En 1991, una estudiante estadounidense viajó del Báltico al mar Negro para presenciar in situ el desplome de la URSS. Aquella alumna reunió sus impresiones en un libro que hoy ayuda a entender mejor la esquina oriental de Europa. “Putin comete un gran error si piensa que nos rendiremos por sus bombardeos a civiles”, afirma

NotMid 26/01/2023

Estilo de vida

Ir de Kaliningrado a Odesa a principios de los años 90 no era precisamente un viaje de placer. Sin guía ni carteles indicadores siquiera en cirílico, a expensas de una red de comunicaciones de la que sólo los muy dotados para la imaginación se pueden hacer una idea y en la inmensidad casi de western de un territorio que hoy se reparten cinco países -Rusia, Lituania, Bielorrusia, Moldavia y Ucrania-, Anne Applebaum (Washington, 58 años) se echó la mochila al hombro para documentar sobre el terreno el derrumbe soviético. De la observación del paisaje humano y del otro, la periodista e historiadora dejó constancia en Entre Este y Oeste (Debate). Un trabajo escrito con «cierta pasión forense», cruce de crónica periodística, literatura de viajes y ensayo histórico, cuya publicación ahora en España hay que celebrar como el hallazgo de un tesoro.

Pregunta – Su libro evoca de cierta manera la atmósfera de las narraciones de Stefan Zweig o Sándor Márai, aunque en su caso no hay nostalgia de un mundo que está cayéndose a pedazos. ¿Qué sentimientos ha removido en su interior la edición española de ‘Entre Este y Oeste’?

Respuesta – En primer lugar tengo que decir que estoy encantada de que el libro se publique en España. Lo escribí hace 30 años y creía que nadie más volvería a querer leerlo. Traducirlo ahora tiene sentido, porque describe un mundo que ya no existe: el espacio postsoviético donde nadie conocía las reglas del juego ni sabía cuál era su identidad nacional. Y también sirve para explicar en parte lo que está pasando en esa región.

Todo el mundo recuerda la época de la URSS y todo el mundo está al tanto de la guerra en Ucrania, el gobierno autocrático de Bielorrusia… Pero parece haberse olvidado de que hubo un período intermedio en el que los nuevos estados buscaban su propio camino en distintas direcciones.

P – Su paseo entre lápidas de distintas épocas y culturas en el cementerio de Lviv y su conversación con un grupo de rusos con los que viajó en barco a Estambul al concluir su periplo -esos rusos que le preguntan: “¿Escribe sobre Lituania? ¿Sobre Ucrania? Eso no son sitios de verdad, son sitios que inventamos nosotros”. ¿En qué medida estos dos episodios del pasado, con los que abre y cierra el libro, son interesantes para explicar el presente?

R – El cementerio de Lviv, al que he vuelto muchas veces, ya no ejerce sobre mí el mismo embrujo que cuando caminé por él por primera vez. Ahora conozco la historia de la región, su multiculturalidad… En cierto modo, no es tanto el cementerio lo que explica algo, sino mi completa ignorancia de entonces. Porque incluso si estudias Historia Europea en la universidad, como fue mi caso, Lviv está al margen de todo lo que te enseñan. Supongo que el cementerio es un recordatorio de lo europea que es esta parte del mundo, en el sentido de que la mayoría de los países del continente son producto de diferentes culturas, de invasiones… El episodio de los rusos es divertido. Estuve en Odesa en julio y me acordé de este grupo de contrabandistas. Probablemente formaron parte de la primera generación de emprendedores rusos, de los pioneros que empezaron a moverse, a comerciar y a tratar de poner algo en marcha en el espacio en blanco que había ocupado la URSS. Aunque no lo cuento en el libro, volví a ver a uno de ellos. Tenía una gran cicatriz en la frente. Le di mi dirección y vino a visitarme a Varsovia con su novia cuando yo vivía allí. Ante el estupor de mi esposo, les invité a quedarse. Apenas tenían 25 años. Ellos también eran muy ignorantes sobre el mundo… En Estambul me di una vuelta con este grupo y no sabía que había sido una de las capitales del Imperio Romano. Me preguntaron: ‘¿Qué es el Imperio Romano?’. Se lo expliqué y jamás habían oído mencionarlo. Les dije: ‘¿No estudiasteis Roma en el colegio? Es algo bastante básico’. Me respondieron: ‘No, nosotros estudiamos la Revolución de Octubre’. En cierto modo, coincidíamos en la ignorancia. La gente del Oeste no conocía el Este, y viceversa.

