Cataluña necesita un héroe de la retirada. Alguien vacunado con dosis suficientes de realidad que declare despacio, con la mano en el bolsillo y la mirada perdida, que el procés fue un grave error propio
NotMid 14/05/2024
OPINIÓN
JORGE BURGOS
Por si fuera poco drama el desplome de su partido y la dimisión de Aragonès, Gabriel Rufián tiene que soportar que Figo se mofe de él en las redes. ERC arrancó a don Gabriel de su baja de paternidad para que acudiera a tapar vías de agua en precampaña. Incluso pactó con Sánchez la pregunta sobre su fe en la Justicia que sirvió de preámbulo al psicodrama del divo en fuga. Rufián ha sido un jornalero de la bronca, un aplicado obrero del muro, un charnego reclutado durante el procés para medirse libra por libra con la chulería mesetaria.
Rufián era el Joselu del parlamentarismo que nos solucionaba la crónica en el minuto previo al bostezo final. Lo mismo te blandía una impresora que exhibía unas esposas o depositaba solemnemente tres balas sobre el atril, precipitando en Pedro otra de esas lipotimias impostadas con las que aspira a que la causa (la masacre de Melilla) quede sepultada bajo la sobrerreacción.
Rufián vino a Madrid para unos meses que se le acabaron yendo de las manos. Pocos casos proclaman tan elocuentemente el éxito del modelo madrileño fundado en el mestizaje instantáneo. Los cronistas parlamentarios hemos asistido al proceso de maduración de un padre de familia al que cada vez le costaba más llamar carceleros a los jueces, aullar contra la inminencia del fascismo, justificar la necesidad de la independencia de una Cataluña que librada a su suerte ni podría pagarse las facturas. Sus prejuicios, amorosamente mamados en la bulosfera catalana, se deshacían contra una vida feliz en la ciudad más abierta de España. Hoy su único desprecio genuino, el que conserva, se dirige contra Puigdemont y Yolanda. Lo negará, pero se siente más cerca de Ayuso que de cualquier Pujol. Las bases ya lo llaman botifler, tributo con el que los internos del manicomio homenajean a los que reciben el alta.
Cataluña necesita hoy un héroe de la retirada y podría ser Rufián. Alguien vacunado con dosis suficientes de realidad que declare despacio, con la mano en el bolsillo y la mirada perdida, que el procés fue un grave error propio, no forzado. Alguien de ERC que puesto a elegir entre el cianuro de Puigdemont y el garrote vil de una repetición, elija morir en la orilla de Illa. No ocurrirá, porque ERC nació bajo el signo del escorpión en cualquier rana. Pero sería bonito que Gabriel culminara su viaje a la responsabilidad diciéndoles a sus compañeros que se acabó. Que ellos son los únicos culpables de lo que le pasa a Cataluña. Que no mereció la pena. Y que quizá hay tiempo para hacer algo en el futuro que la merezca.