La vertebración política de la otra mitad de Cataluña es la condición de cualquier alternativa a la izquierda nacionalista
NotMid 25/07/2023
OPINIÓN
ARCADI ESPADA
El Partido Popular y comentaristas adyacentes dan grititos ante la posibilidad de que Junts facilite la reválida del actual presidente del Gobierno. Junts, sí, el partido de Xavier Trias al que Alberto Núñez Feijóo señaló en varias entrevistas como el hombre que debía gobernar Barcelona y al que el PP estuvo a cinco minutos -literales- de darle su decisivo apoyo. Junts, sí, el partido con el que coqueteó Feijóo muchos días de campaña, cuando soñaba dormido con una mayoría poderosa, sin Vox, que pudiera resolverse con el apoyo pasivo de Puigdemont y Urkullu. Hoy, naturalmente, Junts solo es el despreciable partido del prófugo. Y la razón por la que Feijóo no será el próximo presidente del Gobierno -ni ahora ni en el caso improbable de una repetición electoral- se resume en esa contradicción flagrante de su política.
Los -pocos- votos que le han faltado para gobernar están en Cataluña. Ni siquiera con la oportunidad abierta por la irresponsable dimisión de Ciudadanos ha podido acercarse al número de escaños -no ha pasado de seis- que sus predecesores obtuvieron: 12, Aznar, en el 2000; y 11, Rajoy, en el 2011. Por supuesto que las circunstancias de unas elecciones generales y sus concreciones provinciales son múltiples. ¿Pero cuál podía ser la razón por la que el domingo tantos ciudadanos catalanes habrían de votar a un hombre cuya máxima aspiración -confesada, obviamente, en La Vanguardia– era hacerse con el espacio del nacionalismo, aunque ese espacio incluyera el nombre y la marca prófuga de Junts? ¿Cómo se hace uno con el espacio del nacionalismo sin ser nacionalista? Para eso ya estaba -y está- el presidente del Gobierno, y a él hay que dejarle en exclusiva la aberración.
Lo que Feijóo ha sido incapaz de hacer en Cataluña es diseñar la imprescindible nueva política del postProceso. El Proceso -como ETA- ya no existe, pero ha dejado un paisaje lógicamente distinto. En 2017 el catalanismo cosechó, a manos de un gobierno del PP, una nueva derrota de su larga serie histórica y lo que hay ahora en ese túmulo es una prieta impotencia. La única oportunidad de crecimiento electoral está al otro lado. Allí donde incluso se vota al PSC de puro aburrimiento. Y también en la sistemática materia oscura de la sociología catalana que no suele ver razones para acercarse a las urnas, pero que el 8 de octubre de aquel 2017 apuntilló en la calle al Proceso. La vertebración política de la otra mitad de Cataluña es la condición de cualquier alternativa a la izquierda nacionalista, un sintagma que ya define en toda su extensión al PSOE y que debe definir, en acerado contraste, a su oposición.