P – Con su permiso, le cito: “Había ya un montón de columnistas escribiendo editoriales sobre los peligros del resurgimiento nacionalista en lugares como Ucrania y Lituania, cuyos últimos líderes semi independientes habían sido títeres de la Alemania nazi y cuyas fronteras serían objetos de disputa. Mientras, varios políticos afirmaban que la independencia de las repúblicas soviéticas no rusas conduciría a un colapso que desestabilizaría la Unión Soviética y llevaría a la creación de una Rusia airada y revanchista”. Viendo en perspectiva cómo ha actuado Putin, podría pensarse que la situación actual casi era inevitable.

R – Discrepo de esa apreciación. En los 90 se afirmaba que países como Ucrania se volverían ultranacionalistas o fascistas, y eso no sucedió. Ucrania se convirtió en una democracia no muy eficiente, pero en una democracia al fin al cabo, con una sociedad multicultural donde coexisten muchas culturas diferentes: judíos -como su presidente-, católicos, ortodoxos… Tampoco creo que Rusia tuviera que convertirse sí o sí en lo que es hoy. Hubo una serie de momentos históricos en los que el liderazgo ruso y el propio Estado pudieron haber hecho otra cosa. Boris Yeltsin no hablaba de instaurar una dictadura violenta. Probablemente todavía conservaba una especie de sentido imperial de la grandeza de Rusia, pero no se planteaba aniquilar al vecino para restablecer el imperio. Otros líderes que surgieron en Rusia podrían haberla convertido en un país diferente. Pensar que algo es inevitable es un error, porque la Historia siempre ofrece opciones. Ucrania optó por unas opciones y Rusia por otras. Ucrania se sintió atraída por ideas procedentes de Europa y su población presionó para ser un estado democrático; los rusos no, aunque hay una parte a la que le gustaría que Rusia fuera parte de Europa y se lamenta por la manera en la que ha roto lazos. El camino que ha tomado Rusia, sobre todo en los últimos dos o tres años, es un terrible error. Nadie podía haber intuido que Putin llevaría tan lejos su idea de restablecer el Imperio Ruso mediante una guerra brutal.

P – Nos vamos acercando al primer año de conflicto. ¿A Putin le interesa que sea una guerra larga para erosionar la alianza internacional que respalda a Ucrania o él también lucha contrarreloj?

R – Ambas cosas. Él piensa que puede imponerse a Occidente, que el apoyo a Kiev se resquebrajará, que la economía ucraniana colapsará… Pero se equivoca. El problema derivado de la dependencia del gas ruso no diría que está resuelto, pero ha resultado ser mucho menos dramático de lo que se preveía. En cada país europeo hay fuerzas prorrusas o antiucranianas, pero de momento los líderes de los principales estados del continente siguen apoyando a Ucrania. Incluso en EEUU hay grado de consenso entre demócratas y republicanos sobre Ucrania que es casi inexistente en torno a cualquier otro tema. Una de las cosas que espero en las próximas semanas es que Occidente aumente el apoyo militar a Ucrania que le permita llevar a cabo más ofensivas, y también que las sanciones a Rusia se endurezcan y se vigile más estrechamente qué tipo de mercancías entran y salen, todo ello para que esta guerra no se alargue demasiado. De un modo ideal, quisiéramos que acabase lo más rápido posible para que Ucrania pueda recuperarse. Cada vez que tiene lugar un ataque como el de Dnipro hace un par de días, donde murieron muchos civiles, el apoyo a Ucrania se revitaliza. Putin comete un gran error al pensar que bombardeando a la población civil y dañando la infraestructura eléctrica del país nos rendiremos.

P – Putin siempre se ha burlado de las consecuencias del calentamiento global e incluso ha bromeado con el hecho de que el aumento de un par de grados en todo el planeta beneficia a Rusia. No sólo por el hecho de que al hacer menos frío en sus regiones situadas al norte se vivirá mejor, sino en relación a sus propios planes geoestratégicos para el Círculo Polar Ártico en cuanto a la explotación de recursos, navegabilidad, etc. ¿El invierno tan suave que -de momento- estamos teniendo en Europa juega en contra de su táctica de castigo?

R – Sí, Putin sobreestimó la importancia del gas porque, como usted señala, estamos teniendo un invierno inusualmente cálido y porque resulta que, cuando se ven obligados a hacerlo, los países europeos -incluida Alemania- pueden reducir su consumo y empezar a pensar en fuentes de energía alternativas. En cierto modo, esta guerra ha estallado en un momento en que el debate sobre el cambio climático se ha vuelto más serio. Una consecuencia del conflicto es la aceleración del abandono de los combustibles fósiles y, en concreto, del gas. Es interesante cómo se está produciendo una alianza entre quienes luchan por mitigar los efectos del cambio climático y quienes ven a Rusia como una amenaza para la seguridad por culpa de la dependencia energética. Dos comunidades que mantenían posiciones alejadas ahora trabajan codo con codo.

