El siglo XXI está marcado por la revuelta contra el establishment y la oligarquía
NotMid 13/08/2023
OPINIÓN
MANUEL ARIAS MALDONADO
Las negociaciones para la investidura del nuevo gobierno van despacio: mientras leemos las exigencias que los nacionalistas catalanes y vascos plantean a Pedro Sánchez, el melancólico Feijóo se entera de que Vox -casi hay burla en ese gesto a destiempo- le apoyaría hoy sin condiciones. Seamos serios: solo cabe pensar en un gobierno liderado por Sánchez, sostenido por los nacionalistas y coaligado o no con Sumar; máxime cuando nada garantiza que una repetición electoral produjese un escenario muy distinto. ¿O sí? Quién sabe ya nada.
En todo caso, se constata una vez más cuál es la verdadera singularidad de la política española: el hecho de que nuestros partidos de izquierda simpaticen con las reivindicaciones de los nacionalismos periféricos, incluso cuando sean contrarias al pluralismo democrático, la distribución solidaria de la riqueza o la igualdad entre los ciudadanos. Dada la incompatibilidad doctrinal entre los principios de la izquierda socialdemócrata -no digamos ya la de filiación comunista- y los que definen al nacionalismo etnocentrista de origen romántico, podemos explicar su insólita convergencia recurriendo a la historia (herencia distorsionada del franquismo), el presente (odio común a la derecha democrática española) o la necesidad (unos acceden al poder y los otros se benefician de ello). El resultado es el mismo: un cóctel al que solo le falta el nombre.
Explicar semejante convergencia, sin embargo, no es lo mismo que justificarla: digamos que funciona en la práctica y no en la teoría. Para comprobarlo, basta echar un vistazo a Pocos contra muchos, librito de la politóloga italiana Nadia Urbinati que acaba de publicar en España la editorial Katz. Esta pensadora de izquierdas sostiene que el siglo XXI está marcado por la revuelta contra el establishment y la oligarquía: de Trump al 15-M. Pero incluye dentro de esa categoría el ataque del nacionalismo de las regiones ricas -que deplora- contra la «nación amplia» formada por los miembros del Estado-nación democrático; menciona, por si quedaban dudas, a Cataluña. En este contexto, Urbinati lamenta la apatía del demócrata: «No sentir vergüenza, y a la inversa, no indignarse, es desde este punto de vista un signo de una realidad moral preocupante porque es impermeable al ethos público». ¡Amén!
¿Y cuáles son en nuestro país los privilegios oligárquicos que deberían avergonzar a un ciudadano comprometido con el ethos público? Dejemos que la pregunta retórica quede flotando en el aire.