Nos adentramos en profundidad a las obras del mítico estadio a pocos meses de su inauguración oficial. La magnitud y ambición de la reforma trasciende lo futbolístico para proyectarse como emblema urbano de la capital de España. El pasado y el futuro de Madrid se anudan otra vez en el club de Chamartín

NotMid 09/05/2023

DEPORTES

El fútbol sucede en un espacio, pero ese espacio cambia con el tiempo. Las edades del hombre vienen jalonadas por el cemento de un patio de colegio, la tierra de un potrero suburbial, el olor del primer campo de hierba o el césped sintético de las últimas pachangas. Se juega o se sigue el fútbol para desafiar el paso inexorable de los años. Unos pocos elegidos logran prolongar la infancia haciendo del juego profesión. Algunos equipos rejuvenecen de felicidad a sus aficiones cuando al fin ganan un título esquivo. Pero solo un club ha aprendido a conjugar el presente continuo de la victoria. Lo explicó con uno de sus aforismos redondos Jorge Valdano tras la enésima final de Champions League: “Creo más en la eternidad del Real Madrid que en la del fútbol”

Ocurre que la eternidad, en el fútbol, no está garantizada. El Real Madrid no se conforma con su pasado, pero hoy compite en desventaja con clubes muy capaces de comprar el futuro: inversores globales, teocracias petroleras, oligarcas que no responden jurídicamente ante su afición. El Madrid pertenece a sus socios, juega en el centro de su ciudad y se debe al ideal de exigencia impuesto por su historia. La decisión de erigir un nuevo estadio no nace del capricho galáctico de Florentino Pérez sino de la pura necesidad de supervivencia. Si el estadio no se convertía en una fuente autosuficiente de ingresos que asegurara el futuro del club, sería cuestión de tiempo que el Madrid acabara traicionando su identidad y renunciara a seguir ganando. Por eso, decíamos, el tiempo depende del espacio: el eterno retorno de la vigencia madridista vuelve a construirse en la misma manzana de Chamartín en la que juega desde 1943.

UN PLAN QUIJOTESCO

Florentino Pérez sacó a concurso su plan entre los mejores estudios de arquitectura del mundo. Ganaron los alemanes, según suele pasar en ese deporte llamado fútbol. Idearon una caja gigantesca que recubre y transforma el viejo estadio sin ganarle un solo metro cuadrado de edificabilidad, pues ese era el compromiso negociado con dos corporaciones municipales de signo ideológico opuesto: la de Ana Botella y la de Manuela Carmena, que dio el visto bueno final. Ambos equipos comprendieron la trascendencia de un proyecto llamado a convertirse en emblema urbanístico de la capital española, más allá de colores deportivos o políticos. Así lo entiende también Martínez-Almeida, pese a su conocida militancia rojiblanca.

Con el Ayuntamiento el club se comprometía además a aumentar las zonas ajardinadas a lo largo de 20.000 metros cuadrados de superficie peatonal, reurbanizar la esquina de Concha Espina, crear un carril bici, soterrar las plazas de aparcamiento, no costar un duro al contribuyente y tratar de causar al vecindario las mínimas molestias posibles. Por eso las lamas alabeadas -cada una diferente, diseñadas por un ingeniero gallego- que componen la piel mutante de la fachada pueden reflejar proyecciones de vídeo pero no los rayos del sol, para no deslumbrar a los conductores ni rebotar el calor hacia los pisos colindantes.

Con los socios, preocupados por el impacto de la reforma en las arcas del club, el presidente asumió el compromiso de un férreo control presupuestario, encomendando a los diferentes departamentos del club la tarea de conseguir financiación con cargo a la futura explotación de cada espacio reformado. El skybar asomado al terreno de juego como un palco colgante o el restaurante de lujo en la esquina del último anfiteatro aún no están concluidos, pero ya están pagando su propia construcción.

Y con la UEFA el Madrid suscribió una condición más, la más gravosa: los trabajos debían llevarse a cabo a la vez que se desarrollaba con normalidad la competición. Una quijotada efectivamente digna de Santiago Bernabéu, que financió un estadio megalómano con las aportaciones de los socios en plena posguerra civil.

EL CIELO, EL SUELO Y EL SUBSUELO

Las obras, en las que trabajan a diario unas 1.200 personas sin que hasta la fecha se haya registrado un solo accidente, empezaron en 2019 y se estima su finalización para este mismo año. “Vivía en Rumanía, donde estaba por trabajo. Me mudé aquí hace cuatro años para la remodelación del Bernabéu. Esta es la manzana de las cosas increíbles”, reflexiona María José, jefa de la oficina técnica de FCC. “Es una obra única, no he participado en nada igual. Y me siento afortunada, pero quiero acabarla ya: es mucha tralla”, confiesa esta ingeniera navarra que subraya la enorme presión bajo la que trabajan. “Acomodar la planificación a los partidos, los youtubers retransmitiendo al minuto, los vecinos que opinan, los problemas diarios… Hay que llegar a todo. Y milagrosamente, se llega. No sé cómo”.