P – El comportamiento de sus tropas prueba que no existe acuerdo internacional digno de respeto para Rusia. ¿Es motivo suficiente para debatir sobre su derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU o sobre su asiento como miembro permanente?

R – La membresía de Rusia en el Consejo de Seguridad, incluso su membresía en la ONU, es técnicamente ilegal, porque se le concedió la de la Unión Soviética. Se podría discutir que Rusia necesita volver a presentar una solicitud para ingresar. La guerra ha demostrado que tiene siente un enorme desprecio por el derecho internacional, los Convenios de Ginebra, la Convención sobre el delito de genocidio… Espero que esto avive el debate sobre cuál es el lugar de Rusia en la ONU y, en términos más generales, el debate sobre el propio Consejo de Seguridad, que ahora es una institución absurda. ¿Qué representa? ¿Por qué Francia y Gran Bretaña están en él e India no? Es uno de esos avisperos que nadie quiere tocar, porque una vez que lo haces es difícil saber lo que puede pasar.

P – ¿Le sorprende la pasividad de China respecto a Rusia en relación a la guerra? Justo antes de la invasión, en el escenario de los Juegos Olímpicos de invierno de Pekín, Putin y Xi celebraron que sus países tenían “una cercanía sin precedentes”. Pero eso no se ha traducido en ayuda militar por parte de la superpotencia asiática, ni siquiera en palabras de apoyo a las acciones de su socio.

R – Me da la impresión de que a China le sorprendió la invasión. Claramente Rusia no le advirtió de que iba a tratarse de algo a tal escala, tan peligroso y con semejante nivel de destrucción. China es una potencia partidaria del statu quo, hay muchas cosas de cómo está organizado el mundo que le gustan, como las relaciones comerciales internacionales. China compra y vende muchas cosas a Europa, no quiere que la economía europea tenga problemas. Por eso creo que la guerra para ellos era algo ni querido ni esperado. Una de las evidencias es que no sacaron a sus ciudadanos de Ucrania. Hubo muchos estudiantes chinos que se quedaron atrapados allí, señal de que no se les dijo de antemano lo que iba a pasar.

P – Afirmó en un artículo publicado a mediados de diciembre que la guerra de China contra Taiwán ya ha comenzado. Hablaba en ese artículo, por ejemplo, de los cursos de instrucción para el manejo de armas de la Academia Kuma, cuyas inscripciones se agotaron a la velocidad que suelen hacerlo las entradas de conciertos. En los últimos años hemos superado el umbral de lo que creíamos imposible con la pandemia o la guerra de Ucrania. ¿Una operación militar en el Mar de China sería otro hito más?

R – Eso sería escalar hasta otro nivel de catástrofe. Por muchas razones: Taiwán tiene una importancia vital para Occidente como fabricante de software y semiconductores. Además, es aliado de Estados Unidos desde hace hace décadas. Comparativamente, Ucrania es un aliado muy reciente. La invasión de la isla desestabilizaría a las demás potencias regionales: Japón, Corea del Sur e incluso Vietnam, un evento con consecuencias potencialmente nefastas. En mi opinión, uno de los motivos por los que la Administración Biden ha respondido como lo ha hecho en Ucrania, enviando ayuda tan rápidamente y a semejante volumen, es porque ven esas acciones como medida disuasoria para China. Como una especie de mensaje: vamos a ayudar a Ucrania a luchar contra Rusia y ayudaremos a Taiwán a luchar contra vosotros. Ya se sabe que la mejor forma de evitar una guerra es disuadir a la potencia agresiva. Hacer que China se preocupe por la ayuda a Taiwán es una muy buena política para preservar la paz. Esta guerra podría hacer que China se lo piense dos veces antes de intentar algo parecido.

P – Hemos visto hace unos días cómo los seguidores del ex presidente Bolsonaro han intentado asaltar los centros del poder de la democracia brasileña, siguiendo el ejemplo de lo que pasó con los seguidores de Trump hace dos años en el Capitolio. En uno de sus últimos análisis sostenía que las revoluciones antidemocráticas también pueden ser contagiosas. Precisamente, antes de recoger el Premio Internacional de Periodismo de El Mundo en noviembre de 2021, ya alertó de las nuevas tácticas empleadas por los enemigos de la democracia. España celebra elecciones generales a finales de año. ¿Debería preocuparnos que el caos que hemos visto en EEUU y Brasil se extienda también aquí?

