Panamá habilita con el CICR un ‘panteón humanitario’ donde descansan los restos de los migrantes que fallecen en la ruta del Darién y no son reclamados
NotMid 05/08/2023
IberoAmérica
El padre Claudio Antonio Guerrero camina lentamente junto a los nichos tapiados de un enorme panteón blanco. De repente para frente a uno de ellos, se persigna, junta las manos y reza: “Padre señor del descanso eterno, que brille para ellos la luz perpetua. Que el alma de nuestros hermanos migrantes descanse en paz, así sea”. Estamos en el cementerio de ‘El Real de Santa María’, una pequeña comunidad fluvial panameña a donde van a parar los cadáveres sin reclamar de los migrantes que fallecen en la selva del Darién. De los 100 espacios disponibles, actualmente hay 13 ocupados por las bolsas de plástico en las que se conservan los restos de 25 personas diferentes. No se conocen sus nombres, ni sus historias, solo que murieron en una peligrosa jungla fronteriza entre Colombia y Panamá, mientras trataban de buscar un futuro mejor en EEUU.
“Es bastante trágico ver cuántos cuerpos nos traen deshechos, los encuentran en la selva y no hay nadie que pueda dar razón de ellos, por eso les damos este servicio cristiano“, explica el padre Guerrero. Este ‘panteón humanitario’ financiado por el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), en terrenos cedidos por el gobierno panameño, se inauguró hace tres meses para tratar de evitar el colapso de las morgues locales. En los primeros siete meses del 2023, cerca de 250.000 personas han atravesado la selva del Darién, una cifra récord que ya supera el número de cruces registrados durante todo el 2022. Aunque el aumento del flujo migratorio debería implicar un incremento del número de víctimas, la realidad es que es muy difícil demostrarlo.
El ‘Tapón del Darién’ es el único lugar donde se interrumpe la carretera Panamericana, que conecta Alaska y Tierra de Fuego. La versión oficial fue que era un terreno impenetrable; las malas lenguas dicen que, en realidad, EEUU ordenó frenar su construcción en ese punto para impedir que las corrientes revolucionarias de Sudamérica pudieran contagiarse hacia el norte. Actualmente, esta densa selva tropical se ha convertido en uno de los corredores migratorios más transitados y peligrosos de todo el mundo, una trampa mortal que expone a los migrantes ante animales salvajes, grupos criminales, ríos de fuertes corrientes, montañas y desfiladeros peligrosos y la posibilidad de perderse o quedarse sin comida tras varios días de caminata. Un mal paso puede ser mortal y encontrar un cadáver en 575.000 hectáreas de selva es muy complicado.
Cuando muere alguien, y hay testigos que lo declaran ante el Ministerio Público, los peritos del Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses de Panamá se trasladan en lanchas hasta la selva para tratar de asegurar los restos mortales. El director general del organismo, José Vicente Pachar, explica a EL MUNDO que el principal problema para identificar los cuerpos o la causa de la muerte es que: “el cadáver primero es vandalizado, porque le quitan todo lo que tiene, incluso documentos o dinero, después está a la intemperie, a la acción de los animales y en medio de una selva tropical, donde se descompone rápidamente”. A pesar de las dificultades, el Instituto panameño y el CICR han creado un banco genético de víctimas por si, eventualmente, alguno de sus familiares lo reclama. Desde el año 2020, han procesado 162 casos, 32 en lo que llevamos de año.
El director del Instituto de Medicina Legal defiende el “trato digno” que está dando el gobierno panameño a la crisis, “somos el único país de la región que está trabajando de esta manera”, pero advierte que cuantificar la cifra real de migrantes fallecidos en la selva y corregir el subregistro, “es una tarea descomunal que sobrepasa las capacidades del país, requiere de un esfuerzo internacional”. Otro de los estudios que va a desarrollar el organismo es un análisis epidemiológico del flujo migratorio, “la presencia de personas que pasan por una selva y vienen de países donde hay enfermedades transmisibles es un motivo de preocupación, no solo aquí, sino a lo largo de todo el trayecto hasta EEUU”.
Uno de los puntos más peligrosos de la ruta migratoria por el Darién es una montaña embarrada conocida como ‘La Llorona‘, donde según varios testigos se escucha a gente gritar. Puede que esos alaridos sean solo un mito, también puede que sean reales. Mariana es una migrante ecuatoriana que accedió a contar su experiencia a este diario a cambio de garantizar su anonimato, ya que tiene varios familiares que viven en España y desconocen que está viajando. Acaba de llegar a la Estación de Recepción Migratoria de Lajas Blancas, en Panamá, y todavía tiene el susto en el cuerpo. Dos días antes, cuando ella y su familia salieron definitivamente de la selva, se encontraron los cadáveres de un bebé y sus padres junto al río, “el niño había muerto por la picada de una culebra y ellos habían tomado veneno, decidieron morir juntos, lo vimos todos, es un infierno”.
Una de las principales causas de muerte entre los migrantes que cruzan el Darién, especialmente durante la temporada de lluvias, cuando el caudal de los ríos crece, son los ahogamientos. En Lajas Blancas vivieron un caso dramático hace tres meses: un niño de 8 años estaba jugando en el agua con sus hermanos y la corriente se lo llevó río abajo. La historia la comparte Margarita Sánchez, coordinadora de terreno de UNICEF, cuyo equipo brindó “un acompañamiento psicosocial a los menores y un seguimiento constante a la familia, apoyándoles durante todo el proceso, desde la búsqueda hasta el entierro”, según explica. En el panteón de los migrantes anónimos del Darién, todavía hay 87 nichos disponibles, pero el padre Guerrero estima que “se va a quedar pequeño porque el flujo es cada vez más grande”
Agencias