Desde abogados a campesinos, ucranianos y extranjeros entrenan en Kiev para acudir al frente y combatir al ejército ruso
NotMid 14/04/2022
MUNDO
Los asientos manchados de sangre de un vehículo, con un cartel aún visible de transporte de niños. Profesores tiroteados en un colegio. Viviendas reducidas a escombros, que sepultaron decenas de personas. Los amigos caídos en la batalla. Imágenes que no le abandonan y por las que está dispuesto a volver al frente a combatir cualquier locura de Putin, incluso un ataque con armas nucleares. “Antes tenía una empresa en Kiev con 30 empleados, ahora soy soldado”. No da su nombre, como la mayoría de sus compañeros del Batallón Karpatska Sich, integrado solo por voluntarios, algunos extranjeros.
En algunos momentos parece una torre de Babel que entrena a marchas forzadas para enfrentar a los rusos. Desde dos tawianeses que apenas hablan un poco de inglés, pasando por un ex policía colombiano decidido a detener a los rusos para evitar, dice, que luego invadan su país desde Venezuela, hasta un simpático ucraniano que habla como argentino -porque ha pasado media vida en el país austral- que asegura con firmeza: “Me incorporé porque quiero vivir en un país libre, no someterme a ningún tirano extranjero que quiere imponer sus ideas mediante la fuerza y el terror”. Al igual que su compañero, que se subió al avión para sumarse a la guerra porque la “conciencia no me permitía quedarme en Argentina, viendo lo que estaba ocurriendo por televisión. Hacía seis años que no venía a mi patria, pero moralmente era imposible para mí no estar aquí y luchar. Pertenecí al Ejército ucraniano en el pasado y estoy mentalmente preparado para combatir. Pero me falta ponerme al día, no puedo ir a la primera línea para ser una carga más que una ayuda. Aquí no envían a nadie que no esté listo”, admite Argo, el apodo que usa.
El máximo responsable de los tres pelotones que se están formando en estos días, un oficial retirado al que conocen por Orlyk, reafirma que solo salen para el teatro de operaciones los que den la talla. “Para incorporarse a nuestro Batallón, la única condición que ponemos es el deseo de defender la patria. Y a los extranjeros, el deseo de defender la libertad de un país que quiere ser libre siempre. Pero no basta con querer, sin un entrenamiento, aquí nadie va a ningún frente y en unos casos, que vemos que no valen para la guerra, les damos otras funciones. Y cuando tienen la capacidad para luchar, solo los mandamos a primera línea si aceptan, nunca obligados”, explica.
Hasta ahora han sufrido diez bajas y varios heridos en la región de Járkov, una de las más duras. Más adelante podrían mandarles al este. “Nosotros estamos bajo el mando del Ejército, hacemos lo que nos indican, no decidimos”, agrega Orlyk.
El colombiano Christian Márquez forma parte de los que prefieren esperar a estar mejor formados, empezando por el idioma. “Hay que saber un poco de ucraniano para enterarte de algo. Yo vine aquí por un ideal, porque pensé que mejor es pelear en Ucrania a tener una guerra en mi propio país y que es responsabilidad de todo el mundo impedir que Putin gane. Estoy seguro de que si Rusia venciera aquí, puede hacer lo mismo desde Venezuela”.
Muestra el correo electrónico que mandó a una dirección que le dieron para solicitar alistarse. Las indicaciones que recibió de vuelta son sencillas: llegar por su cuenta hasta Polonia, cruzar la frontera por el paso de Medyka-Shehyni y dirigirse a una gran tienda de campaña blanca que ha montado la Legión para los voluntarios.
Tras unos días de trayecto, no terminó en la unidad que solo crearon para extranjeros, sino en la edificación de Kiev que sirve de cuartel y centro de entrenamiento del Batallón Karpatska Sich. Algunos asociaban el nombre a movimientos de extrema derecha parecidos al que dio origen al célebre y discutido Batallón de Azov, que ha ganado respeto y prestigio por su resistencia numantina en Mariupol.
Piden guardar en secreto la dirección de su sede y aunque usan el jardín para practicar movimientos militares con armas cortas y fusiles, nadie dispara al estar rodeados de zonas residenciales. Practican con munición en otro lugar a las afueras de la capital, alejados de zonas pobladas.
“Unos llegamos por un amigo, por un conocido, por referencias, y somos un grupo muy variopinto y diverso. Hay universitarios y otros que apenas terminaron el colegio. Tenemos abogados, empresarios, campesinos, soldadores, deportistas, profesores de gimnasia, esos que doblan a los actores en escenas de acción… Muchos tienen experiencia militar, pero ninguno estaba en activo, y los que fueron oficiales saben que llegan como un soldado más. Es un proceso en el que tenemos que acoplarnos, aprender y ponernos en forma. Yo llevaba diez años detrás de un volante y ahora me toca correr y saltar”, cuenta Argo, el ucraniano medio argentino, hincha del River Plate. “Y hay tres mujeres”.
Una de ellas es Leshia, una capitalina cercana a los 40 y madre de un chico de 15 años. “Cuando le dije a mi hijo que se tenía que ir a Polonia, pretendió resistirse, gritaba que es un patriota y se quedaba, no quería dejarme sola. Y yo, que soy de Kiev, me quedé porque este es mi país y estoy dispuesta a ayudar en lo necesario, incluso luchar en el frente para que nos acerque a la victoria. Tengo claro que no vamos a obedecer las órdenes de alguien que venga a decir cómo tiene que ser Ucrania”,
El día que el Batallón recibe a EL MUNDO, además del cotidiano entrenamiento militar, con maniobras básicas para enfrentar al enemigo, reciben un curso de primeros auxilios. Un norteamericano les explica cómo hacerse un torniquete o ponerse gasa en una herida para no morir desangrado. Una veintena de futuros soldados, casi todos entre treinta y tantos y cuarenta años, siguen con atención las indicaciones del experto y cuando intentan ponerlas en práctica, queda patente que aún les queda camino que recorrer.
Y son notables las diferencias con un verdadero Batallón Militar donde impera la estricta disciplina castrense y una jerarquía que nadie discute. Los jefes, me comentan, no tienen garantizado el respeto por el grado que ocupen sino porque los alumnos sientan que con sus enseñanzas aprenden y serán mejores soldados en el combate. Se respira un ambiente informal, amistoso, nada encorsetado, y tampoco hay una uniformidad precisa aunque todos lleven trajes de fatiga no siempre idénticos; unos van con coleta y otros con barba larga y brazos llenos de tatuajes. Pero siguen las reglas, son gente madura que sabe lo que está en juego, y no se producen altercados. Les mueve el anhelo de acudir cuanto antes a la guerra y aportar su granito de arena. Argo lo tiene claro: “Tenemos que ganar esta guerra entre todos”.
ElMundo