R – Sí, debería. Quiero decir, no sé cómo se desarrollarán las elecciones generales en España, no estoy prediciendo nada. Pero escribí sobre este contexto en mi anterior libro, El ocaso de la democracia (Debate). Hay una parte de la ultraderecha española, o al menos de la ultraderecha online, que está muy conectada con la ultraderecha de otros países. De hecho, si mal no recuerdo, algunas de las estrategias que ha usado Bolsonaro en Brasil y algunas de las que ha empleado Vox en España son idénticas: los tipos de web, los tipos de mensajes, los argumentos sobre el matrimonio tradicional y el feminismo… Parte del lenguaje de Bolsonaro era muy similar al de los movimientos de extrema derecha españoles y de otros países latinoamericanos. El año pasado se celebró una cumbre CPAC (Conferencia de Acción Política Conservadora) en México. Estoy segura de que acudió Bolsonaro, un puñado de representantes estadounidenses de la extrema derecha, otro puñado de representantes latinoamericanos… Tendría que comprobar si hubo también delegados españoles, pero no me extrañaría. Estas reuniones donde la extrema derecha intercambia ideas se producen tanto off como online sin necesidad de que veamos en ellas grandes conspiraciones. Los grupos de extrema derecha no se ocultan en una habitación secreta para conectarse entre sí, simplemente se trata de un proceso de imitación: si un argumento o un eslogan está funcionando bien en las redes en Francia, lo traducen al inglés, al español o al holandés. Los brasileños pudieron ver lo que sucedió el 6 de enero en Washington y cómo fue el troleo en los medios estadounidenses para poder replicarlo allí. Así que sí, es algo que podría pasar en España.

Hay que promover un periodismo constructivo: no contar a todas horas que el puente se desmorona, sino que se está reconstruyendo

P – En los últimos 12 meses, los considerados hombres fuertes del mundo han recibido importantes bofetones de realidad. Putin, Xi, Bolsonaro, Jamenei… Los liderazgos autoritarios son cada vez más cuestionados, ya sea por divisiones internas dentro del propio sistema o por la fuerza de movimientos opositores. Empleando sus propias palabras, ¿los malos ya no van ganando?

R – Este tipo de oscilaciones van y vienen. La autocracia es esencialmente débil y sujeta a crisis periódicas. Se trata de un sistema político donde la reforma es muy difícil, donde el liderazgo a menudo se vuelve ciego e incapaz. Putin solo se comunica con personas que están de acuerdo con él, nadie le ha dicho la verdad sobre lo que está pasando. Irán está dirigido por personas cegadas por la ideología e incapaces de comprender el mundo contemporáneo. Es cierto que las autocracias encuentran formas de trabajar juntas, como vemos con el uso de drones iraníes en Rusia. A veces nos obsesionamos en subrayar la debilidad de nuestro sistema, creemos que la democracia es patética, y olvidamos cómo las autocracias también tienen sus debilidades. Los acontecimientos del año pasado son, en efecto, un buen recordatorio.

P – Una observadora de la política internacional como usted, que ha escrito tanto sobre los peligros que amenazan a las democracias, ¿cómo ve el uso del fútbol como instrumento de ‘soft power’ por parte de autocracias como Qatar -que acaba de albergar el último Mundial- o Arabia Saudí, uno de cuyos equipos acaba de anunciar el fichaje de una superestrella -ya en declive- como Cristiano Ronaldo?

R – Forma parte de una operación más amplia: el uso del deporte, de los actores de Hollywood, de los medios de comunicación… Las autocracias ven ese mundo del entretenimiento como un área en la que pueden jugar un papel y tratar de ser influyentes. No sólo para ganar dinero, sino también para ganar legitimidad. ¿Por qué un equipo saudí ha contratado a Cristiano? Para que la familia gobernante saudita pueda decir: ‘Mira, tenemos a una estrella clase mundial aquí, ¿de qué te quejas?’. Se trata de una herramienta para afianzar su poder y hacerlos parecer más modernos o más conectados con el exterior. Ese fue el propósito de Qatar como sede de la Copa del Mundo.

P – He visto en su cuenta de Twitter que compartía una noticia de la BBC que explica cómo los líderes talibanes está comprando la verificación de sus cuentas en Twitter. ¿Qué indica esto sobre nuestro mundo?

