NotMid 10/01/2023
OPINIÓN
REBECA YANKE
Lo último que hizo mi padre por mí fue firmarme un permiso para que me dejaran ver Pulp fiction en el colegio, pero ni siquiera guardo el papelito porque si algo tiene la muerte es la capacidad para cambiar todo de sitio y programar el cerebro en duelo para un único foco, quiero decir, pozo. Se ha muerto mucha gente últimamente y no me refiero sólo a Pelé, Benedicto XVI, Elena Huelva o las demasiadas mujeres asesinadas por parejas o ex parejas de los últimos días. Se han muerto madres y abuelas durante las vacaciones navideñas, algunas el día de Nochebuena, otras el día de Navidad. Tiene la muerte también esto: altera el calendario. Lo convierte en mortuorio: el día en que murió, el día de su cumpleaños, el mío sin ellos…
De la muerte de Pelé me asombró la publicación de un vídeo de sus nietas en redes sociales del hombre en su cama del hospital. Me pareció fatal. No entendí, ¿qué ocurrencia es esta de mostrar la agonía de un individuo?
Es difícil morirse. Algunos lo hacen mejor que otros. Lo que no me asombró en absoluto es que, tras morir Huelva, volviera el debate de por qué insistimos en llamar lucha a lo que una persona con cáncer vive. Y pensar, por tanto, que murió porque se rindió, o bien perdió la batalla final. Me acordé de La muerte, del filósofo Vladimir Jankelevitch. Un señor que era ruso, judío y francés y cuyo padre fue médico y traductor de Freud. Jankélevitch escribió: «Nos gustaría creer que el cáncer fuera de origen viral, y esto para descartar la muerte de entre las fuentes de la vida; la idea de que morimos porque hemos cogido la muerte, como se coge la escarlatina, es una idea reconfortante […]. Ahora bien, el cáncer está escondido en lo infinitamente pequeño del núcleo de la célula […]. Es la vida misma, por lo tanto, la que lleva en sí su propia contradicción interna […] ese punto infinitesimal a partir del cual las fuerzas de la vida se invierten en fuerzas de muerte recíprocamente […] Vivir es mantenerse en equilibrio inestable entre esas fuerzas contradictorias».
Antes de Huelva convivimos con Olatz, que expuso en fotografías un cáncer que tardó en saber que tenía porque sucedió en pandemia. Se murió también Charlie en agosto del año pasado, tenía 20 años y también narraba su enfermedad en redes sociales, como sigue haciéndolo Hilda, con un cáncer terminal y ya en cuidados paliativos. Lo que quiero decir es que tal vez estoy yo equivocada cuando me asombra el vídeo de las nietas de Pelé. Porque si Jankélevitch abrió caminos en la percepción de la muerte en los 50 del siglo pasado, tras guerras, bombas nucleares, un Holocausto, etcétera, etcétera, tal vez tras una pandemia, en medio de una guerra, la muerte adquiere en este Tercer Milenio dimensiones nuevas que aún no hemos podido entender siquiera, pues andamos viviéndolas. Tal vez el proceso ha de ser colectivo y no discreto y pudoroso para que podamos hoy soportarlo.