La probabilidad estadística de que la «bilateralidad» que nos plantea el lehendakari Urkullu sea la solución de nuestros probables es nula
NotMid 04/09/2023
OPINIÓN
JOSÉ IGNACIO TORREBLANCA
La política de este país vive en permanente campaña electoral. Ya en otoño pasado, la perspectiva de las elecciones autonómicas y municipales del siguiente mayo lo condicionó todo: desde la reforma de la ley del solo sí es sí a la decisión de no remodelar el Gobierno de coalición a la espera de que las urnas certificaran la fortaleza de Unidas Podemos. Después de una larga campaña de unas elecciones que se convirtieron en unas primarias nacionales, el adelanto electoral que las siguió nos introdujo otra vez en esa dinámica. Y, ahora, los resultados del 23-J, al no arrojar una mayoría concluyente y arriesgar una repetición, han exacerbado los modos y maneras electoralistas. Si el PSOE logra los apoyos necesarios, este país tendrá un Gobierno la primera o segunda semana de diciembre, poniendo fin a una interinidad de un año. De lo contrario, tendremos otras elecciones y más campañas. Pero incluso entonces, la gobernabilidad de este país será frágil e incierta al estar atada a los designios de un líder político fugado y de fuerzas políticas para las cuales la prosperidad y estabilidad de España son piezas de cambio de su propio proyecto de construcción nacional.
Y en esto, el PNV, otra fuerza nacionalista en retroceso, nos confirma que la dinámica bajo la que gravitan tanto la formación de Gobierno en España como la gobernanza de la próxima legislatura es la de un incremento de la fragmentación del Estado y un debilitamiento de la capacidad de gobernar y elaborar políticas que sirvan al interés general. Vivimos en un país donde la inflación se ceba con los más vulnerables, los jóvenes no pueden independizarse y los alquileres están disparados; que enfrenta retos tan complejos como el cambio climático, el envejecimiento, la sostenibilidad del sistema de bienestar y sus servicios y prestaciones; o la modernización de unos sistemas educativos y sanitarios anquilosados, por no hablar de los riesgos económicos, políticos y seguridad que provienen de nuestro entorno. La probabilidad estadística de que la «bilateralidad» que nos plantea el lehendakari Urkullu (un eufemismo que esconde una transformación constitucional hacia la confederación) sea la solución de nuestros probables es nula. Pero ahí estamos. Esta legislatura va a ser una gran piñata constitucional: sacudan, a ver qué cae.