Desde fuera admiramos el plateado contorno de la hazaña. ¿Un templo pagano? ¿Una nave extraterrestre? ¿El temible cetáceo de color blanco que obsesionó al capitán Ahab? La gigantesca corona metálica ciñe el antiguo hormigón, sustentándose sobre vigas voladas que se apoyan en la vieja estructura como los jugadores noveles en los veteranos. Al acceder al terreno de juego resulta difícil creer que en cinco días vaya a jugarse allí una semifinal de Champions. Cuatro máquinas de jardinería del tamaño de furgonetas cosen el césped a la tierra para compactarlo bien. Pero el tapete inconsútil que vemos en realidad está segmentado: lo soportan seis bandejas retráctiles de 1.500 toneladas cada una que se esconderán en el hipogeo cuando el Bernabéu no albergue partidos de fútbol sino cualquier otro evento. El tipo de eventos que amortizarán este coloso en pocos años.

Alrededor del verde hormiguean los operarios manejando el soldador, empuñando el rodillo para pintar las gradas o maniobrando con el camión grúa en el testero sur. Jesús, madrileño y madridista, lleva toda la vida en la grúa. “Yo tengo que estar ahí”, se dijo cuando se enteró de que el Bernabéu iba a necesitar un puñado de gruistas. “Y lo conseguí. Ahora los amigos me preguntan cuándo lo vamos a terminar. Me lo pregunta hasta mi hermana, que es del Atleti“, cuenta con orgullo.

El Duomo de Florencia permaneció descubierto durante decenios porque ningún arquitecto lograba resolver el problema físico que planteaba una cúpula de 50 metros de ancho. ¿Cómo hicieron los romanos para levantar el Panteón? Nadie se lo explicaba hasta que un orfebre retaco y fanfarrón llamado Filippo Brunelleschi ganó el concurso dotado con 200 florines de oro y erigió el mito fundacional del Renacimiento italiano. La ingeniería ha avanzado mucho desde entonces, pero la ley de la gravedad sigue siendo la misma. Igual que Brunelleschi ideó dos casquetes concéntricos -uno visible y grácil sobre otro invisible y robusto- y combinó los materiales pesados en la base con los ligeros en lo más alto, la cubierta del nuevo Bernabéu aprovecha buena parte de la cimentación original y concilia también lo pesado con lo ligero. Dos vigas maestras como las que sustentan los puentes colgantes se apoyan en sendas torres adicionales para cargar todo el peso, mientras arriba otras doce vigas móviles de aluminio, fibra de carbono y madera de balsa corren por los raíles de la cubierta para cerrar el estadio cuando sea preciso. La lona de la cara interna servirá para mejorar la acústica de un concierto, pero también para amedrentar al equipo visitante.

Las escaleras se han triplicado para agilizar acceso y desalojo: en seis minutos todo el público podrá llegar a zona segura y en otros seis a la calle. El equipo de Carlos López-Palanco, responsable de la dirección facultativa, ha revisado cada centímetro del estadio para adaptarlo a la nueva normativa de seguridad. El Bernabéu creció por capas, pero dicen que la edificación original de 1943 y la reformada de 1967 han necesitado poca actualización por su excelente factura. De lo que más orgullosos están es de haber logrado simultanear su trabajo con la competición deportiva. “En cuanto termina el partido, esa misma noche las máquinas vuelven a entrar para que puedan reanudarse los trabajos a primera hora de la mañana. A los periodos de varios días sin partido los llamamos ventanas. Ahí es cuando adelantamos más. Florentino adivinó enseguida lo que la pandemia tenía de oportunidad: pudimos trabajar 15 meses seguidos aquí mientras los partidos se jugaban en Valdebebas”, explica uno de los capataces.

Un anillo logístico -con su salida de emergencia cada 50 metros- conecta las entrañas del estadio. El público no lo verá, pero por él circularán vehículos eléctricos que repartirán mercancías y suministrarán los pedidos. Atravesando galerías que evocan las tripas abiertas del Coliseo seguimos bajando por el vientre de la ballena blanca. Los zapatos se manchan, la humedad se adensa, el polvo nos rocía el casco, los chalecos de los obreros brillan en la oscuridad mientras se cruzan indicaciones desde andamios subterráneos. Al fin llegamos al hipogeo.

El hipogeo es un agujero descomunal de 120 metros de largo y 20 de ancho, 100.000 metros cúbicos a 35 metros de profundidad excavados palmo a palmo bajo la banda que corre Vinicius. Su función, aquí y en la antigua Roma, es servir al espectáculo; solo que en vez de estabular leones, este hipogeo custodia las bandejas de césped a la temperatura precisa, bajo la luz ultravioleta necesaria, con los nutrientes y el riego calibrados a ordenador por el equipo botánico del club. Esta novedosa tecnología que permite sustraer el césped a la influencia de las inclemencias meteorológicas la aportó una empresa holandesa, suponemos que experta en tulipanes. Todo esto se ha ido haciendo bajo tierra en el centro de Madrid a lo largo de los dos últimos años. Ningún vagón de metro ha resultado dañado durante la excavación. Como mucho lombrices, y alguna rata.

