NotMid 02/09/2023
OPINIÓN
LUCÍA MÉNDEZ
A las seis de cualquier mañana del año, lo único que se ve al abrir la ventana es un cielo tan oscuro como raso, un aire entre frío y helado, y un manto de estrellas cosido con el polvo cósmico. Algún gallo madrugador despierta al pueblo, los perros ladran a lo lejos, los grillos y las chicharras acaban su concierto nocturno, las pocas almas del pueblo no andan por la calle a esas horas, y las hojas de la nogal -en mi pueblo este árbol siempre fue en femenino- despiertan susurrando al aire su fresquito. Abrir la ventana no resulta una heroicidad habiendo calefacción en casa.
Nos parecen un sueño aquellos despertares de hace 40 años, en los que salíamos al corredor para lavarnos los ojos en la palangana rompiendo el hielo con los dedos para sacar el agua. Fue verdad, pero ahora es difícil de creer. Los inviernos siguen siendo duros en la comarca sanabresa. Vivir allí eleva el umbral de resistencia. Tiene mérito la gente que abandona la ciudad para irse a un pueblo vacío donde a las seis de la tarde y a las seis de la mañana del invierno abres la ventana y te asomas directamente a la boca del lobo.
Sin embargo, este día de agosto, el panorama desde la ventana es distinto. Los coches han tomado las calles y las multitudes han sustituido al silencio y el vacío de la boca del lobo. No se puede dar un paso por el Cristo, lugar donde se sitúa la ermita de la Virgen de la Encarnación, patrona de Palacios. Así es ahora la fiesta. La orquesta hace un ruido que se escucha hasta en la Sierra de la Culebra, los jóvenes beben en botellón donde pillan, los niños saltan en los hinchables de los feriantes hasta la madrugada. Una vez al año, hay miles de personas llenando los espacios vacíos.
Es un espejismo festivo. Al día siguiente, ya seguirán los gallos cantando solos, las hojas de la nogal susurrando al viento, los perros ladrando y la iglesia vacía porque ya ni siquiera hay cura.
El cura era el auténtico amo de los cuerpos y las almas del pueblo. Particularmente, de las almas de las niñas y mujeres del pueblo. La misa mayor de la fiesta era la más alegre y la más esperada. La iglesia era un lugar de socialización. El único día del año que estrenábamos ropa. Había baile, vermut y los mayores bailaban la jota y el pasodoble. La verbena empezaba a las ocho de la tarde y donde ahora hay multitudes entonces estábamos en familia. Todos arregladitos como para ir de boda. Las chicas esperábamos que los chicos nos invitaran a bailar. Los hombres se sentaban atrás en la iglesia y las mujeres delante. Nunca se mezclaban.