R – Una de las cosas que indica es que el nuevo dueño de Twitter es idiota. Originariamente, el objetivo de las insignias azules era verificar si detrás de una cuenta había una persona real o no; ahora se trata de ganar dinero. Los talibanes buscan con ello lo mismo que Qatar con la organización del Mundial: obtener algún tipo de legitimidad. Impiden que las niñas vayan a la escuela, que las jóvenes se matriculen en la universidad y que las mujeres trabajen en Afganistán. Han empobrecido a su país y lo están convirtiendo de nuevo en una especie de del estado medieval. Pero también quieren ser vistos de la misma manera que los líderes de los países occidentales.

P – Usted ha sido muy crítica con el viejo modelo que en EEUU se conoce como ‘periodismo de carrera de caballos’, centrado en contar quién pierde y quién gana, qué político sube y qué político baja, pero sin ofrecer más contexto. Asegura que ese tipo de cobertura ha sido muy dañino para el país. En su informe anual de previsiones, el Reuters Institute y la Universidad de Oxford han mostrado su preocupación por la “fatiga informativa” que aleja a los ciudadanos en tiempos de malas noticias. ¿Cómo se consigue captar la atención del lector y, al mismo tiempo, propiciar un debate de ideas civilizado en tiempos de polarización a todos los niveles?

R – Es una pregunta interesante y muy difícil de responder. Habría que promover un periodismo más constructivo. En lugar de contar a todas horas lo terrible que está pasando y cómo el puente se está desmoronando, encontrar a quién está ayudando a reconstruir el puente, pensar en términos positivos e intentar llegar a diferentes audiencias. ¿Cómo tratan de llegar los medios periodísticos al público que no lo lee? Imagino que pensando en qué tipo de historias publica, quién las lee y cómo las leen. Hay mucho por hacer. De hecho, en los últimos años he trabajado en un proyecto universitario para tratar de entender todo eso. Trabajamos con Corriere della Sera y analizamos los artículos que publicaron sobre inmigración. Fue muy interesante descubrir que los artículos que generaban más confianza al lector no eran historias, sino hechos expuestos de forma muy simple. La audiencia quiere tener la sensación de estar leyendo información precisa, así que los periódicos deberían reflexionar en profundidad sobre cómo presentan los hechos.

P – ¿La guerra de Ucrania tiene que terminar obligatoriamente con una derrota militar por parte de uno de los dos contendientes? ¿El momento para un acuerdo ha pasado definitivamente?

R – Desafortunadamente, esta guerra sólo terminará para siempre con la derrota de Rusia. Rusia tiene que experimentar la derrota y entender que la guerra fue un error, porque lo que no queremos es que se produzca algún tipo de negociación o de alto el fuego y dentro de dos o tres años vuelvan a invadir de nuevo. Cualquier otra cosa que no sea asumir que Ucrania es y seguirá siendo un país soberano podría conducir a otro enfrentamiento armado. A mi juicio, los rusos no han renunciado a la toma de Kiev ni a la idea de apoderarse de toda Ucrania. Si lo consiguieran, su próximo objetivo sería Varsovia, Vilna o Berlín. Por nuestro bien, debemos asegurarnos de que la guerra termine de una forma que los rusos no se sientan impulsados a reiniciarla.

P – Le preguntaré, por último, por otro viaje: usted estuvo en Bucha poco después de que la ciudad fuese liberada y cuando el mundo entero descubrió los crímenes perpetrados allí por los soldados rusos, con la calle Yablonska como escenario de los horrores. ¿Fue el momento más estremecedor de su vida?

R – He estado en muchos lugares horribles… No sé si ese fue el más estremecedor, pero le diré una cosa: fue en abril, hacía un frío inusual y mucho viento. Estaban descubriendo una inmensa fosa común enfrente de una iglesia a la que habían arrojado muchos cadáveres durante la ocupación. Me encontraba allí de pie, junto a la iglesia, hablando con el cura, y podía oler los cuerpos en descomposición. Pensé que me habría gustado estar en cualquier otro lugar. No quiero usar ningún cliché para describirlo, pero se puede imaginar el escenario. Frío, ventoso, desierto a excepción de los hombres con trajes de protección que desenterraban muertos. Ahí es cuando realmente te golpea el horror de la guerra. Y eso sólo fue solo una pequeña demostración de lo que hecho en Jersón, Zaporiyia, Donetsk, Luganks… En todas partes. Los rusos han creado una especie de campo de concentración en los territorios que han ocupado. Recuerda a las cosas espantosas que han sucedido antes en la Historia de Europa, porque en realidad se trata del mismo tipo de guerra que planteó Hitler.

ElMundo

Compartir en Redes Sociales.
Deja un comentario Cancel Reply

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Exit mobile version