NotMid 28/09/2023
OPINIÓN
ARCADI ESPADA
La chatarra moral, política y gramatical que tiene y tendrá enfrente no debe ocultar las carencias del discurso con el que Feijóo ha tratado de llegar a la Presidencia del Gobierno. Sus dos principales ideas fueron formuladas en los primeros minutos de su intervención. La primera, yo no soy presidente porque no quiero, no tenía el menor sentido, y mejor no hacer como si mínimamente lo tuviera, explicando el qué. La segunda, su oposición a la amnistía, le honra y creo que es compartida por la mayoría de ciudadanos; pero la miseria del Gobierno aún no se ha traducido en un proyecto y eso obligó al aspirante a dar algún guantazo en el aire. A partir de ahí, su discurso, por lo general correcto aunque anodino, fue organizándose como si correspondiera a uno, consuetudinario, sobre el estado de la nación. Y su discurso debió ser cualquier cosa menos el ejercicio de una costumbre. Porque era el discurso político más importante de su vida. Y porque lo exigía la postración española.
Nadie que aspire a presidir el Gobierno puede hablarles a los ciudadanos eludiendo la autocrítica que cualquiera de ellos debe hacerse; nadie en esa tesitura debe hacer otra cosa que exigirles y exigirse sangre, sudor y lágrimas para el esfuerzo común que levante un país noqueado. La crisis española es, primero, política. Desde hace años el Gobierno depende de unas élites territoriales extractivas cuyo único objetivo es el debilitamiento de lo común. El ejemplo reciente de las lenguas locales en el Congreso explica cómo actúan esas élites y lo que dejan detrás de su acción: cientos de miles de euros se ponen al servicio de una reforma que satisface el caprichoso narcisismo nacionalista y empeora el funcionamiento normal de los debates. La crisis es por supuesto económica. A partir de la pandemia este país murió y se arruinó como ninguno de su entorno: ninguno se ha recuperado peor de las dos muertes. La crisis social la ejemplifica la educación: el fracaso de los escolares españoles tiene poca comparación en el mundo. El porno es la explicación más extendida.
Hace años se puso de moda decir, entre los políticos, que España era un gran país: hoy ni siquiera los poetas tienen el coraje de decirle a los españoles hasta qué punto han construido un viejo país ineficiente. A Feijóo le faltó ese gran aliento autocrítico, que habría evidenciado la bajeza de un tipo entregado a la extracción como forma de vida. Y le faltó la severidad y el coraje necesarios para dejar clavada una última sentencia: que él no iba a ser presidente porque no lo habían querido los españoles, chatarra.