a su esposo muerto. “La guerra se lleva lo mejor, no me creo que ya no estés”, decía el primero que escribió. “Antes de la guerra, éramos una familia normal”, rememora con tristeza esta mujer ucraniana, apasionada del aire libre y de estar con sus hijas. Cuando empezó Rusia a amenazar a Ucrania, “el asunto no se mencionó delante de los niños, porque Solomyka [la hija mayor] es una niña muy inteligente, tenía miedo de que esto pudiera impactarla mucho”. Incluso entonces, antes de que empezasen los combates “la situación en nuestro país era muy tensa, había muchas discusiones sobre el hecho de que Putin iba a lanzar una invasión a gran escala, todos teníamos miedo”.

La casualidad quiso que su normalidad acabase antes que la del resto. “A principios de febrero, mis hijas y yo enfermamos. Nadie fue a clase ni al trabajo, estábamos de baja”. Había un día marcado en el calendario para volver a la guardería: el 24 de febrero, justo la fecha en la que Putin empezó a lanzar sus bombas. “Me levanté a las seis de la mañana y leí un mensaje de mi esposo en mi teléfono”. El texto era cálido y dramático al mismo tiempo. Normal y extraordinario. “Cariño, te amo mucho a ti y a las niñas”. Inmediatamente Maryana entendió “que algo andaba mal, mi esposo nos lo decía todos los días, cuánto nos ama y nos adora, pero por alguna razón entonces estaba muy nerviosa y sentí que algo pasaba”.

Mariana tomó el teléfono y lo llamó. “Me dijo que Putin había iniciado una guerra, que estaba disparando muchos misiles contra nuestras ciudades de Ucrania. Sí, por supuesto que empecé a entrar en pánico”. Hizo la maleta, “una bolsa de viaje con todas las cosas necesarias”. Entró en el cuarto de las niñas y les dijo la verdad. “Les expliqué que el país agresor, Rusia, quiere apoderarse de nuestras fronteras y ciudades, Putin necesita nuestras tierras fértiles y por eso será despiadado con nuestra población. Les aseguré que nuestros defensores son muy valientes, que harán todo lo posible para contener a Rusia”.

A Oleg le tocó ser uno de esos defensores. Su buena forma física y preparación lo hizo prioritario para ir al frente en un país donde los hombres tienen prohibido salir si están en edad de combatir. Se había curtido en otro tipo de combates antes, unos que se juegan con reglas más limpias y los límites de un ring. Estuvo en competiciones internacionales de boxeo, fue campeón de Ucrania y miembro del equipo nacional en la categoría de hasta 60 kilos. Después del final de su carrera, se unió a la policía en la unidad de élite ‘Kord’, una división para situaciones de emergencia.

No hay todavía una cifra contrastada de niños que han perdido a un progenitor en esta guerra. Las autoridades actualizan otros parámetros trágicos cada semana con cansina frialdad. Pero saben que el país está abocado a tener una “generación perdida“, cuyo grosor en las gráficas todavía no se barrunta. Madres y padres saben que si la guerra acaba pronto, los más pequeños no la recordarán. Pero si dura, los manchará ese agujero negro de pérdidas, heridas o simplemente trauma.

Ucrania tiene ahora mismo 5,7 millones de niños: entre 2 y 3 millones se han tenido que ir de sus casas. Hay más de 200 desaparecidos. Según datos recogidos el 18 de diciembre de 2022, más de 1.313 niños han sido víctimas en Ucrania de la guerra desatada por Rusia. “Según la información oficial de los fiscales de menores, 450 niños murieron y más de 863 niños sufrieron lesiones de diversos grados“, informa la Fiscalía General. De las 17.000 escuelas, 2.000 se han visto afectadas por los combates, según datos publicados en agosto por The New York Times. Cuando empezó el curso en septiembre, 3 millones de niños no se incorporaron.

En Cherkasy, Maryana se ha quedado sola a cargo de la familia. En una casa llena de recuerdos. “Nuestra vida familiar era simplemente increíble, alegre y llena de cuidados y amor. La risa de los niños siempre se podía escuchar en la casa. Mi esposo pasaba todo su tiempo libre con los niños, los amaba mucho y adoraba jugar con ellos. No había en nuestra ciudad ni un lugar donde no hubiesen estado. Los fines de semana siempre visitábamos parques, diversas atracciones. Él era muy aficionado a ir al zoológico y a los paseos por el bosque. En el verano, a las niñas les encantaba ir al río con él, les enseñó a nadar y bucear”.

Toda una vida juntos que no cabe en el pequeño beso de Emilya a una foto que duerme a la intemperie. A Solomiyka le gustaba ir a patinar con su padre, una pasión que le han arrebatado. Que los recuerdos no se vayan por el desagüe es ahora tarea de Maryana. Antes de dormir, manda otro mensaje a su marido muerto: “Fuiste como un sol brillante, un ejemplo para tus hijas, que tanto te adoran y me preguntan cada vez cuándo viene papá. ¿Cómo decirles que no te volverán a ver?

Agencias

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