El cambio de ciclo político en España va más allá del rumbo ideológico. Se trata de volver a separar la verdad de la mentira, de castigar a los mentirosos y premiar a los veraces
NotMid 26/05/2023
OPINIÓN
Una campaña electoral se parece a un certamen de relato corto que espera ganar el que miente mejor. De la reivindicación de los prodigios obrados y de la promesa de los que se obrarán el público menos ingenuo suele descontar un alto porcentaje de mala literatura hecha con buenas intenciones: de ahí el cínico aserto de que las promesas electorales solo comprometen a quienes se las creen.
Ahora bien, en la era de la posverdad digital y la memoria líquida la política se presta como nunca al triunfo de los psicópatas y de los cínicos. Mentes escindidas que no reconocen el vínculo moral entre las palabras y los hechos por insania o interés. Desgraciadamente la historia aún no nos ha vacunado contra la confusión letal entre literatura y política. Si un novelista sumergido en sus ficciones llega a perder pie en la vida real, solo se hará daño a sí mismo mientras beneficia quizá a sus lectores; pero si un político embriagado de poder somete las necesidades de la comunidad a los renglones torcidos de su psique, lo pagarán todos sus gobernados mientras él apura las prerrogativas del mando.
Los años sanchistas serán recordados como una espiral inflacionaria de cuentismo. Una sostenida y desquiciante maniobra de sustitución del alma por el traje, de eficiencia por propaganda, de la cosa por el símbolo. La verdad llegó a parecernos anacrónica. No sé qué ocurrirá mañana, pero todo apunta a que la noble calavera de Ortega y Gasset sonreirá de nuevo: efectivamente, toda realidad ignorada prepara su venganza. Sobre las tablas de esta campaña el foco ha iluminado la gestualidad sobreactuada de un galán mediocre empeñado en pisar los diálogos de sus compañeros de reparto, teóricos protagonistas de esta obra.
Su contrafigura ha vuelto a ser una candidata madrileña que, para su fortuna, sigue sin acertar con el tono mitinero porque prefiere traslucir imperfección antes que sonar artificial o prometer lo que no pueda cumplir. La victoria de Ayuso debería prender el reguero de pólvora de una revolución nacional en favor de la credibilidad sepultada bajo una floresta de impostura regada con dinero público. Urge podar esa selva.
Por eso el cambio de ciclo político en España va más allá del rumbo ideológico: se trata de una restauración epistémica, con perdón. Se trata de volver a separar la verdad de la mentira, de castigar a los mentirosos y premiar a los veraces. De volver a hacer lo que hay que hacer antes de ponerse a pensar en cómo comunicarlo. No pedimos que los políticos dejen de mentir, porque eso es imposible; pedimos que cuando lo hagan sean ellos los que sientan vergüenza y no nosotros. La indignación ha cambiado de bando. La farsa toca a su fin.