Cuando un hombre observa el mar amplía la nostalgia de sí mismo
NotMid 06/11/2022
OPINIÓN
ANTONIO LUCAS
Al fondo está el mar. Y cuando un hombre observa el mar amplía la nostalgia de sí mismo. Apenas vale saber esto para encontrar en medio del ruido del día un pabellón de silencio. No el silencio que abraza al retratado, sino el que transpira la escena captada por José Aymá. La fotografía -última de esta larga serie dominical- ofrece algo extraordinario: no tiene necesidad de llevar un titular. Ahora que todo está etiquetado, un ser humano mirando al mar puede que sea sólo un ser humano mirando el mar.
No acumula más relevancia, así que tampoco hay necesidad de manipulación. Esto es una extrañeza, una conquista. Cada vez cuesta más que las cosas sean sólo lo que son. Sucede con algunos hombres y mujeres. Me temo que es inadecuado decir en voz alta que la vida se concreta mejor en lo pequeño. Pero la vida se concreta mejor en lo pequeño. Vivir es también saber decir adiós oportunamente a los grandes caracteres. Esta fotografía es oportuna e inoportuna a la vez.
Fabulosa porque dice más de lo que dice. Molesta porque ocupa una página de periódico, cuando está la actualidad a gritos en la calle. A veces los lugares deseados no aparecen en los mapas. Este es uno de ellos: alguien observa el mar de espaldas a todo lo demás. Y en su gesto hay restos de aventura, porque esta significa también viajar allá donde te lleve el viento.
Aquel que contempla el horizonte sabe que el mar ofrece noticias espléndidas, verdaderas, sin doblez. Basta con prestar atención, con querer escucharlas en silencio, en soledad. Otra cosa espléndida del mar es su desprecio a esa fiebre de posar cada minuto para la historia. No le hace falta. Él sí tendrá sitio hasta el final.