El mismo rechazo de los líderes británicos para lidiar con la verdad es que muestra el Gobierno Sánchez negando los problemas de inseguridad y okupación
NotMid 24/10/2022
OPINIÓN
IÑAKI ELLAKURÍA
El semanario británico The Economist, no hace tanto referente del liberalismo ilustrado, en esta ocasión propagador de clichés provincianos, ha hecho un paralelismo de la crisis política de su país con la crónica inestabilidad institucional italiana, como si un virus mediterráneo hubiera penetrado en las islas. Una lectura típicamente nacionalista que solo remarca el verdadero origen del proceso de decadencia del Reino Unido: la incapacidad de sus elites de lidiar con la verdad y asumir sus consecuencias. El mal común de nuestras democracias.
En España el hundimiento de la pérfida Albión es motivo de burla castiza y revanchismo de garita de guardia, cuando mejor sería aproximarse a la vieja democracia británica con el humorismo de Camba en las crónicas londinenses, combinación de ironía y comedida admiración por «lo inglés». Principalmente, porque sus viejas instituciones todavía funcionan mucho mejor que las nuestras y porque es difícil encontrar diferencias entre los líderes que condujeron al «país del libre examen», que es como Pla definió a Inglaterra, al desastre con el Brexit y la actual clase dirigente española. Erre que erre, negando toda realidad que haga zozobrar su castillo de naipes ideológicos.
Esta fidelidad a la doctrina por encima de los hechos es el metrónomo del Gobierno Sánchez y sus medios afines. Ya sea en la Ley Trans o la okupación. Nada ni nadie puede poner en duda su «verdad ideológica», tan alejada de la factual. Así se explica la destitución del jefe de la Comisaría Centro de Valencia por decir en un acto de Vox aquello que otros compañeros, jueces y fiscales sostienen fuera de foco: un número alarmante de los delitos que se comenten en España están protagonizados por extranjeros que forman parte de pequeños grupos de maleantes o de bandas con ramificaciones internacionales.
Agarrada a la multiculturalidad como una de sus últimas utopías, la nueva izquierda insiste en tratar a los ciudadanos por idiotas, diciéndoles que lo que ven y padecen no es real. Ahí está Barcelona otra vez como triste paradigma: con más de 400 delitos penales al día y su alcaldesa Colau afirmando que la inseguridad es solo una «percepción».
Mentiras que acaban provocando justo aquello que dicen querer evitar, el auge de las posiciones extremistas como en Suecia e Italia, cuando la realidad negada, como pasa con la inseguridad en tantas ciudades españolas, cruza la frontera de los barrios marginales y siempre olvidados para mostrarse ante las engañadas clases medias.