HISTORIA POR HACER

Un proyecto así obliga a una especialización infinitesimal del trabajo. Kevin, por ejemplo. Este ecuatoriano de 26 años se encarga del perímetro exterior: balizar máquinas, vigilar el vallado. Se pierde los partidos porque debe solucionar incidencias tales como que algún listillo trate de colarse aprovechando las obras. “Pasamos muchos días aquí, pero por mí cuanto más dure mejor: estoy acoplado con la obra, como yo digo”. Juan, alias Popi, es un dominicano de 60 años que cumple cuatro años trabajando en el nuevo Bernabéu. “Mi función era manejar el toro; ahora soy encargado de almacén”. Lo hace feliz, dice, porque es madridista. “¡Y tengo recuerdos que pueden demostrarlo!”, nos jura.

Óscar, cántabro, jefe de producción, explica el mecanismo hidráulico de las pruebas de carga. Miguel, asturiano, compone en el fondo del hipogeo una estampa de minero muy convincente, pero en realidad es director de construcción. Coordina a decenas de operarios que no saben lo que hace su vecino. Asistir al trasiego incesante del personal atareado en la construcción de esta ciudad subterránea que va terminando de tomar forma desconcierta al reportero habituado al circo de la política superficial. Aquí abajo huele a polvo, a sudor y a optimismo de la voluntad.

Emergemos de nuevo al nivel del césped. En este instante lo está asentando un tractor. La identidad del Madrid, decíamos, obliga a medirse con el tiempo: unos ponen los cimientos de la eternidad y otros alfombran el acontecimiento contra el City del martes próximo. En el Bernabéu se juegan unos 35 partidos al año: es tontería que un lugar así caiga en desuso los 330 días restantes. Este sencillo cálculo basta para justificar el carísimo ingenio que ha hecho falta para tender en paralelo a la calle Concha Espina una viga-museo de tres pisos de ancho que, además de soportar la cubierta, albergará la nueva sala de trofeos. “Acogerá la Real Madrid Experience, que será la que pague todo esto”, sonríe el ingeniero que nos conduce.

Ascendemos al techo del nuevo Bernabéu, al que apenas le falta la visera. Trabajar aquí no es compatible con el vértigo. “Yo he caminado por vigas de 15 centímetros de ancho. Todas las redes de riesgo las ponemos nosotros. Siempre andamos colgados. He trabajado en el Four Seasons de Canalejas, pero es aquí donde perdí el miedo”, arguye Walter, colombiano de 43 años. Le preguntamos qué habilidades debe tener alguien del equipo de altura. “¿Cuáles no?”, contesta rápido, con un brillo de vanidad en los ojos claros.

El anillo exterior peatonal de 365 grados -simétrico del vídeomarcador que rodeará la cubierta por dentro- ofrece las vistas más airosas de Madrid y da acceso al lujoso skybar y al exclusivo restaurante aún por terminar. Pero nosotros nos encaminamos a la grada de prensa, recién terminada. Una vez allí no resistimos la tentación de estrenar uno de esos asientos corridos que se ciernen en hilera sobre el campo desde los que se escribirán las remontadas del mañana. El polvo se acumula sobre la mesa en la que reposarán los portátiles de los plumillas, que tendrán en este campo trato preferente: accesos propios para no topar con aficionados desafectos y en el interior una zona de trabajo, confraternización y esparcimiento, bar incluido. Cortesías con la canallesca que luego se agradecerán o lo contrario. La sala de prensa y la zona mixta son conocidas de todos porque llevan ya muchos meses funcionando.

Aparece Jesús, que se encarga de la seguridad. Detalla que esto no es una obra sino ocho distintas, cada cual con su jefe, su capataz, sus operarios. Con él bajamos al espacioso garaje -hangar, más bien- que los días de partido acoge a los autobuses de los equipos y a los camiones de producción televisiva que antes infestaban el aparcamiento de Castellana. Cuatro plantas de parking público se encargarán de suplir las plazas perdidas en superficie. Por la grada abatible que nadie sospecha a la izquierda del vestuario local cabe un tráiler. Cuando por fin pisamos el terreno de juego, nos reciben el olor narcótico de la hierba y el rugido imaginario de las gradas.

Nos despedimos de los últimos obreros, nos sacudimos el tizne de la ropa, deseamos buen servicio al vigilante nocturno. Nadie sabe cómo, pero esto que hoy parece el escenario de un bombardeo lucirá impecable para reeditar otra noche mágica de Champions el martes 9 de mayo de 2023. La historia la escriben los vencedores, así que la única manera de no dejar de escribirla es ganar siempre.

Agencias / Real Madrid

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